"No es una casualidad, llevamos diez años haciendo largometrajes en el País Vasco de forma regular, unos 3 ó 4 por año", explica a Efe Asier Altuna, director de Amama, que ganó en el Festival de San Sebastián el premio Irízar a la mejor cinta vasca.
Un acuerdo entre las asociaciones de productores vascos y la radiotelevisión pública vasca, ETB, ha permitido sentar las bases para desarrollar un cine que se forjó primero en los cortometrajes, lo que dio a los realizadores la experiencia y la confianza necesaria para enfrentarse a los largometrajes.
En este punto coinciden Loreak, la segunda película de José Mari Goenaga y Jon Garaño, y Amama, que también es el segundo largometraje de Altuna.
Tras ser elegida como la representante de España en la categoría del Óscar a la mejor película en habla no inglesa, "Loreak" se ha vuelto a proyectar en las salas españolas y hoy se ha anunciado que el próximo 30 de octubre se estrenará en Estados Unidos.
Y si Loreak pasó por los festivales de Toronto, Londres, Zúrich o Tokio,Amama comenzará la semana próxima su periplo internacional en el Festival de Roma, donde participará en su sección oficial.
Será el día 22, y el 26 estará, también en la competición oficial, en el Festival de Montpellier.
"Se está cerrando su participación en más festivales", señaló Altuna, que dijo con humor que mientras se siga haciendo cine vasco, "seguirá habiendo riesgo de que alguna tenga éxito".
Las anteriores generaciones de cineastas vascos se trasladaban a Madrid y Barcelona para desarrollar sus carreras. "Ahora nos creemos que podemos hacer cine desde allí", afirmó el realizador.
Hay historias y estilos muy diferentes y se hace cine con confianza. Ahora se añade la posibilidad de que este cine, "que puede parecer un poco local y vasco, con palabras que nos pesan tanto, se abra fuera. Eso es muy importante".
Vender películas a todo el mundo es muy difícil y por eso los festivales internacionales son el mejor escaparate para darse a conocer, reconoce Altuna, muy contento con la repercusión que está teniendo "Amama".
Una película triste a la vez que esperanzadora, sobre el fin de un mundo muy particular, sobre una ruptura familiar, pero también sobre cómo la sabiduría y lo positivo de las tradiciones se transmite de generación en generación.
Amama cuenta la vida de una familia en un caserío. Entre niebla, frío y paisajes sobrecogedores, la abuela (la 'amama' del título) es la que ha condicionado tradicionalmente la evolución de los miembros de la familia, al decidir cuál es el destino de cada uno de ellos.
Un árbol se planta por cada miembro de la familia y cada uno de ellos es pintado en su base de un color: el rojo para el más fuerte y heredero del caserío y, por tanto, de la tradición; el blanco para el más vago o débil, al que se aparta de la posibilidad de una sucesión, y el negro para el rebelde.
Una forma de vivir que Altuna conoció de niño y que quería reflejar en una película porque está llegando a su fin.
La vida ahora en esas zonas rurales del País Vasco "ha cambiado muchísimo", los hijos se van a vivir a la ciudad y cada vez más los caseríos están habitados solo por ancianos, en muchas ocasiones, totalmente solos.
Una película con actores no profesionales, para cuya elección el realizador se dejó llevar por la intuición, lo que da a la historia una naturalidad poética que casa muy bien con el paisaje y con el estilo contenido de Altuna.