Dani Burgui. Su madre, Alicia, siempre le advertía de que las chicas no corren el encierro, que jamás jamás se les ocurriese hacerlo. Pero Esther tenía claro que si alguien le dice que una chica no puede hacer algo, ella lo hará. Y así fue. Esperó a cumplir 20 años para correr entre las astas de los toros, junto a su hermano pequeño Peter y sus primos de Pamplona.
“Habíamos estado todo el día de juerga pero yo siempre he sido deportista y aunque esté toda la noche bailando, nunca he bebido mucho y éramos muy conscientes de que si queríamos correr teníamos que portarnos bien. A eso de las seis y media de la madrugada nos animamos a correr. Nos pusimos en la zona del ayuntamiento. Y tengo el recuerdo de pasar muchos nervios en la espera previa: miraba a mi alrededor y solo veía a gente muy muy borracha. Y pensaba: ¡madre mía, pero esta gente cómo va a correr! A los toros ni los vimos, pasó todo muy rápido. Pero el recuerdo que tengo es de pasar mucho miedo y como yo era la mayor, quería cuidar de mi hermano, pero al final se convierte en el sálvese quien pueda”, recuerda Esther entre risas.
Esther cumplió así la aspiración de muchos compatriotas norteamericanos que vienen a Pamplona para correr el encierro, pero las memorias de Esther Ciganda relacionadas con la fiesta son como las de cualquier pamplonesa. Nació en Moses Lake, en el estado de Washington (“que no en la ciudad”, recuerda a menudo a los que la geografía de un descomunal país como EEUU nos patina un poco), un pueblito de poco más de 20.000 habitantes cerca de la frontera con Canadá, en el Lejano Oeste. Allá se conocieron sus padres, Pedro y Alicia, que habían salido de Auza (valle de la Ultzama) y de Jaurrieta (valle de Salazar) para buscarse la vida en las Américas. Desde muy pequeña Esther y su hermano pasaban los veranos, cada cinco años, en Navarra con sus tías y primos. Así de sus primeros Sanfermines es incapaz de recordar nada. Apenas tenía unos meses. Después las memorias que le vienen a la cabeza son de los gigantes, los fuegos artificiales y ver a los toros a la mañana y los encierros.
Deporte y civismo
Así ha sido hasta que hace cuatro años, Esther decidió establecerse definitivamente en Hendaia y pedir una excedencia en el instituto de Idaho donde trabajaba como profesora de ciencias (Biología y Química) y también idioma español. “Siempre quise vivir una temporada en el País Vasco, desde que terminé la carrera con 24 años, pero nunca encontré la oportunidad”, explica. Ahora da clases de inglés para adultos y niños en Donostia/San Sebastián.
Tomó esta decisión después de participar en el Campeonato Mundial de Pelota Vasca que se celebró en la ciudad mexicana de Zinacantepec en el año 2014, donde Esther formaba parte del equipo de Estados Unidos. Mujer y pelotari. Ha participado en diferentes competiciones internacionales, también en Juegos Panamericanos y este año en Barcelona formará parte de la delegación técnica de la selección de Pelota Vasca de Estados Unidos.
El pasado día 6, como todos los años que está aquí, celebró el Chupinazo con su tía y sus primos. Después también con amigos norteamericanos, con los que suele hacer de anfitriona.
Recuerda que la única que vez que se ha sentido “guiri” es cuando era niña y sus primos para chincharle le decían “la americanita” o la “guiri”, también cada vez que venían a alguien hablando en inglés. Entonces, Esther agudizaba el oído y les decía: “No, ese habla diferente, no es de mi pueblo”.
Lo que sí causaba sensación eran sus pantalones cortos: “Es curioso, en Pamplona tardaron muchos años en ponerse de moda las bermudas y los shorts. La gente siempre nos miraba raro a mi hermano y a mí”.
“En cambio a nosotros lo que nos sigue impactando, y también a muchos amigos de USA, es el ritmo de la noche pamplonesa. Estar más allá de las dos de la madrugada en un baile en la calle y que se junten personas de todas las edades: niños, abuelos, jóvenes... Y la gente esté feliz y respete. Eso es increíble”. remarca. “Eso sí, lo que también impacta a los norteamericanos es la cantidad de basura”, dice con sorna. “Cuando era niña me obsesionaba encontrar una papelera donde tirar un vaso o un papel, entonces aparecía mi primo, lo agarraba y lo arrojaba al suelo. Y me decía: ya está, Esther”, recuerda con una carcajada.
Confiesa que le cuesta escoger un solo momento de las fiestas, ha vivido desde las corridas, a los partidos de pelota en Labrit, acompañar a la comparsa o bailar dantzas. Pero asegura que el Chupinazo en la plaza del Ayuntamiento sigue siendo una experiencia única.
“Un vez estuve celebrando el Año Nuevo en la plaza de Times Square en Nueva York y creo que solo es comparable con una experiencia así. Vivir el Chupinazo, tanto dentro como fuera, me sigue poniendo la piel de gallina. Sentir a toda la gente a tu alrededor vibrar a la vez, sentir como toda la ciudad se emociona a la vez. Hay una energía, una atmósfera, increíble. Es algo absolutamente único”.
EN CORTO
-Nombre: Esther Ciganda
-Fecha y lugar de nacimiento: Moses Lake, Washington (EE.UU.), 1974.
-Primer San Fermín: 1988
-Una canción: ‘Gimme hope Joanna’ de Eddie Grant. “Recuerdo que uno de los Sanfermines que mejor me lo pasé esta era la canción de moda y que sonaba en todas partes”.
-Un ‘momentico’: Salir a la calle y tropezarte con viejos amigos y conocidos, americanos o de Navarra, por casualidad. Lo inesperado e imprevisible de la fiesta.
-Un ‘momentazo’: El txupinazo, sin duda, sigue poniendo la piel de gallina.