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Memorias de un pastor de Idaho. José Aldasoro fue uno de los cientos de pastores vascos que emigraron hace varias décadas a Estados Unidos (en El Diario Vasco, de Donostia)

30/10/2003

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Por Elena Viñas. Su historia podría haber servido de inspiración a Bernardo Atxaga cuando escribió Bi letter jaso nituen oso denbora gutxian. Al igual que el protagonista de este cuento, José Aldasoro dejó un buen día su plácida vida en el País Vasco con la intención de marcharse como pastor a EE UU. Tenía entonces 38 años y toda la ilusión del mundo para forjarse un futuro diferente al que le ofrecía su Zegama natal. Aún hoy recuerda cómo se propuso dar un giro a su existencia cruzando al Atlántico. 'Fui a una agencia de Elizondo que se comunicaba con gente de California y en la que pedían pastores vascos. Yo acababa de vender mi rebaño y me fui de aventurero', señala.

José conocía bien el oficio. 'Desde la cuna', afirma sin exageración alguna en sus palabras, pues el pastoreo fue la ocupación de sus antecesores desde tiempo inmemorial. 'Mi padre se dedicó a ello, lo mismo que mi abuelo y el abuelo de mi abuelo'. Tuvo que someterse a un examen en Bilbao para demostrar sus conocimientos, pero la prueba más dura le esperaba en su hogar: dejar a su esposa e hija a este lado del océano sin saber cuándo volvería a verlas. 'Se quedaron en casa del suegro, mientras yo me embarcaba en la expedición con unos 40 pastores. Fuimos en tren hasta Madrid, desde donde nos llevaron en avión a EE UU. Cada uno íba a una parte distinta. A mí me tocó Idaho', dice remarcando sílaba a sílaba el nombre de su destino.

Desierto y coyotes

En Idaho le esperan los 'dueños', como se refiere a los que fueron sus patrones durante más de tres años. Según explica, 'tenían algo más de 3.500 ovejas que dormían en el campo, junto a una chabola. Al amanecer cogía el caballo, los perros y salíamos. Cada ciertos días cambiábamos a otro sitio en el que hubiera más comida. Aquello no me gustaba. Todo estaba seco, era pleno desierto. El pueblo más cercano estaba a 30 millas'.

'Las ovejas no daban trabajo, lo peor eran los coyotes. Siempre andaban alrededor dispuestos a atacar, día y noche. La salida era lo más peligroso, por eso tenía que ir con el rifle a cuestas', indica José Aldasoro, quien asegura que al menos una decena de estos animales cayeron abatidos gracias a su buena puntería. La soledad nunca fue un problema en las interminables jornadas bajo el sol sin más compañía que el rebaño. 'Era muy solitario. Aunque hubiese otros pastores por allí, no podíamos acercarnos, porque el ganado se hubiera mezclado y no hubiésemos podido separarlo'.

El idioma tampoco fue un inconveniente para él. 'Poco a poco se aprende, eso sí, todo verbalmente, hablando con los dueños, sus hijos y algún otro que se arrimaba. Podía defenderme. Era difícil, a pesar de que creo que el que sabe euskera lo aprende antes'. Más costoso le resultó, años antes, hacerse entender en castellano. 'Lo aprendí en la sierra de Urbasa, donde estuve un tiempo de pastor. Antes, hasta los 14 años, cuando iba a la escuela, solíamos leer en castellano, pero no tenía ni idea de qué significaba. No sabía cómo se llamaba ni el sol ni la luna'.

Txapelas en América

En sus contados días libres, recorría los áridos parajes del continente americano, que en nada se parecían a los bosques en los que se había criado. Paseaba con su inseparable txapela, la misma que le permitía ser reconocido por otros compatriotas que emigraron en busca de una prosperidad negada en sus pueblos de origen. 'Siempre encontrabas a alguien que venía con una en la cabeza, alargando la mano y diciendo ¡Kaixo! Había muchos vascos. Algunos se quedaron y hoy tienen sus ranchos. Así es como se llama a los caseríos allí'.

El mismo camino llevaba José Aldasoro. Sin embargo, la suerte quiso que en su única visita a casa ya no quisiera separarse de nuevo de su familia ni de la tierra que le vio nacer. 'Volví unos días con la intención de regresar y, al final, me quedé aquí. Vine a San Sebastián, donde con los pocos dólares que traje me compré un piso. Luego me coloqué en Hernani', declara con cierta nostalgia en su voz.

Así fue cómo cambió las labores de pastoreo por la rutina de una fábrica metalúrgica. Más tarde comenzó a trabajar para la Diputación de Gipuzkoa, construyendo las carreteras que discurrían por montes similares a los que en otra época cruzó a pie con el sonido de los cencerros. 'Ahí seguí hasta que me jubilé', aclara.

Desde hace seis meses, su vida discurre en Villa Sacramento, una residencia (donostiarra) de la tercera edad en la que rememora casi a diario su etapa de pastor en Idaho. 'Hace cinco años me quedé viudo y ahora vivo aquí', confiesa optimista.

CRONOLOGÍA

Pastor desde la cuna: José Aldasoro nació en Zegama hace 77 años y siendo un niño comenzó a trabajar como pastor, el oficio desempeñado generación tras generación por su familia en diversos montes de Gipuzkoa.

Rumbo a América: Respondiendo a la demanda de pastores vascos en Estados Unidos, con 38 años se embarcó rumbo a Idaho, para cuidar de un rebaño formado por más de 3.500 ovejas.

Vuelta a casa: Tras más de tres años lejos de su tierra, regresó a casa de vacaciones y no volvió. Se estableció con su mujer e hija en San Sebastián, donde cambió de empleo y nació su segunda hija. Hace seis meses se trasladó a la residencia de mayores Villa Sacramento, donde no se pierde ni una sola de las excursiones que se organizan semanalmente.


(publicado el 30-10-2003 en El Diario Vasco de Donostia-San Sebastián)


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