Nerea Azurmendi. La pelota, en sus numerosas modalidades y en los múltiples acercamientos a los que da pie, ha tenido grandes historiadores y cronistas, pero hasta ahora apenas se había profundizado en el rastro que en los últimos siglos ha ido dejando en los archivos. En el curso de otras búsquedas el historiador y antropólogo José Antonio Azpiazu (Legazpi, 1944) fue encontrando actas notariales, resoluciones municipales o documentos vinculados a pleitos que guardaban relación con el mundo de la pelota, y le llamo tanto la atención el interés y la abundancia de documentación inédita en torno al tema que le ha dedicado el libro 'Una historia de la pelota. Del siglo XVI a la revolución de Chiquito de Eibar'.
El libro, un trabajo de más de 250 páginas editado por Txertoa, ha sido presentado en San Sebastián y, según el editor, Martin Anso, cumple con las condiciones que caracterizan a los libros de Azpiazu: «Ha seleccionado un tema atractivo que no se había tratado en demasiadas ocasiones; ha basado su libro en un trabajo de investigación riguroso y no lo ha escrito para especialistas, sino para el público en general». En 'Una historia de la pelota' anundan hechos y personajes peculiares que pueden resultar divertidos, pero al mismo tiempo «es un reflejo de la sociedad de nuestros antepasados, en la que la pelota tuvo una gran importancia».
«Una nueva visión de nuestra historia»
La historia de la pelota de Azpiazu abarca un extenso período de tiempo que va desde el siglo XVI hasta la muerte «del mejor pelotari de la historia, en todas las modalidades: Indalecio Sarasqueta, 'Chiquito de Eibar', nacido en 1860 y fallecido en 1900, con tan solo 40 años, después de haber revolucionado e 'internacionalizado' el mundo de la pelota. Tal como ha indicado Azpiazu en la presentación, a partir del cambio de siglo la presencia y la importancia creciente de los medios de comunicación han hecho que todo lo que rodea a la pelota sea más conocido que en épocas precedentes.
José Antonio Azpiazu ha destacado que recoger las diversas facetas de la historia de la pelota a través de fuentes documentales y ver cómo ha ido evolucionando a lo largo de los siglos permite tener «una nueva visión de nuestra historia» ya que «la información archivística relacionada con la pelota nos permite descubrir escenarios desconocidos no solo sobre ese deporte sino sobre la propia vida vasca» en la que la pelota era «omnipresente».
Aunque la práctica de la pelota está documentada desde la Edad Media, Azpiazu ha partido de la Edad Moderna. En aquellos tiempos, ilustrados con ejemplos como el séquito de compañeros de juego que en 1502, en su primer viaje a Castilla, se trajo de Flandes Felipe II, o el pleito de las monjas que en 1571 se enfrentaron a los nobles que jugaban a pelota contra las paredes del convento y, con el golpeteo, alteraban su tranquilidad, el juego de la pelota parece propio de aristócratas ociosos. Cabe, en cualquier caso, la posibilidad de que el pueblo llano también se entretuviera con ese juego sin que nadie dejara testimonio escrito de esas actividades. Y, ya desde los primeros compases, el principal problema que plantea la pelota -bastante más grave que las molestias causadas a una comunidad de religiosas- es el juego, las apuestas, que los mandatarios tratan de prohibir, o cuando menos limitar, una y otra vez. Con escaso éxito, dicho sea de paso.
Para el siglo XVI, en cualquier caso, «toda Europa jugaba a la pelota» y no había ciudad que se preciase que no tuviera decenas o cientos de frontones. París, por ejemplo, contaba con 250. El juego, que se practicaba en prácticamente toda la península, -Azpiazu ha citado documentos tempranos de Valladolid o Toledo- mantuvo su carácter más o menos aristocrático hasta que se popularizó en el siglo XVIII, y en el XIX dio otros dos pasos que cambiaron su carácter: la industrialización y la internacionalización.
La pelota se abre al mundo
«Muy importante tenía que se la pelota para que en muchos pueblos el frontón ocupe un espacio mejor que la iglesia», ha destacado Martin Anso, en tanto que Azpiazu ha recordado que la pelota fue durante mucho tiempo el principal entretenimiento social, sobre todo en las zonas en las que no tenían muchas más alternativas pero contaban por lo general con un frontón. Al hablar de frontones, no obstante, es conveniente olvidad la imagen que tenemos del frontón actual, ya que al igual que el propio juego, los materiales y los reglamentos, el recinto en el que se jugaba a la pelota -al principio, una pista abierta y sin paredes- han variado mucho.
A pesar de todas las transformaciones, lo que parece acompañar a la pelota desde el origen es la apuesta. Ya hay constancia de la presencia de vascos en las grandes apuestas que se cruzaban en Flandes en el siglo XVI y, dado que las deudas de juego siempre han alimentado los litigios, la documentación relacionada con esta vertiente del juego es muy abundante y, en muchas ocasiones, un tanto chocante, como en el caso de los dos pelotaris 'vagamundos' de Iparralde que iban ganándose la vida fomentando apuestas de pueblo en pueblo con la excusa de que eran peregrinos camino de Arantzazu.
Tal era el empeño de las autoridades por evitar el juego «que destrozaba a muchas familias» y daba lugar a constantes conflictos que Carlos III, en 1771, consideró necesaria una Real Pragmática para tratar de atajar los abusos con las apuestas. El éxito de la iniciativa fue discreto, y las apuestas se siguieron cruzando. El clero, por cierto, se sumaba con discreto entusiasmo a esa práctica, y también hay bastantes casos de curas pelotaris que combinaban la sotana con éxitos en los frontones.
El gran 'boom' de la pelota, sin embargo, llegó en el siglo XIX, «cuando la espectacularidad de la cesta punta atrajo a atención de gente avispada que vio en esta modalidad la plataforma idónea para establecer una sólida base para las apuestas». Eso trajo consigo «la profesionalización de los pelotaris y la internacionalización de la pelota vasca», que dio lugar a la aparición de agentes, empresas, frontones privados y a grandes estrellas como Chiquito de Eibar, que Azpiazu considera «un revolucionario de la pelota».
La sensación que Chiquito causó en América, donde ya se habían asentado numerosos «emigrantes vascos pobres después de las guerras carlistas» abrió las puertas del continente a una segunda oleada de emigrantes, en este caso «emigrantes ricos», los cientos de pelotaris vascos que ganaban importantes cantidades de dinero en los frontones que fueron llenando las principales ciudades de América, y que llegaron hasta Asia. En Euskal Herria también se vivió a finales del siglo XIX una auténtica edad de oro de la pelota, con la construcción de numerosos frontones, un creciente interés de los medios de comunicación y partidos que generaban una enorme expectación.
(publicado el 15-10-2019 en El Diario Vasco)
-Este y otros libros de Azpiazu disponibles por internet