diáspora y cultura vasca
20/10/2010
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Josemi Arrugaeta/La Habana, Cuba. Será durante el siglo XIX cuando la afluencia de vascos hacia Cuba se hace más patente. La Habana, Cienfuegos y Cárdenas parecen haber sido sus lugares de preferencia para asentarse, sin olvidar la fuerte y continua emigración desde Iparralde a la zona Oriental de la Isla durante la primera mitad del siglo XX, pero en realidad podemos encontrar restos de su presencia en los sitios más insospechados de la geografía cubana.
Hasta bien entrada la década de 1950 los vascos siguieron teniendo a Cuba como lugar de destino, o de paso prolongado, con los altibajos normales, marcados de manera directa por nuestra propia historia y cada uno de sus acontecimientos, e incluso se puede afirmar que a partir de mediados de 1980 los vascos vuelven a hacerse presentes en el país, aunque sea ya por otras motivaciones, como pueden ser el exilio más reciente, las relaciones afectivas, la actividad institucional, la solidaridad política, el turismo o nuevas oportunidades económicas.
Los últimos piratas del Caribe
Las muestras y ejemplos de las actividades de nuestros compatriotas en la isla a través del tiempo son realmente numerosos: De Baiona fueron los últimos piratas del Caríbe -los hermanos Lafitte-; guipuzcoanos y de Iparralde fueron muchos de los hacendados del café de la Sierra del Rosario, como los Soroa; otros vascos como Zulueta, Calvo o Apezteguía, llegaron a ser grandes e influyentes comerciantes y negreros, pero los nombres propios se pueden extender a otros numerosos campos como la cultura, el deporte o la política, tales son los casos de Jesús Sarría, Aita Ignacio Birain o el pintor Patricio Landaluze, por citar algunos pocos. En cuanto a la vida de la Iglesia Católica en Cuba se refiere, la importancia de los vascos merece realmente capítulo aparte.
Aunque la presencia vasca en Cuba tuvo cierta importancia por su peso económico, cultural y político, su número fue relativamente limitado respecto a otras emigraciones de carácter peninsular. Sus agrupaciones sociales tardaron en cristalizar e ir acumulando archivos y documentos para nuestra historia, como la Asociación Vasco-Navarra de Beneficencia, fundada en 1877, el semanario Laurac-Bat, la Sociedad Eúzkara (de la cual apenas quedan rastros), los Tercios y Voluntarios Vascongados durante las guerras de Independencia, o las más cercanas y poco conocidas actividades del PNV en la Isla, desde inicio de 1940 hasta fines de 1950 (que incluyeron tres viajes del Lehendakari Agirre a Cuba).
Ron Aretxabala
Si los documentos y papeles, a veces dispersos y difíciles de encontrar, son pruebas fehacientes y objetos de investigación permanente, los rastros físicos que nos han dejado, son la otra cara fundamental de su legado. Los poblados de Vizcaya, Guipúzcoa, Alava, y el pueblo de Zulueta (donde el hacendado Julián Zulueta poseía ingenios azucareros), la inmensa fábrica de ron Arechabala, en Cárdenas, el pequeño fuerte Vizcaya, en la villa de Trinidad, las ruinas de los cafetales de la Sierra del Rosario, el jai-alai de Cienfuegos, o los “rincones vascos” de La Habana, son algunos ejemplos significativos, pero seguramente el listado es aun muy incompleto.
Los estudios, generales y sectoriales, sobre la influencia vasca en Cuba, y en muchos casos de Cuba en Euskal-Herria, por relación inversa, han aportado numerosos datos y análisis en los últimos años, fruto del esfuerzo y la paciente dedicación de una importante cantidad de investigadores, profesores universitarios y amantes del tema.
Vascos en la lucha por la Independencia
Desde el lado vasco se pueden señalar los trabajos de Beñat Çuburu sobre la emigración desde Iparralde, o los del profesor Alexander Ugalde que va rastreando las actitudes de los vascos ante las luchas por la Independencia o la presencia actual y renovada en nuestros días; es a destacar la digitalización de parte los archivos de la Asociación Vasco-Navarra realizada por Alberto Irigoyen (lo que ha abierto numerosas posibilidades a la investigación) por sólo citar algunos pocos nombres.
Desde Cuba, el libro “El Roble y la Ceiba”, y otros artículos de Cecilia Arrozarena o la única biografía publicada de Julián Zulueta, escrita por Eduardo Marrero, nos sirven también de ejemplos que van abriendo caminos y moviendo, poco a poco, el interés entre algunos estudiosos cubanos.
Sin embargo a medida que uno se adentra en este apasionante tema descubre nuevos elementos, en muchas ocasiones llenos de matices, pistas y sugerencias. La historia de los vascos en Cuba, así como la influencia de lo cubano en Euskal Herria, está en pleno proceso de construcción. En realidad esto no es una excepción, pues la misma es solo parte de una historia más grande, e igualmente poco conocida, la de los vascos esparcidos por el mundo, cual frutos del Arbol de Gernika, como dijera nuestro bardo Iparragirre.
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