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Pedro María de Aguirre: "Grandes o chicas, las euskal etxeas son un segundo hogar para nosotros”

20/11/2015

Pedro María de Aguirre, vasco pampeano, durante la pasada Semana Nacional Vasca, en Macachín (foto EuskalKultura.com)
Pedro María de Aguirre, vasco pampeano, durante la pasada Semana Nacional Vasca, en Macachín (foto EuskalKultura.com)

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Como otros muchos en la Diáspora Pedro María de Aguirre engarza en su ser y en su vida cotidiana argentinidad y vasquitud. Agrimensor (topógrafo) de profesión, vive en Carhué, en pleno campo, como el vasco pampeano que es.

Joseba Etxarri. Nació en Buenos Aires nieto de un abuelo homónimo que partió a la Argentina desde el extinto caserío Azitain de Eibar --que devoraría años más tarde la autopista-- y de una abuela donostiarra, Consuelo Etxenike. De los nueve hijos de aquel matrimonio, seis nacerían en Euskadi y tres en Argentina, viviendo condicionados, como "Niños de la Guerra". Las idas y venidas y los lazos a ambos lados del océano son una constante en esta extensa familia, cuyos integrantes, hermanos, tíos, primos se suman por decenas, activos en su vasco-argentinidad.

Naces en capital federal hace 57 años, pero tu vinculación con la capital porteña será breve.

-Pasé los diez primeros años de mi vida en Buenos Aires, pero después nuestra familia vivió dos años en Euskadi, en Vitoria-Gasteiz, donde mi abuelo adquirió una fábrica y se lanzó a negocios que al cabo del tiempo se torcieron y tuvimos que regresar a Argentina, aunque ya no a Buenos Aires, sino a la Pampa. Cuando me preguntan de dónde soy, no me sale decir Buenos Aires: soy pampeano y la Pampa tira mucho.

Eres un niño argentino que llega a Euskadi con diez años.

-Con mis padres y mis tres hermanos. Para nosotros, niños, todo aquello fue muy emocionante, el viaje en barco visitando los diferentes puertos... Mi abuelo había hecho dinero en Argentina, se afincó en la parte tambera (lechera), agrícola ganadera, en un pueblo llamado América, y años más tarde el Rotary Club le reconocería como uno de los primeros pobladores de la zona, en la que abrió un comercio, una casa de ramos generales llamada "Los Vascos". Posteriormente compró terreno y se dedicó al campo, llegando a tener siete mil hectáreas de muy buena tierra, una superficie extensa, incluso para Argentina. Tras haber hecho dinero, en un momento dado vendió todo aquello y volvió a Euskadi: compró una empresa en Vitoria que fabricaba componentes para camiones y otras empresas, y así nos volvimos. Estuvimos dos años, porque más tarde el abuelo enfermó y finalmente emprendimos el viaje de vuelta, esta vez a La Pampa, a la ciudad de General Acha.

¿Qué recuerdo guardas de aquella estadía en Euskadi?

-Era época de bonanza y en la familia se cuenta que en Vitoria tuvieron en sus manos la posibilidad de comprar  el edificio que hoy es la residencia del Lehendakari, Ajuria-Enea, pero que mi abuela comentó que era demasiado grande y que daría mucho trabajo para limpiarla y mantenerla en condiciones y terminaron en Neguri. Nosotros vivimos en una casa de varios pisos en los que todos en cada planta y cada mano éramos de la familia, mis tíos, primos... Guardo recuerdos imborrables, cómo íbamos andando al colegio, yo al Sagrado Corazón, mi hermano a los Escolapios y mis dos hermanas al Veracruz...

La empresa quiebra y retornáis a Argentina.

-Mis padres se establecen en General Acha, donde abren una estación de servicio y un restaurante. Los abuelos vivírían con nosotros. Yo me quedaba embelesado escuchando a mi abuelo historias de cuando llegó al país con 18 años, una época en que se arrinconó a los indígenas hacia el desierto para extender y ocupar el país.

En General Acha existía ya el Centro Vasco Euzko Txokoa.

-Recuerdo el momento en que se hizo la inauguración oficial. Desde Bahía Blanca vino mi tío Andoni Irazusta y también participó el padre Iñaki Azpiazu, que gozaba de gran ascendencia en la colectividad vasca. En el caso del tío Andoni, era una referencia vasquista de primer orden y para mí fue como un segundo padre. Cuando pasé a Bahía Blanca a estudiar la secundaria viví durante varios años en su casa. Era una persona muy positiva y movilizadora, en dos segundos te dejaba arrancado para lo que fuera, contagiaba su entusiasmo. Él fue sin duda el movilizador de la Unión Vasca de Bahía, una entidad centenaria. Grandes o chicas, las euskal etxeak han sido y son un segundo hogar para los vasco-argentinos.

Con apenas 20 años volverás aún a Euskadi por otros dos años.

-Tenía el visado y todo preparado para estudiar en Jacksonville, Florida y, por cuestiones entre Argentina y EEUU, se suspendiéron todo ese tipo de operaciones, por lo que dec idí aprovechar la coyuntura y pasar un tiempo en Euskadi, en Donostia, trabajando para un primo, Francisco Javier Mujika de Aguirre, en su empresa. Me recorrí buena parte del país repartiendo pedidos. Así conocí a Josean Lizarríbar, un activista cultural y uno de los impulsores de Egunkaria, que resultó ser pariente de mi esposa. Nos hicimos muy amigos.

Te casa con otra vasco-argentina, Stella Anzorena Jauregui. ¿Coincidencia?

Nos conocíamos desde chicos, no lo sé. Lo que sí es cierto es que el sentimiento vasco es importante en mi vida. Es una cuestión de afecto natural, que he procurado transmitir a mis tres hijos, Aitor Xabier, Miren Amaia y Miren Maite. Algunos de sus primos, Iker, Xanti y Ainoa, nacidos en Bahía Blanca, regentan en Zarautz dos bares estivales, Mola-Mola y Gure Aitona, y han abierto un restaurant, Garaban . Salvo esas dos estadías que realicé en mi  niñez y juventud, he vivido siempre en Argentina; lo vasco siempre ha estado presente en mi vida, pero no he vuelto desde entonces. Ahora, con los últimos de mis hijos recibiéndose, aspiro a visitar de nuevo el país, con mi familia y mi madre seguramente. Atesoro recuerdos... mis raíces están allá y tengo muchos parientes, primos que son como hermanos, repartidos por diferentes poblaciones. Euskadi forma parte de mí y de mi vida.



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