Nerea Azurmendi. Manu Bendala (Sevilla, 1983) debutará el próximo día 23 en Aramaio en el campeonato de bertsolaris de Álava –que arrancó ayer en Araia–, tras haber logrado en la fase previa los puntos necesarios para llegar a la ronda final. No será su primera plaza, pero sí la que dará una mayor visibilidad a la experiencia de este profesor de euskera y bertsolari andaluz al que no le importa dar la cara para demostrar que «nada es imposible si se le pone un poco de cariño y, sobre todo, se disfruta de cada paso».
–Manuel Bendala García-Donas. Cero apellidos vascos.
–Ninguno. Y eso que los he buscado, porque es tanto el sentimiento que tengo hacia esta tierra y esta cultura que hasta yo he llegado a pensar que tenía que tener algún antecedente, pero nada.
–Descartada la vía familiar, ¿cómo comenzó el viaje que le está llevando tan lejos?
–Había estudiado Magisterio y trabajaba en el mundo de la discapacidad, del autismo... Con 21-22 años empezamos a venir a Euskal Herria con colonias, en verano. Desde el primer contacto me pareció un sitio precioso, con un aire muy agradable de respirar y una cultura que me llamó la atención. Luego estuve un tiempo viviendo fuera de Sevilla. Al volver no tenía allí nada fijo. Como aquí ya había empezado a trabajar haciendo sustituciones en Gautena, hace diez años decidí venir y probar.
–¿El interés por el euskera fue inmediato?
–Era previo. Cuando venía en verano iba siempre con una libretita, apuntando cosas que veía en carteles, en pancartas, les preguntaba a los compañeros, ya había bicheado algo por internet... Los idiomas se me han dado muy mal, pero siempre me han gustado, y cuando vine a vivir aquí tuve muy claro que, por respeto a la cultura y al pueblo que me acogía, tenía que acercarme al euskera. Empecé a aprender desde cero, por gusto, sin presión y sin complejos. Mi objetivo era mantener una conversación básica, pedir una cerveza y chapurrear un poco, sin más.
–Pero llegó mucho más lejos en poco tiempo. ¿Cuál fue el 'método Bendala'?
–Me volqué mucho en mi entorno euskaldun. Sabía muy poco, pero les pedía que hablaran en euskera, y les decía que ya me apañaría para preguntar o para pedir ayuda si me perdía. Mi primera frase hecha en euskera fue «barkatu, andaluziarra naiz eta ikasten ari naiz» (perdona, soy andaluz y estoy aprendiendo). Siempre empezaba las conversaciones en euskera, aunque luego igual me contestaban y me quedaba fuera de juego...
–Fue un 'belarriprest' antes de que se inventara el término.
–Siempre. Puedes venir aquí y seguir viviendo en castellano sin ningún problema, pero yo lo vi de otra manera y empecé enseguida a relacionarme en euskera, aunque fuera chapurreado, con los amigos, con mi pareja, con mis compañeras de piso... Siempre he dicho que en el euskaltegi he aprendido mucho, pero sobre todo he aprendido euskera a base de usarlo, de escucharlo, de meter la pata, de seguir usándolo y de perder la vergüenza.
– En castellano apenas tiene deje sevillano, pero en euskera podría pasar por goierritarra.
–En euskera tengo un poco de mezcla, pero supongo que se me notan los siete años que he vivido en Gipuzkoa y los meses de barnetegi en Maizpide, en Lazkao. En castellano nunca he tenido un acento muy fuerte, pero es verdad que el que tenía lo he perdido, y hablo más despacio. Hace poco una amiga de Sevilla me echaba la bronca porque pronunciaba todas las eses, «¡hasta las del final!».
–¿Recuerda algún momento especial en el proceso que le ha llevado a sentirse plenamente euskaldun?
–Para mí es clave el momento en el que estableces las primeras relaciones en y desde el euskera. Eso cambia muchas cosas. Yo ya había ido algún verano a Maizpide a hacer intensivos, pero a principios de 2015 decidí dar el siguiente paso. Pedí excedencia en el trabajo y me fui al barnetegi, para dar el último tirón, preparar el EGA y, sobre todo, tener la experiencia de estar unos meses viviendo en euskera. Creo que cuando hay personas con las que te cuesta relacionarte en castellano, algo que a la inversa pasa muchísimas veces, es cuando te cambia el chip.
–¿Ese cambio de chip afecta también a su percepción de sí mismo?
–En cierta medida sí. Yo ya soy un euskaldun que quiere vivir en euskera. Para mí el idioma tiene la fuerza de definir lo que soy por elección, de una manera muy consciente, no por haber caído o por haber nacido aquí. ¿Va a haber una parte a la que nunca llegue? Tal vez. Noto en los bertsos que hay formas de decir las cosas que a mí no se me ocurren, pero llevo poco tiempo, y me queda mucho por aprender.
–¿Esa nueva identidad elegida choca de alguna manera con la identidad de origen?
–En absoluto. Soy euskaldun, pero también soy andaluz, y muy andaluz, porque allí tengo mis raíces, mi historia, mi familia... ¿Soy vasco? No lo sé, pero cada vez me siento más ligado a esta tierra y sería bonito crear mis propias raíces. En cualquier caso, el hecho de que me defina como euskaldun no resta nada a otras partes de mi identidad, sino que la enriquece. Está claro que en los últimos diez años he cambiado, pero ha sido por una suma de factores, por un proceso de maduración personal... Les ha pasado lo mismo a los de la cuadrilla de toda la vida de Sevilla, que sigo manteniendo.
–¿Cuadrilla en Sevilla?
– Hemos incorporado muchos términos de aquí: cuadrilla, pintxo-pote, palabras sueltas en euskera, el bertso lo conocen... Están viviendo este proceso muy en primera persona.
–Un proceso de inmersión que no se ha limitado a aprender la lengua.
–Desde el principio tuve muy claro que es imposible entender el euskera sin acercarte la cultura, y viceversa. Por eso siempre digo que no he aprendido un idioma, sino que estoy enamorado del euskera porque me une a la tierra en la que elegido vivir. Hay unos bertsos de Xalbador en una canción de Laboa que dicen que el pueblo es el cuerpo y el idioma el corazón, y que para estar vivo se necesitan los dos. Eso no lo he sentido ni lo he visto con otros idiomas. Igual es que siempre lo he vivido de manera un poco romántica y muy pasional, esa es mi forma de ser, pero el euskera tiene muchas cosas que lo hacen diferente, y me parece una pena no acercarse a él.
«Soy euskaldun y vivo en euskera, pero también soy andaluz, y muy andaluz»
«Es clave el momento en el que estableces las primeras relaciones en y desde el euskera»
–Se ha acercado hasta el punto de pasar de aprenderlo a enseñarlo.
–Sí, surgió la oportunidad de hacer un curso de glotodidáctica, y me apunté con la idea de seguir aprendiendo. Pensé que sería precioso ser profesor, aunque lo veía como algo muy lejano y muy difícil. Pero hice el curso y al cabo de unos meses me llamaron para dar clases. Empecé con mucho vértigo, preguntándome qué pintaba yo allí, pero ya voy por el tercer curso, y me parece muy positivo que los alumnos vean que un tipo normal y corriente como yo puede llegar a aprender euskera con un poco de esfuerzo y de cariño. Y siempre disfrutando, eso es lo fundamental.
–¿Al bertso también se acercó para seguir aprendiendo?
–Mi primer contacto con el bertso fue a lo grande, en una final del BEC. Andaba muy justo de euskera, no conocía la dinámica del bertso, ni la métrica, ni los 'doinus'... Pero lo que hacían me parecía tan imposible, y lo que surgía entre aquellas 14.000 personas tan emocionante, que tuve claro que tenía que seguir profundizando en ese mundo. Cuando hace tres años vine a vivir a Vitoria me acerqué a la bertso-eskola para encontrar un lugar en el que seguir practicando, con la idea de seguir aprendiendo, de ganar en velocidad, de empezar a crear directamente en euskera... No tenía más aspiraciones.
–¿Cómo recuerda aquella primera experiencia?
–El primer día que fui mi cabeza no dejaba de decirme 'tú, flipao, dónde vas, si no tienes interiorizado todavía ni el idioma'. Me pareció una tarea imposible, estaba seguro de que no iba a volver, pero soy muy cabezota, no tengo complejos y, en un proceso muy parecido al que seguí con el euskera, me fui enganchando. Al final, una vez más, he conseguido mucho más de lo que podía imaginar.
–De su primera plaza, ¿se acuerda?
–Sí, fue en Azkoitia, dentro del programa Bertsotruk. Recuerdo una comida muy, muy larga. Además, como soy vegetariano, no dejaban de traerme comida para que no me quedara con hambre. Lo recuerdo con cariño pero, aunque me sentí muy arropado, sufrí mucho, me lié bastante. Ahora, con perspectiva, pienso que no era ni el momento ni el lugar, pero después han venido más plazas, y he llegado al punto en el que disfruto más que sufro. Si no es así, no merece la pena. Y también en este tema, sobre todo en Araba, me parece importante dar la cara, mostrar que es posible que alguien que ha partido de cero, que ha empezado de adulto, pueda llegar a un campeonato.
–¿Qué tipo de bertsolari es?
–La verdad es que, aunque la gente piensa que por ser andaluz tengo que ser graciosísimo, no soy un bertsolari especialmente chistoso. Soy más sensible, cuando canto me gusta ponerle sentimiento a las cosas. No obstante, esto es un aprendizaje muy largo, y yo acabo de empezar. Todavía soy un proyecto de bertsolari.
–¿Qué es lo que más le cuesta?
–Para mí el ejercicio más complicado es 'puntu-erantzuna'. Es algo psicológico, llega y ya estoy pensando en que la voy a liar. En el resto, en general, estoy a gusto.
–¿Expectativas?
–No tengo prisa, no quiero llegar a ninguna parte. Me presenté para probar, con la vista puesta en la 'txapelketa' de dentro de dos años. El hecho de haberme clasificado, aunque sea por los pelos, ya es mucho más de lo que esperaba. Ahora lo que quiero es hacer un 'saio' digno, disfrutar de todo esto en prime ra persona y seguir aprendiendo.
«Que venga mi familia a verme desde Sevilla es la mayor 'txapela'»
«El 'saio' de Aramaio va a ser muy especial por muchas razones, creo que va a ser muy bonito. Va a venir toda mi familia a verme desde Sevilla. Están como locos, sobre todo mi madre. Y eso, aunque me da un poco de vértigo y me añade un punto de presión, es una alegría enorme. Me parece tan bonito poder cantarles desde el escenario en euskera y en bertso, compartir con ellos algo que ahora tiene tanta importancia en mi vida... No hay mayor 'txapela' que esa».
Bendala se siente cerca de otros bertsolaris que, aunque han nacido en Euskal Herria, no han olvidado, o han recuperado, sus raíces. «El proyecto 'Hezur Beltzak' de Jon Maia me ha llegado mucho. También cuando habla de las coplas a su abuela. La mía nunca me escuchó cantar, ni me oyó hablar en euskera, pero cuando voy a Sevilla visito el cementerio y le canto unos bertsos».
(entrevista publicada el 11-02-2019 en El Diario Vasco)