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Los Okendo, retrato de familia y de época; el palacio donostiarra de Okendo acoge una exposición dedicada a esta saga de marinos iniciada de los siglos XVI y XVII (en Gara)

09/01/2006

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Martin Anso/Donostia-San Sebastián. El donostiarra palacio de Okendo, integrado hoy en el moderno centro cultural que lleva su nombre, acoge hasta el 24 de enero una exposicion dedicada a la importante saga de marinos que tuvo en él su casa solar. Es el retrato de una familia y tambien el de una época.

La muestra “Los Okendo, una saga donostiarra” aborda la historia de la época dorada, los siglos XVI y XVII, de la importante familia sobre cuyo solar se edificó este palacio en la falda de Ulia, semilla del moderno centro cultural Okendo, al que da nombre y en el que actualmente se integra.

Es una exposición constituida por paneles informativos, cuadros y otros objetos más o menos relevantes. Una exposición modesta, de carácter divulgativo, que, sin duda, no satisfará a quienes tienen cierto conocimiento de la época y las principales figuras de la familia ­Miguel, el general, y su hijo Antonio, el almirante­, pero que, como contrapartida, cuenta con un enfoque interesante. Porque, queda dicho, es una exposición divulgativa, pero no divulgativa al estilo de las hagiografías tradicionales de los Okendo, que dan cuenta de sus «grandes victorias y sus amargas derrotas», sino divulgativa de un contexto histórico determinado. Un contexto en el que la clase dirigente de la Euskal Herria peninsular, de la que esta familia fue claro exponente, se liga en cuerpo y alma, económica e ideológicamente ­siempre régimen foral mediante-­, a la monarquía de los Austria, que gobernaba la mayor potencia de la época. Y no sólo eso, sino que actúa como el brazo industrial y naval ­siempre armado­ de aquella monarquía.

La llave, en el mar

La llave de aquel imperio en el que llegó a no ponerse el sol era la mar, y fueron sobre todo sus aptitudes en el manejo de esa llave las que permitieron a los Okendo, en sólo dos generaciones, encumbrarse socialmente.

De hecho, Miguel (1530-1588), el primer Okendo «importante», era hijo de Antonio, apodado, por su oficio, “El Cordelero”. Este Miguel, siendo aún niño, se embarca para América, vuelve rico y se desposa con María Zandategi, «el mejor casamiento que en la villa había». Miguel es comerciante, sobre todo de hierro, y armador de sus propias naves, que pone al servicio del rey. Llega a ser general de la escuadra de Gipuzkoa. Es uno de los capitanes de la Invencible y, aunque consigue regresar vivo, su navío explota nada más llegar a Pasaia. El morirá, enfermo, pocos días después.

Su hijo Antonio (1577-1640) asciende en el escalafón y llega a almirante de la Escuadra de Cantabria, que reúne a las naves de Gipuzkoa, Bizkaia y las Cuatro Villas cántabras. Vence «en cien batallas», en el Mediterráneo contra los turcos y en el Atlántico contra los holandeses. Especialmente sonada fue su victoria contra éstos en Pernambuco. Si su padre casó con el mejor partido de Donostia, él lo hace con el mejor de la provincia, con una Lazkano, principal linaje feudal de Gipuzkoa. Y, como su padre, muere prácticamente guerreando. En la batalla de Las Dunas, los holandeses se toman la revancha de Pernambuco. Antonio sale vivo, pero no llega a reponerse de sus heridas.

Le sucede su hijo natural Miguel de Okendo y Molina, quien anda también en la mar, aunque no con tanto éxito. En 1663 pierde su escuadra en medio de una tempestad y salva la vida gracias, al parecer, a Santa Brígida, a quien consagrará el convento que funda en Lasarte en 1670. A partir de entonces se dedicaría sobre todo a sus negocios en tierra, quizá convencido de que la santa no siempre iba a aparecer en el momento oportuno, y escribe dos libros: “El héroe cántabro”, en el que relata las hazañas de su abuelo y, sobre todo, de su padre, y, cómo no, “La vida de Santa Brígida”. Ambos forman parte de la exposición.

Contradicciones y desengaños

La familia sigue siendo muy poderosa, pero su estrella se hace menos refulgente a medida que la corona de los Austria pierde brillo. Ellos, sin embargo, no parece que llegaran a sentirse decepcionados e incluso abandonados por la monarquía, como otros hombres de mar vascos que lo perdieron todo en su servicio sin recibir nada a cambio. Claro que ninguno llegó al extremo de romper con el monarca como lo hizo Lope de Agirre, cuya carta de 1561 a Felipe II no figura en la exposición, pero sí, muy oportunamente, en el catálogo de la misma. Y es que la adhesión a los Austria, incluso en su época dorada, no fue por estos lares absoluta o, al menos, no siempre y en cualquier situación. De hecho, uno de los méritos de Miguel de Okendo, tal y como queda recogido en la exposición, fue sofocar un motín de marineros y algunas autoridades locales contrarias a una petición del monarca de embarcarse a la guerra.

Anotaciones como ésta, intercaladas en el discurso general de la muestra, permiten al visitante reflexionar sobre la complejidad de una época que, con demasiada frecuencia, se presenta quizá de forma excesivamente esquemática.

A ello contribuyen también algunos de los objetos reunidos, que, aunque no demasiados, ni demasiado relevantes, dan qué pensar. Por ejemplo, el «banderín de una nave francesa» apresada que Antonio de Okendo ofreció como exvoto a la Virgen de Arantzazu. Basta echar un vistazo a las armas representadas en el banderín para comprobar que aquella «nave francesa» era en realidad navarra, pues cien años después de la conquista castellana de la parte meridional del reino, éste seguía subsistiendo al otro lado del Pirineo.

Otra pieza curiosa es la bala de cañón holandesa que en Pernambuco debió pasearse por la cubierta de la nave de Okendo sin llegar a explotar «de milagro». También ésta fue ofrecida por el almirante a la Vírgen de Arantzazu como exvoto. Como contrapartida, la exposición incluye la fotografía de otro exvoto conservado en la iglesia de la localidad holandesa de Durgerdam. Se trata de la maqueta de una nave capturada por un héroe local a la armada de Okendo en el transcurso de la batalla de Las Dunas, en la que el almirante sufrió su debacle definitiva. Y es que el Dios «verdadero», en nombre del cual guerreaba el donostiarra contra turcos y herejes, no estuvo al lado de su siervo en aquella jornada. Ya lo dice la jota (que el visitante no encontrará en la exposición): «Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos». Algo de eso debió pasar en Las Dunas.

La culpa, de las brujas

En realidad, Dios no dio la espalda a Antonio de Okendo sólo en aquella batalla. Algunos años antes, en 1607, un temporal hundió buena parte de su flota en las costas de Lapurdi. Perecieron varios cientos de hombres y el propio almirante se salvó a nado. En aquella ocasión le echaron la culpa ­recuerda la muestra­ a los maleficios de María de Zozaia, juzgada en el proceso de Logroño, el de «las brujas de Zugarramurdi». La exposición no lo dice, pero fue una de las once personas condenadas a la hoguera y la única que, a pesar de haberse confesado «culpable», fue quemada en el Auto de Fe de 1610. Lo fue en efigie, es decir, representada por un monigote, pues había fallecido durante su cautiverio.

Por cierto que, a pesar de su apellido baztanés y estar encausada en el proceso «de Zugarramurdi», María era vecina de Errenteria. ¿Los akelarres en los que supuestamente realizaba los maleficios tenían lugar en las cuevas de Zugarramurdi o en el monte Jaizkibel? Hay que tener en cuenta que, apenas unos años después, en el proceso seguido contra Inesa de Gaxen y otras «brujas» afincadas en Hondarribia, salió a relucir la celebración de akelarres en Jaizkibel en los que supuestamente se realizaban maleficios para hundir navíos.

Las Okendo

La exposición dedica también un espacio al papel, sin duda fundamental, de las mujeres de los Okendo, que no se limitaban a aportar ricas dotes y a concebir hijos. Mientras los maridos andaban en la mar, eran básicamente ellas quienes administraban sus negocios desde tierra. Caso paradigmático es el de María de Lazkano, quien, tras quedar viuda, se recluye en el convento que ella misma ha fundado. Pero lo hace como novicia, para poder seguir dirigiendo los asuntos familiares. Sólo justo antes de morir toma los hábitos de monja.

En definitiva, “Los Okendo, una saga donostiarra” permite al visitante acercarse a una época en la que parte de Euskal Herria fue la potencia industrial y naval del imperio más poderoso del momento. La muestra podrá ser visitada hasta el 24 de enero. De lunes a viernes, de 10 a 14 y de 16 a 20.30 horas. Sábados, de 10 a 13.30 y de 16.30 a 20.30.

(publicado el 09-01-2006 en Gara)


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