Esta vez los guerreros descansarán. En una ceremonia íntima, al calor de sus comidas y del vino, cada cual brindará por su abuelo o su antepasado, disimulará una lágrima de emoción por el recuerdo de los antiguos, por el sufrimiento en las guerras, por el orgullo de la sangre que les corre por las venas. Son una familia y nos es una hipérbole decirlo, la unión y el compromiso que une a los vascos de San Nicolás, es digno del análisis para aquellos que les apasione la conformación de los grupos humanos. Pareciera que una motivación sanguínea los predispone a reconocerse como vascos, son operativos y la sucesión de liderazgos se da prácticamente de manera natural, como así también la pasión que les despierta su lengua y su cultura
Los primeros vascos se juntaban en La Sociedad Francesa a soñar una sede propia, la cual comienza a tomar forma cuando un 26 de diciembre de 1956 logran comprar la casa donde hasta el día de hoy funciona el Centro Vasco Euzkal Etxea de San Nicolás, con dirección en calle Belgrano 139. La casa fue comprada a Marcelina Moreno y Josefa Moreno, hijas de Florentino Moreno, casado con María Cruz Soto. En las escrituras de compra figuran 3 socios fundadores Regina Ordoqui de Echevarria, Rafaela Gabirondo de Barbé y José Antonio Ocariz. Pero no es hasta el 24 de octubre de 1982 que la propiedad queda a nombre del Centro vasco Euzkal Etxea.
Las primeras actividades, que aún son una marca registrada del Centro Vasco, son el equipo de cocina, el juego del Mus, la danza y la lengua vasca en el traspaso generacional. Actualmente además de las actividades mencionadas, se suma la música, el coro y las diferentes actividades solidarias que el centro Vasco practica con los jóvenes y adolescentes de las escuelas, primarias y secundarias.
Ana Erausquin Presidenta del Centro vasco San Nicolás.
La presidenta actual del centro Vasco es Ana Erausquin, se muestra particularmente emocionada, no puede disimular las lágrimas, cuando recuerda que de toda su familia, ella sola fue la que pudo volver al país Vasco:
“Cuando me saqué una foto en el muelle de donde partió mi abuelo hacia Argentina, no podía detener el llanto. Pienso trabajar para este lugar hasta que las fuerzas me abandonen, por los antepasados y por las generaciones que vienen. Debemos formar jóvenes para que sigan al frente de este lugar, al cual lo han construido los vascos que venían escapados de la guerra, vascos rebeldes y comprometidos con su cultura y con la vida. En estos momentos Sebastián Hutus está en el país Vasco, participando de un Encuentro de Jóvenes hasta 35 años llamado Gaztemundo, donde se presentan proyectos que luego son evaluados. Sebastián llevo un proyecto en relación a las actividades solidarias”. Ana dice esto y se emociona sin poder contener las lágrimas, mete su dedo índice por debajo de un lento de los anteojos, mientras le responde a otra mujer que más tarde traen el perejil y la verdura que falta para el almuerzo del domingo. Luego continúa:
“Ser presidenta de este lugar me requiere una carga emocional muy grande y también una responsabilidad muy grande, tenemos en este momento 545 socios. Confío que jóvenes como Sebastián, con buenos valores y fortalece, el día de mañana sigan adelante con el legado de nuestros antepasados para las nuevas generaciones”. Ana levanta las revistas y las fotos esparcidas sobre la mesa, su estatura baja, contratas abruptamente con su fortaleza y su dinámica activa. Ya parece recuperada de la conmoción emocional, me despide y cuando enfila hacia el comedor, pregunta por la rúcula y si ya se pagó la carne.