Pedro J. Oiarzabal. El 27 de agosto de 2020, algunos jugadores de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA en su acrónimo en inglés), seguidos por jugadores de las ligas profesionales de béisbol y fútbol, boicotearon los partidos que debían jugar como respuesta a los disparos que hirieron de gravedad al afroamericano Jacob Blake por parte de un policía blanco en Kenosha, Wisconsin el 24 de agosto. Este episodio se sumaba a una ya larga lista de incidentes de brutalidad policial e injusticia racial que dieron vida al movimiento de protesta “Black Lives Matter” a lo largo de Estados Unidos en 2013. El posicionamiento político de estos jugadores contra el racismo sistémico conmocionó aun mas si cabe a una sociedad extremadamente tensionada y polarizada, particularmente, desde la llegada de Donald Trump a la presidencia del país hace algo más de cuatro años.
Ese mismo día el miembro de la Cámara de Representantes del Estado de Texas por el Partido Demócrata desde 2005, el vasco-americano Rafael Anchía Michelena, manifestaba su apoyo a la decisión tomada por los jugadores de la NBA. Escribió en su cuenta de Twitter: “Mi padre fue un atleta profesional, se unió al sindicato y se declaró en huelga en 1968. Fue despedido e incluido en la lista negra y su carrera de Jai Alai terminó en su mejor momento. Sin embargo, defendió lo que creía que era correcto”.
La narrativa tradicional construida sobre el mundo de la pelota vasca, y especialmente sobre el Jai Alai en suelo americano, raramente incide, al igual que ocurre con los famosos pastores vascos de ovejas del Oeste Americano, en su condición de trabajadores emigrantes, sujeta a derechos y obligaciones. En sí, tanto el pelotari como el pastor son romantizados hasta un extremo en que el que se diluye conscientemente el propio hecho de ser eso, trabajadores. A quien escribe estas líneas le interesaba la perspectiva del hoy congresista estatal Rafael Anchía, quien indudablemente había conocido la situación de primera mano a través de su padre Julio Anchía Garechana. Tras contactar con sus colaboradores, concertamos una entrevista que tuvo lugar el pasado 15 de septiembre.
"Mi padre defendió lo que creía que era correcto” (cortesía de la Familia Anchía).
Durante una hora estuvimos hablando sobre la carrera de su padre en el mundo de la pelota, su significado para una familia vasca en la posguerra, su trayectoria profesional, y las consecuencias que conllevó apoyar una huelga laboral que acabó con su carrera.
Julio Anchía Garechana nació el 4 de diciembre de 1936 en el camino al Caserío Longa en Mallabia, Bizkaia, casi cinco meses después del inicio de la Guerra Civil española. Con 15 años inició su carrera profesional como puntista en Zaragoza, España, desde donde saldría dos años después con destino a Nápoles, Italia, cumpliendo, finalmente, el sueño de todo pelotari de cruzar el Atlántico y jugar en EEUU. Así, en 1955, llegó a Nueva York con 19 años, comenzando a jugar en Dania, Florida. Era la época dorada del Jai Alai. Los frontones de Dania y Tampa se habían inaugurado en 1953 y el de West Palm Beach en 1955. El de Daytona abrirá sus puertas en 1959 y el de Orlando en 1962. En pocos años Julio se convertirá en un excelente jugador.
Imagen 1. Un joven Julio Anchía posa con su chistera (foto https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Julio_Anchia.jpg)
Imagen 2. Plantilla de puntistas del Frontón Dania Jai Alai Palace de Florida de la temporada 1955-1956. Julio Anchía es el número 12, tercera fila, el cuarto por la izquierda (cortesía de la Familia Anchía).
Tras ser reconocido como “el novato del año” en Dania, Julio se sumó a las actividades organizadas por los jugadores de 1956 con las que buscaban beneficios y derechos básicos. Ante la reticencia de las empresas gestoras de los frontones y “por ir a la huelga”, matiza Rafael, “mi padre fue incluido en una lista negra y se vio forzado a salir del país, perdiendo su carrera y estatus migratorio. Se vio forzado a salir del país con destino a México y allí jugará en el Frontón de Tijuana”.
A su regreso continuará con su carrera profesional en Miami y Daytona. En 1962, a la edad de 31 años y con 15 como profesional confesó al periódico The Miami News, “estoy listo para otros 15 años más. En el Jai Alai solo entras en tu mejor momento después de 10 años” (2). En 1967 contrajo matrimonio con Edurne Michelena, nacida en Ciudad de México y educada en la Universidad de Barcelona, cuyo padre Justino Michelena había sido pelotari, habiéndose exiliado a México como resultado de la guerra en España. Un año después nacerá Rafael en Miami. Sin embargo, el futuro no sería para nada halagüeño. Tras la clausura de la temporada de 1968, los jugadores, incluido Julio, reclamaron a las empresas mejores condiciones de trabajo (incremento de salarios, mejor seguro de salud etc.) o no volverían a jugar la siguiente temporada. Mientras tanto, los pelotaris, como trabajadores extranjeros y ligados a un visado de trabajo temporal, tuvieron que regresar a Euskal Herria. Se creían irremplazables, pero no lo eran. Los dueños de las empresas rechazaron todas sus propuestas, les amenazaron con no renovar sus visados y, finalmente, comenzaron a reemplazar a todo jugador que no quisiera continuar ligado a la empresa con pelotaris de menor experiencia y caché. “El apoyo a la huelga, supuso el fin de la carrera de mi padre”, comenta Rafael.
Tras regresar de Markina, la joven pareja, con un niño pequeño, tuvo que rehacer sus vidas. El sueño de su padre se había truncado por la huelga. “La pelota”, recuerda Rafael, “se lo había dado todo y todo se lo llevó. Fue una experiencia traumática. Ni siquiera hablaba de los años dorados de la pelota. No veía ni partidos”. Sin educación formal ni dominio del inglés, Julio se vio obligado a realizar todo tipo de trabajos en Miami, incluyendo el de vendedor de aspiradoras puerta a puerta, mientras su madre iniciaba su propia carrera en el mundo de la educación como profesora.
Con el tiempo, Julio regresará a la pelota. Primero manejó las canchas de aficionados en el South Miami Amateur Jai Alai y Orbea’s Jai Alai, y posteriormente se introdujo en la profesión de cestero y pelotero, trabajo que desarrolló el resto de su vida. Julio se jubiló en el Dania Beach Jai Alai como pelotero en 2006 a la edad de 69 años.
Julio Anchía cose una pelota para el Dania Beach en el que fue su último año como pelotero
(Florida Today, 23 de enero de 2006)
La historia de Julio, como la de tantos otros pelotaris, es una historia de superación ante la tragedia sobrevenida, que les forzó en el zenit de su profesión a abandonarla antes de renegar de sus derechos como trabajadores. Son las historias de ayer y hoy de una América que no consigue superar su profunda desigualdad y sus divisiones raciales. “Mi padre entendió la importancia de las oportunidades educativas para superar las dificultades, sin importar los sacrificios realizados, para que pudiesen aumentar mis posibilidades en la vida”, comenta Rafael. De hecho, Rafael, jugador de pelota desde los 4 años, fue seleccionado por EEUU para debutar en el Campeonato Mundial de Pelota Vasca de 1986, celebrado en Vitoria-Gasteiz. Ante la reticencia de su padre y la oferta de una beca para estudiar en la Southern Methodist University in Dallas, Texas, Rafael optó por seguir los consejos de su padre lo que supuso el fin de su carrera como pelotari. La posterior huelga del Jai Alai de 1988 ratificó su decisión. Sus compañeros pelotaris se encontraban sin trabajo.
Rafael Anchía con su hermana Christina y sus padres Julio y Edurne
en Miami en marzo de 2016 (cortesía de la Familia Anchía)
Mientras tanto, volvamos a Euskal Herria y a la fecha actual, a un momento en que los quince pelotaris de la Empresa Baiko iniciaban, el pasado 6 de octubre, una serie de paros afectando a las competiciones oficiales. Veintiún días después llegaron a un acuerdo con la Liga de Empresas de Pelota a Mano que recogió la mayor parte de sus reivindicaciones, incluyendo un salario mínimo bruto anual y el abono de dietas por desplazamiento. Al mismo tiempo se constituía una primera asociación de pelotaris en defensa de sus intereses laborales. Todos ganaban.
Por el contrario, tres décadas antes, la huelga llevada a cabo por los puntistas en EEUU, de 1988 a 1991, consiguió el triste récord de ser la más larga del deporte profesional americano. Hasta el último minuto las empresas ni siquiera reconocieron el derecho de asociación de los jugadores de Jai Alai ni la propia Asociación Internacional de Jugadores de Jai Alai (IJAPA, International Jai Alai Players Association), apoyada por la mayoría de los puntistas. Eran otros tiempos y otro país, y a pesar de una resolución favorable para los jugadores, el Jai Alai nunca volvió a ser el mismo, ni como deporte ni como negocio. Fue un juego de todo o nada en el que todos perdieron (1).
Ponemos la vista en el futuro siendo muy conscientes de la situación sociopolítica que vive EEUU, enzarzado en una guerra de trincheras ideológicas que parece no tener solución fácil. “Todos tenemos un pasado y hemos de procurar construir el presente que queremos que nuestros hijos hereden”, concluye Rafael. El juego continúa.
(1) Abrisketa González, Olatz. “A Basque-American Deep Game: The Political Economy of Ethnicity and Jai-Alai in the USA”, Studia Iberica et Americana, Year 4, Issue 4 (December 2007): 179-98. The Miami News. 17 de febrero de 1962. P. 16.
(2) The Miami News. 17 de febrero de 1962. P. 16.