Mario Vega. En esta actividad que llevamos adelante cotidianamente nos vamos encontrando en el camino con personas, lugares y situaciones, que nos llevan a valorar de manera especial el oficio que elegimos, o que nos ha tocado en suerte.
En tantos años de este ejercicio nos encontramos con personalidades de todos los ámbitos –políticos, culturales, deportivos, etc.-- que por algún motivo o circunstancia son temas para una nota. Obviamente está la gente que por su accionar se destaca de alguna manera… la que hace bien las cosas y otra que se transforma en noticia precisamente por ir en sentido contrario.
Y en el devenir muchas veces hay sorpresas… Es el caso que se va plantear ahora en esta misma columna.
De Macachín.
Fue “Colo” Roitman –querido personaje de esta ciudad (antes de Alpachiri)--que alertó de lo bueno que sería conocer a un joven que tiene una historia muy particular para contar. “Es un pibe fantástico… ya lo vas a ver”, expresó “Colo” ante el cronista al insistir para que lo entrevistara.
Y de verdad no mentía… café de por medio pudimos saber de Tomás Vicente (27). Y verdaderamente, nacido en Macachín es todo un personaje, con singulares anécdotas de experiencias que ha recogido en diversas partes del mundo.
Andando por el mundo.
No debe haber muchos pampeanos –más allá de Alexis Mac Allister y el médico de Winifreda Daniel Martínez-- que hayan vivido el Mundial de Qatar de manera más cercana. Porque Tomás fue, de alguna manera, parte de la logística organizativa y le tocó ser una suerte de guía para la delegación argentina en algunas circunstancias. Pero no sólo eso, porque el muchacho tiene inquietudes que lo llevaron a visitar sitios que a otros no se les hubiera ocurrido. ¿Por qué es eso de meterse en medio de una guerra nada más que para conocer de qué se trata?
Cuando narra sus vivencias lo hace de modo tal que muestra la virtud de no creérsela… y por el contrario se muestra lejos de comportarse como alguien que se cree más por el sólo hecho de haber vivido situaciones que para cualquier “común” son inimaginables.
Filosofía de vida.
A los 27 años tiene toda una historia para contar, porque ha hecho de viajar una verdadera filosofía de vida. Dicen los que dicen saber que eso se trasunta en principios, valores e ideas que hacen al estilo que alguien adopta en procura de su realización personal.
Tomado del griego “filosofía” significa ‘amor por la sabiduría o el conocimiento’ y le suma el complemento “de la vida”. Es decir, la filosofía de la vida sería el amor por la sabiduría de vivir. Y algo de eso hay en la búsqueda de este chico (y me permito llamarlo así porque por su edad podría ser tranquilamente mi hijo).
Con historias para contar.
Tomás tiene la virtud de una sencillez fenomenal,y la simpatía para ganarse la atención de un auditorio que –en la mesa de un bar-- componíamos un grupo de personas mucho mayores que él. Atrapando con sus historias a quienes escuchábamos y nos interesábamos por su vívido relato.
De entrada ya es interesante saber que fue uno de los argentinos que en Qatar –cumpliendo funciones en la organización del Mundial-- pudieron extenderle la mano a Lionel Messi, y al resto de los seleccionados para saludarlos tras el triunfo con Polonia.
Aunque esa sea nada más que una de las tantas anécdotas que jalonan su vida.
Su familia.
¿Pero quién es este chico? Nacido y criado en Macachín es hijo de Edgardo Vicente –propietario del icónico boliche “Batachá”--; y su mamá es María José Pérez Mujica, dedicada a la actividad agropecuaria, también de toda la vida.
“Familia numerosa y hermosa… tengo cuatro hermanos: Imanol, Maylén, Santino e Isabella. Y yo soy el del medio”, señala.
Y no quiere dejar de mencionar a sus dos abuelas, “las que conocí: Mirta Mujica por parte de mi madre; y Zulema Fiorucci por vía paterna. Las disfruté con intensidad y siento por ellas el amor más profundo. Han sido ejemplos de vida, resiliencia, y sembraron en mí mucha humanidad”, dice y se emociona.
Al volver sobre sus padres los ubica como “un ejemplo de vida, y hoy me siguen enseñando… porque uno no deja de ser hijo aún cuando haga su propio camino. Me apoyan en cada cosa que emprendo, y podría decir que me ‘soltaron’ desde muy chico, pero siguiéndome desde cerca”.
Crecer en libertad.
Y ese crecer en libertad tuvo manifestaciones tempranas. “Claro. Si cuando tenía nada más que 9 años me subí a un micro para viajar solo 12 horas a Bariloche, y papá le pidió encarecidamente al chofer que me cuidara. En Cipolletti hubo una parada y me bajé… cuando el micro se iba estaba el chofer como loco buscándome, pero por ahí andaba y continué el viaje”, sonríe ante el recuerdo.
Ya Tomás disfrutaba de cada momento de esa “aventura” inicial, sin dudas el inicio de lo que vendría después.
Los estudios.
Con pudor señala que puede desenvolverse “en Inglés, Portugués, Euskera (el idioma vasco), y hace un par de años estoy con Rruso y ahora encarando el Italiano. Le dedico bastante tiempo, y como todo es constancia nada imposible si te lo propones”.
Tomás cuenta que “con sólo 21 años” viajó solo “a estudiar inglés a Oxford, Inglaterra. Hacía tres años era miembro de un programa de voluntarios en una empresa que se dedica a la enseñanza de idiomas. Con diferentes acciones, como repartir folletos de la empresa, dar charlas en colegios, vender viajes a otras personas, trabajar en el call center atendiendo llamados, etc., iba juntando puntos que luego podía canjear por cursos de inglés. Con todos esos años de trabajo por puntos, y con la ayuda de mis padres, emprendí ese viaje. Desde ahí he viajado mucho conmigo mismo, como acostumbro a decir cuando me preguntan si no me da miedo viajar sólo, o si no es aburrido”.
La vida en el pueblo.
Había hecho la primaria en la Escuela 82 y la secundaria repartida en dos establecimientos: tres primeros años en EGB n°3 y luego otros tres en el Instituto Manuel Belgrano. “Fui la última camada de ese tipo sistema educativo secundario. Tengo los mejores recuerdos de los tres establecimientos, de los profes, de compañeros, del personal de los colegios…”.
La infancia se completó “con mucho aire libre y libertad. Hice tenis muchos años, atletismo, fútbol, básquet, vóley. Bastante deportista hasta los 18, pero después Buenos Aires me limitó bastante”.
Su carácter sociable le dio gran cantidad de amigos, “sin importar edades”, asegura. Y se nota porque en la mesa de café que compartíamos se iban sumando contertulios (personas mayores) que asistían fascinados a la charla del joven de Macachín.
No hubo Química.
Tenía 18 años cuando fue a Buenos Aires “convencido que quería ser Ingeniero Químico. Había llegado a la instancia nacional de las Olimpíadas de Química en Villa Giardino, Córdoba, y estaba convencidísimo, pero luego la experiencia universitaria me mostró que no era lo mío. No hubo química… fue un cachetazo. Después 2015 fue un año loco. Decidí aprovechar que Macachín iba a alojar al evento más grande de la colectividad vasco-argentina a fin de año, y volví para dar una mano en la organización. Me involucré tanto que aquí sigo…”, sonríe satisfecho.
La vasquidad.
Y explica: “Pasa que mi familia materna, Mujica, vasca con todas las letras, estuvo desde mi tátara abuelo hasta mi generación involucrada en el Centro Vasco de Macachín. Toda la vida. En mi casa siempre se ponderó el apoyo a las instituciones, entendiendo que el capital humano es el motor que las mueve, y en pueblos chicos como el mío cumplen un papel social, cultural y deportivo de gran envergadura”.
Señala que su abuela Mujica “fue la primera en transmitirme esa vasquidad. Fue acordeonista, bailarina -dantzari, como le decimos en la colectividad- y una vasca con todas las letras”.
Más estudios.
La Semana Santa de ese 2015 “fue un exitazo, pero yo quería seguir estudiando y empecé Relaciones Internacionales, y después Turismo y Hotelería. Hoy, ya terminé la segunda y sigo en carrera con la primera”, precisa.
Empleando su conocimiento de idiomas en Buenos Aires se dedicó a hacer algunas visitas guiadas… “Me gusta eso de contarle a los turistas la maravilla de país que tenemos”. Después de eso todos sus trabajos fueron voluntarios, en el Centro Vasco.
Pero siempre, aún desde su casa, “hacia cosas para juntar plata para mis viajes. Así que me dediqué desde la reventa de artículos en Mercado Libre, y en varios rubros, hasta las acciones y las criptomonedas”.
El Mundial de Qatar.
La califica como una de las experiencias “más lindas” que le tocó. “Trabajé como voluntario en los JJOO Buenos Aires 2018, y estaba seleccionado para los de invierno de 2020 en Lausanne, Suiza, pero vino la pandemia y quedó trunco. A fin de ese año me llegó un mail de FIFA con la apertura de vacantes para Qatar 2022... Faltaban dos años y lo completé para ver qué pasaba”.
Hubo sucesivos pasos hasta que le llegó la confirmación: “No podía creerlo…
Trabajar en Doha dentro de los estadios (se encargaban con otras dos personas de la logística del VAR y del sonido), caminar el campo de juego, conocer gente de todo el mundo, compartir espacio con el plantel argentino, chocarle la mano a Messi cuando les hicimos un pasillo después del partido con Polonia… Y aunque no lo crean a Alexis (Mac Allister) no tuve la oportunidad de decirle que éramos coterráneos. A mí me tocaba asistir y guiar al plantel en el estadio…”, resume sobre esa experiencia increíble.
Chernóbil y Auschwitz.
Tiene muchísimas cosas más para contar, pero es difícil reducirlas a unas pocas líneas. Es que Tomás en ese periplo permanente que ha sido su vida tuvo la prueba de visitar Chernóbyl, en Ucrania, con el contador Geiger (aparato que mide la radiactividad) colgado al cuello para evitar la radiación extrema, en el fresco otoño de 2019; caminar la historia entre los barracones del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en Polonia; visitar Kosovo y ver de primera mano los vestigios de la guerra de un lugar que se convirtió en sinónimo de caos.
Otras vivencias.
Fueron muchas cosas, como por ejemplo pasar por el momento de perder un bus en Arabia Saudita y que una familia lo alcance en auto hasta la ciudad más cercana para tomar otro; o hacer dedo en la región de Bucovina, en Rumania, para llegar a la frontera con Ucrania y visitar a un amigo que estaba colaborando en la crisis de refugiados al inicio de la guerra.
Y en plena pandemia –también-- organizar un viaje en una avioneta de repatriación para cruzar desde Uruguay a Argentina, luego de estar varado 20 días en Madrid cuando los vuelos no comerciales eran los únicos habilitados para entrar al país.
Vaya si las pasó el joven de Macachín, que se va todo el tiempo pero siempre está volviendo.
Tarea solidaria en Uganda.
Más recientemente, su última experiencia –hace apenas unos días regresó de allí-- fue en la profundidad de África. En Uganda participó de un programa de enseñanza de educación primaria en una Fundación para chicos con condiciones sociales y económicas complejas. “Me alojé en la casa de una familia y daba clases en inglés de lengua y matemática a los chicos. El choque cultural fue complejísimo porque de buenas a primeras me encontré en un lugar sin servicio de energía, sin agua corriente… Me duchaba a bidonazos con agua sin filtrar, con un sinfín de pestes dando vueltas, por lo que en ese momento no debía abrir la boca ni los ojos para no enfermar… con la necesidad de protegerme de los mosquitos y cocinar bien todas las frutas, verduras y carnes, para evitar malaria, tifoidea, cólera, hepatitis…”.
El amor de los chicos.
Admite que “acostumbrarse a todo eso cuesta, pero el entorno social lo hace ameno. Lamentablemente es la realidad de mucha gente en el mundo… y es verdad, no hace falta que nos vayamos muy lejos en Argentina para ver situaciones similares”, reflexiona.
Evoca con cierta nostalgia a aquella familia africana, por tanto amor genuino, por tanta sencillez… los chicos en la escuela fueron mi debilidad, y todo me dejó una experiencia que todavía estoy procesando, porque como en cada viaje una parte de mi corazón quedó allí”.
Jordania, y luego Irak e Irán.
Un dato para aquellos que siempre tienen a mano un pero… Tomás está lejos de ser un “hijo de papá y mamá” que viaja con el dinero que le pueden aportar. Todo el tiempo está procurando juntarlo, y lo hace con las más diversas actividades. Ahora mismo está aplicando para conseguir trabajo en un hotel de Jordania, con la intención claro de conocer por allí el Mar Muerto, las ciudades antiguas, los castillos del desierto (como Lawrence de Arabia), y recorrer los lugares bíblicos…
Pero eso será nada más que parte del plan, porque subyace en él la idea de visitar sitios tan controvertidos como los cercanos (a Jordania) Irak a Irán…
El futuro.
“Es que sinceramente no tengo una temática común en mis viajes. Soy de los que se meten en cualquier hueco que haya vacío, porque todo tiene su parte interesante, desconocida y que seguro va a dejar un aprendizaje”, evalúa.
“¿El futuro? No lo pienso demasiado… dejo que me sorprenda. No estoy en pareja y no tengo planes por ahora. Y tampoco de hijos. Ya llegará el momento y la persona con la que pueda formar una familia. Pero siento que para eso falta bastante, si el destino me lo permite”, reflexiona.
Es el muchacho de Macachín que tiene una vida casi de película. Y cuánta razón tenía “Colo” Roiman… Valía la pena conocer a “un pibe fantástico”. Sí, de verdad, un enorme gusto, Tomás...
Recuerdos de la guerra.
Ha corrido riesgos Tomás Vicente en algunos lugares. Y uno de esos sitios fue la ciudad de Kharkiv, a sólo 20 kilómetros de la frontera con Rusia.
“Me hice amigo en Qatar con una chica ucraniana, y me movilizó a vivir la guerra casi en primera persona. Y la vi desde un lugar muy cercano. En julio de 2023 había viajado al País Vasco a estudiar Euskera, y terminado ese curso se dio de poder ir a Ucrania. Más cerca no iba a estar. Debía tomar dos aviones, un colectivo y cuatro trenes de Bilbao. Tuve miedo, es inevitable, pero armé papelería y entre ella un seguro de vida con una compañía ucraniana porque el resto de las que hay en el mundo no te proveen asistencia en países en guerra”, relata.
Polonia fue el último punto antes de entrar a Ucrania. “La gente me preguntaba qué hacía ahí, y lo cierto es que no sabía qué contestar. Tres días más mas tarde mi amiga me esperaba en Kharkiv… Eran las 21, no tan tarde, pero ahí las luces se apagan de noche para poder mover tropas y no ser detectados. El toque de queda empezaba a las 221, y la oscuridad se hacía total. La bienvenida fue un tour por la casa y el refugio en el subsuelo... un plato de fideos y un chupito de kvass (bebida alcohólica típica que se toma antes de dormir)”.
Las sirenas.
Y sigue contando Tomás: “La primera sirena por posible ataque aéreo sonó a las dos de la mañana… y de ahí en adelante la escuchaba 5 ó 6 veces al día. Allí todo el mundo se mandaba a los sótanos que hay en cada casa… Un día sonó cuando yo estaba en la calle y tuvimos que dejar todo lo que llevábamos para correr al subterráneo que está 80 metros abajo. Se llenó de personas hasta que el peligro cesó”, recordó.
Trabajó en una Fundación que organizaba actividades lúdicas y educativas para los chicos desplazados. “Viajábamos a pueblos cercanos a llevar provisiones, y asistiendo a los hospitales con equipamiento médico”.
Rememora aún conmovido cuando la amiga le dijo de ir a una gran avenida cercana para ver lo que era la ciudad desierta. “Las calles vacías, la oscuridad inmensa… Se escuchaba el silencio… Era tremendo. No lo olvidaré nunca”, dijo Tomás.
Y agrega: “Me traje una experiencia inolvidable, y me conocí mucho a mi mismo en situaciones extremas. Estar a 14.000 kilómetros de casa, solo con vos mismo, te permite conocerte en profundidad…”, concluye.