Darío Prieto. Las hermanas Katia y Marielle Labèque nacieron en Bayona, pero su vocación pianística les hizo abandonar el País Vasco Francés en un peregrinaje musical por París, Londres e Italia. Se convirtieron en el dúo de piano más prestigioso del mundo y conquistaron los auditorios más importantes, de Nueva York a Tokio. Pero la conexión con su tierra seguía ahí. Y es el deseo de volver a ella lo que ha motivado el proyecto Amoria, dedicado a la música vasca, que se materializa en un disco editado por Deutsche Grammophon y en un espectáculo que se estrena mundialmente este miércoles en la Quincena Musical de San Sebastián.
Amoria reúne piezas anónimas del siglo XVII con composiciones de Pablo Sarasate y un Bolero de Ravel tocado al piano con txalapartas y otros instrumentos tradicionales vascos. "Hemos buscado durante mucho tiempo en el Archivo Vasco de Música Eresbil. Y hemos encontrado música tradicional muy ligada a la música clásica", explica Katia, la mayor de las dos Labèque, quien recuerda el "enorme trabajo" del Padre Donostia para recuperar melodías vascas". Así, en ese proceso de investigación, destaca el descubrimiento de "Juan de Antxieta, un maestro de la polifonía del siglo XVI".
Katia explica que la intersección que se plantea en Amoria es aquella donde se cruzan las músicas populares con las cultas. "Muchos de esos compositores se han inspirado de la música tradicional. Por ejemplo, la Sarabanda de Bernardo Zala Galdeano no es una canción tradicional. O Con amores la mi madre, de Antxieta tampoco es tradicional", aunque no se pueden entender sin lo tradicional. La pianista recuerda que "compositores muy serios, como Stravinski, Bartok, Mozart y Schubert usaron la música tradicional para sus obras. No es una cosa nueva. Lo diferente en este caso es que los vascos lo han mantenido durante muchos siglos". Y con un nivel de conservación que les hace henchirse de orgullo. "Los vascos no han perdido su identidad ni el contacto con sus raíces, con su país. Y nosotras mismas nos sentimos muy ligadas a la tradición".
Cada una de las piezas de este proyecto "representa su siglo", en este viaje del XVI al XXI. "Pero es sólo una selección. Hay tanta diversidad, que podemos seguir con este proyecto durante muchos años, descubriendo música que no conocemos". Katia apunta a esta vitalidad de Amoria, también por la gente que ha participado. "Hemos formado un grupo en el que cada tipo de música tiene los músicos ideales para interpretarla. Carlos Mena [hermano del director de orquesta Juanjo Mena] es el contratenor más fantástico. O Elena de Murguia Urreta, una genial intérprete de viola de gamba en el País Vasco. O el grupo Hegiak, en el que está Eñaut Elorrieta, que tiene su propio grupo de rock [Ken Zazpi], como los U2 vascos".
"También trabajamos desde hace 12 años con Thierry Biscary", apunta Katia, "del grupo Kalakan", formación de txalaparta y otros instrumentos tradicionales que acompañó a Madonna en su penúltima gira. "Se marchó de Kalakan y nos quedamos con él", dice sobre su contribución a este proyecto.
Katia defiende que la música vasca es "de melodía muy rica" y pone como ejemplo la pieza más popular que aparece en Amoria, que es también la composición más conocida de Maurice Ravel. "El Bolero es vasco, más que español. Mucha gente piensa que viene de Andalucía, pero no. Tiene mucho que ver con la tradición vasca", explica. "Lo hicimos por primera vez hace 12 años, en 2006". Querían demostrar que la esencia de la pieza no está en la instrumentación, sino en la base melódica y rítmica. "Vale la pena acercarse a esta versión, porque no todo el mundo la conoce", añade.
De hecho, Ravel es quizá el pilar más importante sobre el que se sostiene Amoria, como indican las notas que acompañan al disco. "Su obra siempre estuvo muy conectada a las raíces de la música vasca. Siempre hablaba de su País Vasco y nadie como él era capaz de describirlo así. Así que nosotras teníamos ganas de hacerlo también".
Este Bolero "es una versión "más tribal, más salvaje" en el que un factor fundamental es la presencia de "instrumentos creados por los propios músicos; no compras una txalaparta, sino que la haces y funciona. Es algo mágico". No es, según Labèque, "el mismo rollo de hacerlo con la Filarmónica de Berlín. Pero tiene esa misma emoción. Es algo que no se puede resistir, una de las pocas piezas clásicas que habla a todos".
Algo parecido a Leonard Bernstein, con quien las Labèque siempre han mantenido una fructífera relación y del que se conmemoran 100 años de su nacimiento. "Un músico que hizo mucho por la música clásica y también por la popular. Y, sobre todo, por acercar ambas", lo recuerda ella. "En ese sentido, no está lejos de la idea de este disco".
UNA CULTURA AL MARGEN DE LOS VAIVENES DE LA HISTORIA
"El pueblo vasco es de los pocos que se han quedado al margen de los vaivenes de la historia, hasta el punto de conservar una lengua que nadie entiende", reflexiona Katia. "Cuando nací no había ikastolas, porque Franco había prohibido el uso del euskera, igual que había destrozado Guernica". Es, según ella, la historia que se repite: "En el siglo XVI quemaron brujas y gente que no lo eran. Destruyeron una parte del conocimiento de la cultura vasca, y también del conocimiento de las plantas, de la medicina tradicional. Tenían que destrozarlo para imponer la cultura católica. Los vascos, como dice bien Ravel en las notas del disco, siguen siendo católicos, pero con un poco de ironía".