Iban Gorriti. El Centro Vasco de Caracas mima en estos días un esqueje del árbol de Gernika que viajó en enero de la villa foral a la capital de Venezuela. Es el tercer intento de que un retoño tan simbólico siga con vida en la ciudad, y el cuarto del país si contamos también el de la ciudad de Valencia. El primero viajó en manos del lehendakari Aguirre. En este nuevo intento, han decidido ubicarlo fuera de la Euskal Etxea fundada en 1941: en el gigantesco parque del Este, donde se estima que hay un tipo de tierra de características similares a la de Euskadi. De hecho, hay un señor que lo cuida a diario: Alexis Pérez. “Lo riego a las seis de la mañanita, y de nuevo a las seis de la tarde”, explica a DEIA este encargado del museo Corbeta Leander. “Han plantado el árbol en mi zona, por ello me toca a mí cuidarlo”, pormenoriza.
El bautismo del esqueje corrió de manos de una de las últimas supervivientes vivas del atroz bombardeo fascista contra Gernika del 26 de abril de 1937: Itziar Rodríguez Seijó, hija, además, de un gudari del batallón Eusko Indarra de ANV y sobrina de fundadores de estas mismas siglas. “En el acto, me dieron la palabra y dije que estaba muy contenta de sembrar este retoño que venía de mi pueblo, de mi querida Gernika”, comunica desde Caracas donde reside desde hace redondos 70 años. “¡Qué bárbaro el paso del tiempo!”, enfatiza quien nació el 26 de diciembre de 1934.
A sus 89 años, la vizcaina afincada en el continente americano piensa que dentro de dos meses se cumplirán 87 años del día en el que la aviación alemana nazi de Hitler y la italiana fascista de Mussolini, con el beneplácito de los golpistas españoles de los Mola y Franco, volatilizaron la localidad vasca más icónica, que hicieron mundial los corresponsales de guerra y el cuadro encargado por la República al pintor Pablo Ruiz Picasso: Guernica.
Aquel día de abril, Itziar tenía “dos años y cuatro meses, y no me acuerdo de nada”, aporta con rapidez desde su memoria prodigiosa. Hasta la fatal jornada, su padre, José Rodríguez, fue –según su hija- contable del Hospital de sangre del Gobierno vasco Karmele Deuna, en el paseo de Los Tilos. Al comenzar las sirenas de peligro, la población corrió a los refugios y la madre de Itziar llevó a sus hijas a “un sótano” en Andra Maria. “Arrancaba en Erdiko kalea, hasta Barrenkalea y 8 de enero”, confirma el historiador José Ángel Etxaniz Txato, de Gernikazarra Historia Taldea. Murieron 45 personas, aunque ellas se salvaron. Además, hay una anécdota que la familia conserva que “parece un cuento” y Rodríguez pasa a compartirla: “Me la contó un amigo, Juan Arrien, la primera vez que fui a Gernika tras vivir nueve años en Venezuela. Me dijo: Itziartxu, aún no sé si estoy vivo por un caracol o por ti”.
La mujer quedó extrañada y le pidió que abundara en lo que acababa de decirle. “Resulta –prosigue– que yo tenía un caracol al que le cantaba lo de: Caracol, miricol, saca los cuernos al sol… Y en esto, cayó una bomba. Y el caracol se me cayó y lo perdí. Empecé a llorar y a decir: “Nora jun da nire karakola?”. Un gudari que estaba allí le dijo a mi madre que me sacara de aquel sótano, porque por los lloros le estaba molestando. Y este Arrien le dijo a mi madre “goazen”, agarró a mi hermana y luego a mí y salimos del refugio. Según dimos tres pasos hacia Landa Berde, cayó una bomba y murieron los que se quedaron allí. ¿Viste? Y Juan, el de La Taberna Vasca, me dijo a mi vuelta: No sé si te debo a ti la vida o a tu caracol. Ese fue mi cuento. Un cuento lindo, ¿no crees?”.
La madre y las hijas se refugiaron en Ea, donde había pisos vacíos de veraneantes. Mientras tanto su padre pasó del perdido hospital a ser gudari voluntario en el batallón Eusko Indarra, en el que también militaba su hermano Fernando. “Nosotros antes de la guerra realmente vivíamos en Bilbao donde mi padre era socio de una imprenta. Con el miedo de que entraran los nacionales mis padres decidieron ir a Gernika y mira, allí entraron antes”. En la villa habían vivido en el edificio La Taberna Vasca, frente a la iglesia, propiedad de familia materna.
“Cuando estos días he visto en la televisión el terrible incendio de Valencia, he pensado que a nosotros nos pasó igual, con la diferencia que a nosotros nadie nos ayudó. De hecho, los supervivientes todavía estamos esperando el perdón de los franquistas de mierda, aunque suene feo decirlo. Pero es que lo son y nos tienen que pedir perdón”, proclama a los cuatro vientos.
Tras cuatro años en Ea “donde todas las personas mayores nos querían por ser familia”, retornaron a Gernika cuando ella tenía seis años. “Fuimos a vivir a casa de mi bisabuela, en Landa Berde. Hice la primera comunión en las carmelitas. Pero vivir, primero en Landa Berde, luego en casas de Pedro Bidaguren, en San Roke –pero era una casa muy cara– y nos fuimos al 14 de Artekalea”, apostilla.
En 1949, su padre se exilió a Venezuela. En 1951 viajó su madre y el 24 de septiembre de 1954 llegaron Itziar y su hermana, recién diplomada en Magisterio, a Caracas. “Vinimos en barco. Y la primera vez que volví a mi Gernika fue en el 63, de visita, nueve años después del viaje. Luego, ahorraba dinero para ir allí cada año, a donde mis primas”.
Su familia por vía paterna, Ruiz, como materna, Seijó, son históricas. Por ejemplo, su tío Fernando encargaba las misas clandestinas por las víctimas del bombardeo y las pagaba. Por otra parte, sus tíos, los Seijó, fueron cofundadores de ANV y uno de ellos, Gabin, constituyó Galeusca, junto a Alfonso Castelao (Partido Nacionalista Galego) y Doctor J. Riera Puntí (ERC). “Yo a Sabino Arana le tengo mucho respeto y cariño. No soy del PNV, porque mis padres eran de ANV, pero le tengo respeto y sé el himno escrito por él, Gora ta gora. ‘Ez dot jakingo!’”, reacciona en euskara, lengua que “sé bastante aún, a pesar de haber pasado tantos años en Venezuela”.
También conoce la partitura de Gernikako Arbola, de Iparragirre. “La sabe todo el mundo”, opina. Le gusta más la canción que el cuadro de Picasso, que lo ha visto en dos ocasiones. “La primera vez, cuando mi hermano estudiaba en la Universidad de Indianapolis. Fui al Museo de Arte Moderno y lo miraba y miraba y repetía: qué feo, pero qué feo es. De bonito, no tiene nada. Como una hora estuve mirándolo y lloré y lloré y lloré. Con los años lo vi por segunda vez con mi madre y con mi padre en Madrid, donde no debía estar, que debía estar en Gernika. Fuimos la Navidad de 1978. Los llevé al Museo Reina Sofía y a mi padre le dio una especie de síncope, mientras que ama decía: Así fue, pero no había muchos caballos, ¿eh? A mí el cuadro no me gusta”, deja por sentado quien lamenta que por su artrosis no puede ir a ver crecer el retoño que plantó hace un mes. “A ver si esta vez se consigue que retoñe. Ya le están saliendo las primeras hojas”, concluye satisfecha.