Juan G. Andrés. En cierto modo, la historia de las Labèque podría equipararse a la de Ravel, que pronto abandonó su lugar de nacimiento para instalarse en París. Sin embargo, al igual que el famoso compositor de Ziburu, las pianistas de Baiona han mantenido siempre estrechos lazos con su tierra, a la que no descartan volver. Incluso planean montar un estudio de grabación en Iparralde.
-¿Qué significa Ravel en su educación musical y sentimental?
-Fue el primer compositor que empezamos a tocar cuando éramos niñas. En casa escuchamos un montón de ópera italiana y música francesa.
-Su madre Ada Cecchi, también pianista, fue discípula de la gran Marguerite Long, amiga de Ravel...
-Nuestra madre jamás hizo vida de artista de conciertos porque su familia estaba en contra, pero la música, y especialmente el piano, fue la pasión de su vida. Fue alumna de Marguerite Long, amiga próxima de Ravel y gran intérprete de su música. Nuestro amor por Ravel comenzó a través de nuestra madre, que fue una fantástica profesora de piano.
-¿Consideran a Ravel un autor vasco?
-Por supuesto, nació en el País Vasco y hablaba euskera. Él amaba la música popular, comenzó a escribir el 'Bolero' en Ziburu y en este momento sabemos que lo compuso inspirado por los instrumentos populares vascos. Es posible que el inicio del 'Bolero' en la orquesta -flauta y tambores- sea una transcripción de txistu y atabal.
-¿Ven ustedes más influencias vascas en su 'Bolero'?
-El sonido de la tierra. El 'Bolero' tiene un aspecto tribal cuando se toca con instrumentos vascos como hacemos nosotras. Mucha de la gente que lo ha escuchado en nuestros conciertos nos dice que jamás pensó que la pieza podría funcionar sin la refinada orquestación de Ravel, pero de manera asombrosa, funciona: nuestro 'Bolero' es más salvaje, directo, fuerte y enigmático.
-¿La influencia vasca es más clara en otras obras suyas?
-'Petit Poucet', de 'Ma mere l'Oye', se basa en una división desigual frecuente en la música vasca y es uno de los repertorios más bellos que tocamos a cuatro manos. Incluso 'Rapsodia española' tiene un color vasco para mí. No puedo separar a Ravel del País Vasco, también veo su influencia en el trío para violín, piano y violonchelo... Y sé que trabajó en una rapsodia vasca para piano y orquesta, 'Zazpiak bat', que no llegó a terminar.
-Gracias a la colaboración con Kalakan y Thierry, han podido retomar el contacto con la cultura vasca y conocerla más estrechamente. ¿Qué les atrae de ella?
-No te lo puedo explicar, es una cosa que llevamos dentro de nosotras y hablar con Thierry en 2006 fue una revelación de este país que habíamos dejado desde muy pequeñas pero que estaba siempre con nosotras. Es donde vamos cuando tenemos que recuperar nuestra energía para continuar adelante.
-¿Nunca llegaron a hablar euskera?
-No, y lo siento de verdad. En aquella época no se enseñaba euskera y nos marchamos de Baiona muy jóvenes para entrar en el conservatorio de París. Marielle tenia 11 años y yo, 13.
-Viven en Italia y, sobre todo, en la carretera, pero también tienen casa en Guéthary (Iparralde). Alguna vez he leído que les gustaría regresar aquí.
-Sí, todos los vascos del exterior regresan a su país al final de sus vidas... Hace 25 años que vivimos en Italia, el país de nuestra madre, con el que tenemos una vinculación muy fuerte, pero en Euskal Herria están nuestras raíces.
-Quizá una buena manera de volver es con ese estudio que quieren montar aquí cerca, en Amotz, cerca de Senpere.
-Sí, David Chalmin, nuestro productor de siempre, lo está montando. El objetivo es grabar allí nuestros discos pero también que lo utilicen otros artistas.
-Acaban de cumplirse 40 años desde que su hermana y usted empezaron a tocar el piano juntas. ¿Qué les queda por hacer?
-¡Muchas cosas! Lo mejor es que tenemos siempre proyectos nuevos y queremos desarrollar todavía el proyecto de música vasca. Hay muchas piezas que no hemos podido incluir por cuestiones de espacio y porque el disco quedaba demasiado largo.