Javier Aramendia. Es de destacar en dicho camposanto la profusión de monumentos funerarios a la memoria de las muchas familias de ascendencia vasca que contribuyeron desde los años de la conquista a la configuración y desarrollo de la gran república suramericana.
Al evocar la estela de los emigrantes con familiares o amigos argentinos, varios mencionaron el nombre de un vasco singular por la originalidad de sus proezas: se trata del llamado popularmente “El Vasco de La Carretilla” ¿Quién era este compatriota? Su identidad es esta: Guillermo Larregui Ugarte, nacido en noviembre de 1885 en el castizo barrio pamplonés de la Rochapea, emigrado a la Argentina con 15 años, como tantos y tantos paisanos, normalmente de familias de muchos hijos y escasos medios, que con no excesiva formación académica por la penuria de medios, pero rebosantes de ilusiones, optaban por tratar de “hacer las américas”, bastantes de ellos encaminándose a la extensa y fértil Argentina.
Sus primeros 35 años americanos transcurrieron sin mayor historia, suponemos que en el desempeño de humildes empleos, que le llevaron, sobre todo en los años 30 a la parte más remota y exótica del país sureño: La Patagonia, tierra poco conocida y poblada en esos años, pero que ya apuntaba detalles como veremos de futuro desarrollo, no solo ganadero, sino también del inminente alumbramiento del petróleo. Fue, precisamente, a raíz de su trabajo en una compañía petrolera estadounidense y subsiguiente desempleo motivado por el cierre de la empresa por problemas políticos, cuando el Sr. Larregui, que había estado oyendo constantemente las extraordinarias hazañas que contaban sus compañeros yanquis, de obtención de records en los más diversos campos, espoleado en su amor propio tomó la decisión que habría de cambiar su vida para siempre.
Se apostó con sus compañeros a que iba a ir andando desde Piedra Buena o Santa Cruz, en Patagonia hasta Buenos aires, nada menos que 3.500 km!!. Para ello se construyó una carretilla en la que llevaría todos sus utensilios de cocina, la tienda para dormir, ropas y poco más. Total no menos de 150 kilos para arrastrar. Como buen vasco, hombre de palabra y de una voluntad descomunal, se puso en camino el 25 de marzo de 1935, llegando, tras arrostrar todo tipo de contratiempos, frios intensos, lluvias, calores extremos, enfermedades, lesiones y hasta algún atraco, a la ciudad de Buenos Aires, 14 meses después, o sea el 24 de mayo de 1936.
Tenía entonces 50 años de edad. Su plan de ruta suponía caminar cada día en torno a 15-20 km. Iba siempre solo, únicamente acompañado por su perro, “Secretario”. Demostró el Sr. Larregui, para sobrevivir, un fino instinto de marketing, pues cuando llegaba a cada ciudad se dirigía a los periódicos o radios locales anunciando su presencia y enviando un cariñoso saludo a las autoridades, fuerzas vivas y la colonia vasca en particular. Tenía, también, buen cuidado en señalar que no pedía limosna, pero que aceptaría gustoso, sin embargo, “patrocinios”, como diríamos ahora. Vendía, también, fotos suyas dedicadas, exhibía su preciosa colección de mariposas y en resumen apreciaba una buena comida ofrecida por sus paisanos o una cómoda cama, si se terciaba. ¿por qué no?. Al llegar a Buenos Aires recibió un acogida multitudinaria tal era la fama que había ido adquiriendo. Hasta el presidente Agustín B. Justo de Argentina le recibió en audiencia privada.
Gracias a un estupendo libro escrito por la profesora de Puerto Iguazú, Dña. María Esther Rolón, en cuya oficina de turismo estuvimos, titulado “De Puro Vasco Nomás”, hemos podido leer gran cantidad de crónicas de periódicos locales en que se recogen con gran simpatía las andanzas del pamplonés. En ellas se pone constante énfasis en exaltar las virtudes de la raza vasca, su abnegación, espíritu de sacrificio, sencillez, reciedumbre y cumplimiento de la palabra dada. Tal era, entonces, la fama que nuestros paisanos tenían en aquel tiempo en Argentina. El Sr. Larregui no se conformó con los 3500 km. recorridos y pasados algunos meses de descanso en la capital se lanzó de nuevo a la carretera con una nueva carretilla pero con el mismo peso, más de 150 kilos que arrastrar con una correa que se enganchaba a los hombros.
El era flaco, enjuto rubio con bigotes y siempre con su boina bien encasquetada. Sus siguientes expediciones le llevaron al norte de Argentina, Jujuy, atravesando luego los Andes hasta Chile, llegó a Bolivia, también y únicamente le quedó pendiente subir hasta Nueva York, como el soñaba. En total, se pasó 14 años tirando de la carretilla y comiendo a base de lácteos. En total recorrió más de 22.000 km, que se nos antoja una enormidad y desgastó, solo en su primera aventura, 33 pares de zapatillas… Recaló, por fin, en la provincia argentina de Misiones, cerca de las cataratas de Iguazú, en 1949, donde fascinado por su imponente belleza, decidió “sentar cabeza”, construyéndose con destreza de carpintero, que era su antiguo oficio, una casita de latas, en la que acompañado por sus perros y embelesado con el canto de los pájaros, vivió sus últimos años, ejerciendo como guía a los turistas, a quienes atendía, según el libro citado, en nada menos que 6 idiomas.
Falleció nuestro recio vasconavarro el 5 de junio de 1964, acunado por el fragor impetuoso de las aguas al caer del rio Iguazú. Como colofón de nuestra visita a las maravillas de Iguazú, tuvimos el privilegio lleno de emotividad de rezar una oración por su alma ante su humilde tumba en el agreste cementerio de El Salvador, en Puerto Iguazú, no lejos de las cataratas. Descanse en paz el intrépido rochapeano de la carretilla.