Gabriel Trujillo. Hacia la década de los años sesenta del siglo XX, Baja California ya cuenta con decenas de escritores de todas las tendencias. En su mayoría son recién llegados y buscaban conocerse entre ellos, saber qué estaban escribiendo unos y otros. Esta tendencia la captó bien Rubén Vizcaíno Valencia, quien para 1964 creó la Asociación de escritores de Baja California para que el gremio literario se unificara y así, como una sola fuerza, diera voz a las reivindicaciones de sus miembros y tuviera influencia en los círculos del poder estatal. La visión de Vizcaíno no se concretaba a Tijuana, la ciudad en que residía, sino que buscó a los escritores de Tecate, Mexicali y Ensenada para hacer causa común y lo logró.
Entre los escritores del puerto de Ensenada que reclutó para su campaña de empoderamiento literario estaban Miguel de Anda Jacobsen y Luis de Basabe López Portillo. Don Luis había nacido en la ciudad de México en 1920, contando con ascendientes vascos. Era ingeniero y al poco de llegar a Ensenada halló trabajó en una empresa de procesamiento de productos marinos antes de pasar a trabajar en el gobierno en obras públicas. Pero más que la ingeniería o el servicio a la comunidad, a Basabe le interesaba el uso de la narrativa para exponer los temas que más llamaban su atención: la cultura vasca y su vasta parafernalia de mitos, leyendas y tradiciones; y el mundo bajacaliforniano que lo rodeaba con sus flujos vitales fronterizos, con sus historias de vida que iban de lo real a lo fantástico.
Según Miguel de Anda Jacobsen, en su capítulo sobre la literatura bajacaliforniana que aparece en el Panorama histórico de Baja California (1983), entre 1960 y 1970 las inquietudes culturales se hicieron visibles en Ensenada con el establecimiento del Seminario de Cultura Mexicana y la creación del certamen para el libro del año que organizaba el general Abelardo L. Rodríguez y Aída Sullivan, su esposa, donde se premiaba a la mejor obra publicada. El jurado estaba integrado por representantes de la familia Rodríguez, la Universidad Autónoma de Baja California, la Asociación de Escritores de la Península de Baja California y de la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana.
Entre esos premiados estaba Luis de Basabe, del que Miguel de Anda Jacobsen decía que lo ganó con su novela Lo, el hombre sueño (1970), narraciones vascas cuya “trama nos sitúa en un mundo de honda trascendencia vascuence, por las tradiciones, leyendas y anhelos de uno de los pueblos más viejos de la tierra. La prosa de Basabe es sápida, amena, ágil y madura en el cabal sentido de la palabra. Se trata, sin duda, de uno de nuestros escritores más cuajados y con mayor vocación y talento. Cuentos de gatos; Lompipa, historia de un duende vasco y la novela El caracol, también con tema vascuence.” Para Anda Jacobsen, no sólo se concentraban temas de sus orígenes, sino que también era un observador agudo de la vida bajacaliforniana, pues “ha escrito, además, Motelius Motel y Juan Pablo Lugo, salpicados relatos sobre el turismo en la frontera de Baja California con Estados Unidos.”, así como la novela Los hombres de arriba, “una especie de alegoría sobre los pobladores de nuestra península.”
El crítico literario Humberto Félix Berumen, en su libro Narradores bajacalifornianos del siglo XX (2001), diría que las obras de ficción de Basabe “no se atienen a una temática”, sino que van de la “novela de análisis e indagación psicológica”, como Senda de gatos (1971), a los “textos que aluden a la historia regional”, como Tejueg (1991). Senda de gatos es la novela que más impresionó a Félix Berumen, una autobiografía de un suicida que se pasa la vida viviendo aislado, al margen de la sociedad, observando el mundo desde las alturas, como un gato.
En la obra de Luis de Basabe, en su peculiar acercamiento al mundo y sus conflictos, lo cotidiano tiene peso, lo histórico tiene voz, lo inconsciente tiene espacio. Y por ello sus cuentos, novelas y obras de teatro sobreviven en las márgenes de los gustos imperantes en la narrativa bajacaliforniana de su época, se mantienen ancladas a sus propios intereses y obsesiones, sujetas los laberintos interiores de sus personajes. Literatura ajena a todo lo que no sea su propia magia creativa, sus apartadas ficciones. Tan vivas. Tan retorcidas. Tan intemporales.