Xabier Garmendia. Cuando el cuarto bloque de la central nuclear de Chernóbil estalló en abril de 1986, a ellos les faltaban al menos 18 años para nacer. Sin embargo, los efectos nocivos de la radiación siguen condicionando a día de hoy la vida de los habitantes del norte de la región ucraniana de Kiev; también la de los más pequeños. 192 de ellos aterrizaron anoche en el aeropuerto de Loiu para pasar las vacaciones de verano junto a familias vascas y navarras; 70 lo harán en Bizkaia. ¿El objetivo? Respirar un aire más limpio a unos 3.000 kilómetros de sus hogares y, de paso, aprovechar su estancia para sumergirse de lleno en la idiosincrasia local, muy diferente a la suya. «Algunos vuelven bilingües a casa. ¡Acaban hablando euskera de corrido!», ironiza Olatz Linacisoro, voluntaria de la organización que gestiona la acogida, quien destaca los pocos problemas de comunicación que se suelen registrar.
El programa, impulsado por Chernóbil Elkartea, es todo un clásico del periodo estival en Euskadi desde que los primeros niños participantes llegaran en 1996. Desde entonces se han producido más de 4.000 acogidas gracias a la solidaridad de las familias, quienes, además de ceder su tiempo y sus hogares de forma desinteresada, desembolsan un montante de 625 euros para sufragar todos los gastos del viaje. «También hay que agradecérselo a los padres de las criaturas. No todos dejaríamos a nuestros hijos en manos de unos desconocidos y, encima, tan lejos de casa», reivindica la voluntaria, que recuerda que se trata de niños con familia que no buscan una adopción, sino simplemente «unas vacaciones revitalizadoras para volver con más fuerzas».
Además de ceder su tiempo y sus hogares, las familias pagan 625 euros para sufragar todo el viaje
Desde hoy y hasta el próximo 28 de agosto, cuando tomen el vuelo de vuelta y desaten las lágrimas de sus familias de acogida, les espera una apretada agenda de actividades: excursiones al monte, una visita al Aquarium de San Sebastián, chocolatadas y hasta un taller de decoración de galletas. Precisamente la alimentación es una de las principales motivaciones para la estancia de estos niños de entre 6 y 14 años, en pleno desarrollo, ya que aquí pueden seguir un régimen bastante más variado. «En su país abusan mucho del dulce, y la patata es la comida fundamental. Aquí se les da mucha más carne, pescado, fruta y verdura que, además, está más limpia», indica Linacisoro.
Las familias de acogida, en todo caso, no se enfrentan solas a esta aventura. Cuentan en todo momento con la ayuda de la asociación y de cuatro monitoras ucranianas que llegaron ayer junto a los niños, con quienes ya se habían intercambiado alguna carta como primera toma de contacto. Del mismo modo, aquellos que se estrenan en esta edición también tienen el respaldo de los más veteranos; algunos, de hecho, repiten año tras año encantados por la experiencia. «Ellos se lo acaban pasando incluso mejor que los propios chavales», subraya la organizadora.