Juan Rapacioli. En su primera novela, "Marinka, una rusa niña vasca", el periodista Rodolfo Luna Almeida reconstruye, con recursos de la crónica y la ficción, la historia de Marina, una niña vasca que es separada de su familia días antes de la caída de Bilbao -en medio de los bombardeos franquistas de 1937 sobre la capital de Euskadi- y enviada a la Unión Soviética, junto a miles de niños refugiados en el trasatlántico republicano Habana.
Publicada por Planeta, la novela viaja al corazón de la Guerra Civil Española a través de una historia que se mueve entre la reconstrucción histórica (el trabajo de la crónica) y la imaginación propia de la ficción, para centrar la tensión narrativa en la odisea de una niña bilbaína que pasó veinte años en la Unión Soviética, alejada de su tierra y sus seres queridos, y que un día llegó al puerto de Buenos Aires para contar su historia.
"Escucho la historia de Marina desde el día que la conocí, hace diez años. Me atrapó desde entonces que, a diferencia de los gallegos y tanos que habían buscado refugio en City Bell, mi pueblo natal, ella quería contar, necesitaba recordar", cuenta el autor, quien presentará su primera hoy a las 19:30 en el Centro Vasco Francés (Moreno 1370), con la presencia de Andrea Stefanoni, autora de "La abuela civil española", y de Marina González de Apodaca, protagonista de la historia.
-Télam: ¿En qué momento decidiste que querías convertir esta historia en una novela?
Rodolfo Luna Almeida: Es imposible permanecer ajeno a su relato. Marina cuenta todo en presente, como si estuviera pasando en este instante. Con un registro tan rico de sensaciones que estás en Bilbao con ella cuando la sirena antiaérea te sorprende en la calle. Esa estridencia se te mete en el cuerpo.
Escuchás el crescendo de los motores de la aviación alemana de la Legión Cóndor cuando ya están sobre la ciudad indefensa. Y te juro que en la voz de Marina escuchás los aviones.
Corrés con ella calle abajo cuando ya suenan los tres pitidos cortos que anuncian las bombas. Buscás las vías del tren para entrar al túnel ferroviario que sirve de refugio. Y con ella te apartás de los rieles y te pegás a las paredes húmedas del cerro, que tiembla con cada explosión.
Tenés diez años, tus diez años, cuando subís con ella la planchada del Habana en el puerto de Santurce, aferrando una maleta de cartón y con el corazón estrujado porque te separás de tu familia y no sabés cuándo la volverás a ver. Sentís que la guerra te persigue hasta la Unión Soviética, el país que te cobijó de la derrota de la República y en el que te creías a salvo, cuando los nazis la invaden. Sentís el hambre pegado a las tripas y el frío a los huesos. Te pican los piojos.
Te desgarra el deseo del reencuentro, la falta de comunicación con los tuyos. Desde el primer momento supe que esta historia debía ser contada.