J. Mikel Fonseca. Un amor incombustible por el baile llevó a este alavés desde su pueblo natal a Buenos Aires, donde da rienda suelta a su pasión
De un pequeño pueblo de poco más de un centenar de vecinos, a una metrópolis con casi 16 millones de habitantes. El cambio de escenario de Aitor Álava fue brutal. De su Zuhatza natal, en el valle de Ayala, a Buenos Aires, capital de Argentina y una de las ciudades más pobladas del mundo. «Pensé que nunca me iba a poder manejar solo. Es el país de los tamaños, todo es grande o gigante», relata desde el otro lado del Atlántico.
El contraste de Argentina, con sus superpobladas urbes --donde «en una sola manzana podemos ser miles»--, con Euskadi y sus moderadamente grandes ciudades, es lo que más sorprendió a este alavés cuando hace 13 años puso sus pies por primera vez en Buenos Aires. «Hace que valores esa capacidad del pueblo vasco para sentir que estás solo porque lo quieres estar, y en cinco minutos disfrutar un txakoli con toda ese gente conocida que hará que no quieras estar solo», añora.
¿Qué razones llevaron a Aitor a cruzar el charco? «Mi formación académica», sentencia con rotundidad. «La he completado en Argentina, estudiando y formándome en lo que realmente es mi vocación: 'ser' y dar clases de danzas». Actualmente, es profesor de Euskal Kultura y Folklore Argentino en Euskal Etxea-Llavallol y director del grupo Ekin Dantzari Taldea. «Finalmente, mi vida trascurre por la autopista que siempre busqué», resume.
El blog de los 'ekinianos'
Compaginando su trabajo como profesor de danzas, Aitor Álava conduce el blog 'Dantzango, dantza desde el Río de la Plata', un rincón del ciberespacio en el que se dan cita artículos y curiosidades sobre el baile y otras tradiciones propias del pueblo vasco. Incluye anuncios y resúmes de las actividades llevadas a cabo con su grupo, Ekin Dantzari Taldea, a los que él se refiere cariñosamente como «ekinianos». Entre publicación y publicación, se entremezclan ciertas reflexiones personales, breves y de corte poético, de este vasco de altos vuelos.
Aunque ahora goza de estabilidad en la capital argentina, no siempre fue así. Antes de cruzar el charco tuvo que desplazarse «a lugares inhóspitos de Zaragoza y Ciudad Real... lugares donde hasta los lobos llevan bufanda». Durante esta etapa de su vida, trabajó «un poco de todo», desde camarero a peón de derribos pasando por figurante en anuncios de publicidad.
Finalmente, en 2004 y tras pasar por el barnategi Maizpide de Lazkao -«soy euskaldunberri», confiesa-, llegó la hora de dar el gran salto. No todo fue un camino de rosas: «Fueron cinco meses recorriendo diferentes Euskal Etxeak, más de una veintena en la región». El esfuerzo tuvo su recompensa, y no solo en forma de su empleo soñado, que también. Fue durante esta etapa cuando conoció a Marina, su esposa y madre de su hija.
Periodos puntuales
Este vasco ha encontrado en Argentina su nuevo hogar y, de momento, no tiene ninguna intención de volver de manera permanente a Euskadi. Pero, con prudencia, Aitor recuerda el refranero: «Nunca digas nunca jamás, de este agua no beberé y este cura no es mi padre» (risas). Además, por su labor profesional, está abierto a volver por propuestas y proyectos, eso sí, siempre que se trate de «periodos puntuales».
El verano pasado Aitor regresó al viejo continente para un tour por varias de sus capitales, y la visita al País Vasco se terciaba imprescindible. Una aventura que guarda con mucho cariño en la mochila del corazón. «Estuvimos tres semanas en un viaje de estudios con 17 alumnos. Londres, París, Donosti, Gasteiz, Zuhatza (tres horas de estancia), Bilbo y Madrid». La breve parada en el pueblo de origen de este vasco fue cuestión de orgullo personal. «Una de las actividades marcadas en rojo de ese magnífico viaje fue conocer y comer en el caserio en Zuhatza. ¡A día de hoy, ellos no pueden explicar cómo un profesor de tango salió de allí!» (risas).
El trabajo no es lo único que hace que Aitor regrese a su tierra. Precisamente, varios «periodos puntuales» de este tipo se han venido repitiendo desde que aterrizó al otro lado del Atlántico, normalmente a razón de uno por año. El nacimiento de su primogénita Maialen, hace 8 años, hizo que la frecuencia de sus retornos cambiase al año y medio.
Entre Zuhatza y Buenos Aires hay más de 10.300 kilómetros, pero Aitor no ha encontrado esa distancia en la personalidad de su gente. «En un mundo conectado por internet, buscar diferencias sustanciales es casi perder el tiempo», reflexiona. Si acaso, el único punto disonante sería la hospitalidad, «entendida hacia adentro o hacia afuera» según la orilla del Atlántico. «El vasco entiende su hábitat como privado, el argentino entiende que la manera de demostrar amabilidad es abriendo las puertas de par en par. El equilibrio de los dos conceptos sería lo ideal».
(publicado el 22-10-207 en El Correo)