Kepa Oliden/Arrasate, Gipuzkoa. Los vascos, al igual que otros pueblos abocados a la emigración, atesoran una rica tradición asociativa. Ese impulso natural de los emigrantes a asociarse en sus lugares de destino con familiares, amigos y paisanos con el fin de buscar en ellos solidaridad, ayuda o relaciones laborales y sociales, se materializaría muy tempranamente en Andalucía: la institución vasca más antigua de la que se tiene noticia en aquella región es el Colegio de Pilotos Vizcaínos de Cádiz, cuya fecha de fundación se desconoce pero sí se sabe que sus estatutos fueron confirmados por los Reyes Católicos.
Con posterioridad fundarían otras cofradías con fines religiosos y asistenciales en Sevilla (1540), Cádiz (1626), Lima (1635) o México (1681), y también en Madrid, donde esta última cumplirá este sábado 304 años.
La historiadora vizcaína Estíbaliz Ruiz de Azúa y Martínez de Ezquerococha (Bilbao, 1944) cuenta que «algo más de un centenar de vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses» residentes en la villa y corte -de Felipe V- se reunieron el 20 de abril de 1715 para fundar la Real Congregación de Naturales y Oriundos de las Tres Provincias Vascongadas. Una entidad nacida para dar culto solemne al patrón San Ignacio de Loyola, ayudarse mutuamente y «mantener vivo el sentimiento patriótico que ha distinguido siempre a los naturales de las Provincias Vascongadas».
Ruiz de Azúa narra la historia de esta entidad popularmente conocida como 'los oriundos' en el libro 'La Congregación de San Ignacio. El asociacionismo vasco en Madrid en el umbral del siglo XX' publicado el pasado año como volumen 31 de la colección Urazandi editada por el Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Los ejemplares se pueden descargar o comprar en papel en las librerías Elkar.
Misa en euskera
La congregación de los oriundos vascos continúa viva y en activo, con visita incluida del lehendakari Urkullu en 2015. Sus aproximadamente 400 miembros tienen su sede social en la 'iglesia de los vascos' de Madrid, como es conocida la parroquia de San Ignacio situada en la calle Príncipe, en el barrio de las letras. Un templo de estilo ecléctico, neorománico de corte francés, «la única construcción de este orden que existe en Madrid» (La Ilustración española y americana, 30 de julio de 1898) y que es obra de un vasco: el bilbaíno Miguel Olabarría Zuaznavar (1865-1903), un experto en construcciones diocesanas y congregante desde 1895.
El sacerdote oñatiarra Pedro Olalde es desde 2003 el capellán de este templo, donde cada domingo a las 12.00 horas oficia una misa bilingüe en euskera y castellano, en ocasiones acompañada por el Orfeón Vasco de Madrid. Las oraciones y cantos son en euskera y la homilía en castellano. Esta iglesia acoge asimismo la celebración de funerales y bodas.
San Ignacio comparte la titularidad de este templo con San Prudencio, patrón de Araba, y con la Virgen de Begoña, patrona de Bizkaia. Unos locales anexos al templo sirven de lugar de reunión para los miembros de la Congregación de Oriundos.
La iglesia de San Ignacio se inauguró en 1898 en el mismo solar que «antaño, entre 1685 y 1767, ocupara el Colegio y Oratorio de San Jorge que los jesuitas habían establecido para educar a los jóvenes católicos ingleses. En aquel inmueble se instaló definitivamente la Real Congregación de Naturales y Oriundos en los años 1770 tras haber pasado su primera etapa en el emblemático convento de San Felipe el Real, en la Puerta del Sol», escribe Ruiz de Azúa.
Socorro mutuo
La historiadora bilbaína añade que «en un tiempo en que la previsión social aún no se había institucionalizado por el Estado (siglos XVIII y XIX), la Congregación dedicó muchos de sus recursos -que procedían de las cuotas y donativos de los congregantes y simpatizantes, de la renta producida por sus propiedades y de la ayuda de las tres diputaciones forales- a cubrir gastos de enfermería, asistencia a hospitales y cárceles, estancias en balnearios, donaciones a familias necesitadas, billetes de regreso al País Vasco a emigrantes desventurados...»
Mondragoneses
En la extensa nómina de miembros que pueblan los más de tres siglos de historia de la Congregación no podían faltar hijos de Mondragón. Estíbaliz Ruiz de Azúa ha identificado a cinco: Máxima Elosua Zuazubiscar (Mondragón, 1861) era esposa del congregante elorrioarra Nemesio Landáburu Izaguirre (Elorrio, 1838-Madrid, 1902), de profesión maestro cantero y dueño, él o ella, de una pequeña propiedad por la que se pagó 60 pesetas al año de contribución territorial. El matrimonio vivía con una sobrina y una sirvienta alfabetizada.
Cristóbal Elosua Zuazubiscar, congregante nacido en Mondragón en 1867, era cesante y vivía en casa de una hermana, María, viuda, dedicada a sus labores, también nacida en Mondragón en 1854.
Pastora Elosua (Mondragón, 1856), afincada en Madrid desde 1875 y dedicada «a sus labores», era esposa del congregante alavés Laureano Ortiz de Zárate Lazcano (Legutio, 1854-Madrid, 1918), dependiente de comercio en 1895 en una ferretería importante de la calle Toledo, 44, que regentaba un tío suyo. Percibía un sueldo de 2.000 pesetas al año que, según Ruiz de Azúa, en adelante prosperaría mucho.
El matrimonio había tenido tres hijos nacidos en Madrid entre 1889 y 1894, y en su casa servía una sirvienta en 1895. Fue tesorero de la Congregación al dejar vacante el cargo por fallecimiento su tío Domingo Ortiz de Zárate y Landa.
Nicomedes Hermita Belategui, congregante, (Mondragón, 1862), se había establecido en Madrid hacia 1883. Fue grabador y residía en una casa modesta con su mujer, una azkoitiarra, tres hijos, su madre -viuda y también de Mondragón-, y un sobrino soltero y aprendiz.
Agustín Mendizábal y Viain, congregante nacido en Mondragón en 1850, llegó a Madrid hacia 1870. De profesión figura como «propietario» y vivía en un principal de la calle Toledo con su mujer, guipuzcoana, dedicada «a sus labores», tres hijos nacidos entre 1877 y 1887 -solo el varón era estudiante-, su suegra, viuda, y dos sirvientas -a las que pagaba un sueldo de 272 pesetas a cada una-.
Relacionado con este aparece un tal Marcos Mendizabal Macazaga, que no es congregante, nacido en Mondragón en 1864, soltero, vinculado con un establecimiento comercial que regenta con José Arrazola Echevarría, probable pariente de la mujer de Agustín Mendizabal. Por este negocio pagan una contribución industrial de 2.476 pesetas. Tenían dos dependientes de comercio y una criada.