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Terranova: Batalla de banderas, lucha cultural

25/01/2005

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El escritor y periodista norteamericano Robert Scarcia efectúa, al hilo de ciertos acontecimientos ocurridos recientemente en Terranova, una reflexión en torno a lo simbólico y cultural que impregna ciertas actitudes y a la necesidad de contemplar la vida desde la distancia y en sus auténticas coordenadas, desde el reconocimiento y el respeto recíproco.
Por Robert Scarcia (en la foto)

Como demuestran las polémicas sobre la presencia de la ikurriña en Navarra, las banderas son mucho más que colores y dibujos, son símbolos. Los conflictos de símbolos no son cosa exclusiva de estas latitudes. Durante estas últimas semanas la provincia canadiense de Terranova, ha sido el teatro de una batalla de banderas.

Parecía una simple historia de intereses y dinero, pero resultó ser un asunto mucho más profundo que radica en el alma de un pueblo, el pueblo terranovense. Se trata de una historia que merece la pena recordar a los vascos, cuyos antepasados cazadores de ballenas y pescadores de bacalao navegaban por las costas de la isla que llamaban ‘‘Ternua’’.

Al comienzo hubo una cuestión fiscal, un gesto de rebeldía en contra del gobierno federal de Canadá por parte de la ‘‘Cenicienta del Imperio’’, así como los británicos llamaban Terranova, por ser la provincia más pobre de su antiguos dominios, de aquel imperio en el cual como dijo Kipling la India era ‘‘la perla’’.

En virtud de la ‘‘perecuación’’, o sea un sistema de traslado fiscal gestionado por el gobierno federal, cuantías de dinero de los impuestos de las provincias ricas del oeste y de Ontario son transferidas a las provincias más pobres del país. El gobierno federal quería restar de los traslados de estos pagos cuantías correspondientes a las ganancias de las nuevas explotaciones petroleras submarinas frente a la costa de Terranova. En principio, Ottawa tenía derecho a esto porque el simple cálculo matemático indicaba un aumento de los ingresos de la provincia a causa de dichos ingresos petroleros. Terranova no estaba de acuerdo.

Pocos días antes de Navidad, el primer ministro de la provincia Danny Williams rompió las negociaciones y con un gesto teatral ordenó que todas las insignias con la hoja de arce, la bandera de Canadá, se quitaran de todos los edificios públicos de la provincia Terranova.

El pueblo terranovense mostró a su manera su apoyo al primer ministro: volvió a flotear en las casas, los pubs y comercios la antigua bandera tricolor rosa, blanca y verde de la isla. Según la tradición, ese antiguo tricolor de Terranova fue inventado en 1843 y fue fruto de un compromiso : rosa, como el color de los protestantes británicos, verde, como el de los católicos de origen irlandesa y blanco en medio como símbolo de paz entre las dos comunidades. Se trata de una bandera que nunca fue oficial, porque desde el comienzo fue interpretada como un símbolo independentista. Esta bandera prácticamente desapareció cuando en 1949 los terranovenses votaron en un referéndum su adhesión a la federación canadiense. Tal vez, por las emociones que la palabra referéndum estos últimos tiempos en el Estado, cabe recordar que con Terranova hubo dos referenda y que la opción en favor de la integración a Canadá pasó sólo a la segunda vez y con una mayoría mínima, menos del 52%, de los votos.

La exclusión de la bandera canadiense desató la rabia de Toronto y Ottawa, los centros económicos, financieros y políticos de Canadá. Terranova fue tachada de provincia mimada que vivía a espaldas de la federación. Hubo editoriales muy duros en contra del primer ministro Williams y de su provincia.

Pero con este gesto independentista simbólico, Terranova estaba enviando un mensaje muy profundo al resto del país: le recordaba que desde la crisis de la pesca comercial del 1991 hasta el 2003, 60.000 personas habían abandonado los llamados outports, o puertos pesqueros, de la isla. Los outports son la cuna de la cultura, la música, la poesía terranovense. Son los sitios en donde se formaron la memoria histórica y la identidad de Terranova. Si los outports siguen muriéndose o se transforman en una destinación turística veraniega, la isla habrá perdido su lenguaje y su alma. Sería tan grave como si Quebec perdiera su lengua.

Siendo gente costera, los terranovenses saben que la mar trae a la vez desesperación y esperanza. Los recursos petroleros que surgen de la mar son quizás la última esperanza para salvar la relación profunda que tiene Terranova con la mar. La solución estaría en una aplicación asimétrica del federalismo canadiense al trauma que vive Terranova.


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