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Patricia Rodríguez. Mikel García responde al teléfono a 8.700 kilómetros de distancia, con una diferencia horaria de casi once horas y en mitad de un fuerte temporal por lluvias que les mantiene en alerta roja. Este donostiarra de 37 años reside en El Salvador desde hace dos años, cuando decidió poner tierra de por medio y comenzar una nueva vida en el extranjero. Aunque salir de España no estaba en sus planes y fue todo fruto del destino. «Yo tenía en Donostia un trabajo, de psicoterapeuta, pero estaba harto y me puse a actualizar Linkedin. A las dos semanas me escribieron de una oferta para realizar un proyecto en un colegio y me pareció interesante. Realicé varias entrevistas, la última en Galicia, y me seleccionaron». La sorpresa vino cuando le comunicaron el destino: El Salvador. «Yo pensaba que tendría que trabajar en Madrid o así, en ningún momento me dijeron dónde era el puesto, pero dije: 'voy a probar a ver qué tal'. Y me vine para aquí». A este joven no le frenó la distancia e hizo las maletas para convertirse en un donostiarra por el mundo. Actualmente trabaja de director del colegio Academia Europea, donde estudian 400 niños. «Ha sido un gran cambio, para bien, a pesar de que ahora tengo mucha responsabilidad porque tengo a 56 personas a mi cargo, más luego los padres, los niños... pero estoy contento. La empresa me paga el alojamiento y cobro un buen sueldo, cerca de 2.500 dólares más bonos por objetivos», cuenta García, que no se olvida del día que aterrizó en este país.

Primeros días

«Era un percal. Justo a los dos meses de mi llegada empezó el estado de excepción, hasta ahora. Un fin de semana hubo más muertos aquí que en Siria. Aquí lo que es pasear, pues no se hace. Ahora estoy viviendo en la ciudad de San Miguel, en una colonia». También «hay una euskal etxea, somos como 14 vascos y cuatro guipuzcoanos», cuenta García, que afirma asimismo que los salvadoreños le han acogido «muy bien. Lo que pasa es que las personas aquí son súper clasistas, lo tienen metido en el ADN. También me ha sorprendido lo normalizado que tienen la violencia. Lo que han vivido durante años con las bandas y las maras es brutal».

No fue un comienzo idílico «y hay días en los que dices 'ya volvería'», reconoce este donostiarra, sin embargo, «las condiciones que tengo aquí están mucho mejor y no discuto con la jefa», valora.