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La vida pública de los fondos privados; bibliotecas y archivos públicos custodian la memoria colectiva, que los particulares también enriquecen con sus aportes (en El Diario Vasco)

06/03/2006

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Nerea Azurmendi/Donostia. Jorge Luis Borges consagró uno de sus relatos más célebres a un libro de arena cuyo número de páginas era «exactamente infinito». Las bibliotecas y los archivos, si están vivos, tienen esa misma tendencia al crecimiento continuo e imparable. A diferencia del libro borgiano, sin embargo, tienen un principio. Y como carecen de la sabiduría de aquel, necesitan que alguien guíe su crecimiento.

Ese es el caso de la Biblioteca Foral de Gipuzkoa, que tiene su sede en el Koldo Mitxelena y forma parte de un sistema al que también pertenecen archivos públicos como el Archivo General de Gipuzkoa situado en Tolosa y el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa, con sede en Oñati. A ese sistema le corresponde, entre otras, la responsabilidad de preservar en las mejores condiciones la memoria colectiva.

La biblioteca que actualmente alberga el Koldo Mitxelena nació teniendo como sustrato la rica biblioteca del bibliófilo ilustrado aizkoitiarra José Francisco Aizquibel (1798-1864), se fortaleció con el impresionante fondo de Julio de Urquijo (1871-1950) y sigue creciendo, mediante adquisiciones, donaciones y depósitos, condicionada por su naturaleza de biblioteca pública que compagina la función generalista con su vocación de biblioteca patrimonial orientada, fundamentalmente, a la cultura vasca.

Trabajo y suerte

Los archivos crecen de manera bastante natural por la propia actividad de las instancias que los alimentan, pero nutrir adecuadamente a una biblioteca para que crezca como es debido es una mezcla de conocimientos, acierto, sentido de la oportunidad y suerte. La vertiente más pública y generalista de la biblioteca del KM, cabecera del sistema bibliotecario guipuzcoano, se abastece de las compras regulares de libros, revistas y materiales en otros soportes (CD, DVD...) que aportan a sus fondos --más de 220.000 registros catalogados y disponibles-- 9.000 novedades cada año, sin contar las suscripciones a publicaciones periódicas.

La parte patrimonial que gestiona la memoria bibliográfica de Gipuzkoa, sin embargo, se alimenta de productos más delicados y raros de encontrar, sibaritismo que comparte con los archivos históricos. Tanto Frantxis López de Landatxe como Gabriela Vives, responsables respectivamente del Servicio de Bibliotecas, Promoción y Difusión Cultural y del Servicio de Patrimonio Histórico-Artístico, Archivos y Museos de la Diputación Foral de Gipuzkoa, recuerdan episodios más o menos rocambolescos con final feliz --libros valiosos encontrados en contenedores de basura, archivos rescatados del fuego la víspera misma del día de San Juan...--, pero reconocen que es más habitual el trabajo metódico, a veces casi detectivesco, de búsqueda de ese libro, esa revista o ese archivo que, si culmina en una buena compra, puede completar y enriquecer lo ya existente.

La compra hace dos años a un anticuario madrileño del célebre manuscrito de Lazarraga fue, precisamente, fruto de una de esas peripecias que, a veces, terminan en éxito.

«Tenemos que estar siempre atentos a lo que surge y a lo que necesitamos --indica López de Landatxe-- pero también es cierto que hay profesionales que tienen conciencia de lo que significa el patrimonio colectivo y reservan fondos para las instituciones antes de proponérselos a otros clientes que tal vez les pagarían mejor».

Muchas de las operaciones que conducen al enriquecimiento de las colecciones se desarrollan en un mercado altamente especializado que las instituciones comparten con profesionales de la compraventa de publicaciones antiguas y bibliófilos, pero otras muchas se deben a donaciones o a adquisiciones de bibliotecas o archivos privados que, en manos públicas, tienen garantizada su preservación, su integridad y su uso colectivo. En su «segunda vida pública», los fondos privados pueden beneficiarse de condiciones de conservación óptimas, precedidas con frecuencia de trabajos previos de restauración.

Criterios de selección

La mayoría de las grandes colecciones privadas que se ajustan a las características de los fondos que predominan en el Koldo Mitxelena han pasado ya a manos institucionales, aunque todavía queden bibliófilos apasionados que están conformando bibliotecas de gran valor que tal vez en su día puedan seguir el camino de las anteriores. Y existe un gran campo de oportunidades referido fundamentalmente a materiales editados desde la Guerra Civil hasta la década de los ochenta.

Las funciones y la orientación de la Biblioteca Foral, que tiene a la cultura vasca como hilo conductor en lo que respecta a su faceta patrimonial, condicionan en gran medida tanto las preferencias como las necesidades a la hora de incorporar, por el procedimiento que sea, nuevos fondos.

Frantxis López de Landatxe reconoce que «si se ven los fondos de Aizquibel o de Urquijo, que son la base fundacional de nuestra biblioteca, se ve por donde vamos, qué caminos seguimos a la hora de tratar de completar lo que hay, de llenar huecos...». A veces, sin embargo, alejarse de esa ortodoxia ha dado excelentes resultados. «La posibilidad de adquirir la biblioteca de Gabriel Celaya, por ejemplo, fue una cuestión de oportunidad. No se ajustaba exactamente a la naturaleza de nuestros fondos, pero nos hemos encontrado con un auténtico tesoro del que, sin duda, se podrán beneficiar muchos investigadores», recuerda López de Landatxe.

Un repaso a la relación de los principales fondos procedentes de compras o donaciones -hay muchas más, aunque sean de menor volumen- que figura en la columna puede dar alguna pista acerca de cómo va creciendo, en ese sentido, la Biblioteca Foral.


Imanol Agote, director de Cultura de la Diputación de Gipuzkoa
«ESTAMOS CUMPLIENDO LAS FUNCIONES PROPIAS DE UNA BIBLIOTECA NACIONAL»

N.A./Donostia. Para la mayoría, la Biblioteca Foral de Gipuzkoa ubicada en el centro cultural Koldo Mitxelena de Donostia es un espacio de consulta, de lectura o de préstamo de productos culturales, pero tiene también una dimensión que se extiende a toda Gipuzkoa y le atribuye responsabilidades que van más allá de la difusión cultural.

-¿La Biblioteca Foral de Gipuzkoa es una biblioteca ordinaria?

-Además de ser un centro de lectura, es la cabecera del sistema bibliotecario guipuzcoano, que tiene que contribuir a organizar, y tiene también entre sus funciones específicas más importantes la recuperación y la gestión del patrimonio y la memoria bibliográfica de todos los guipuzcoanos.

-Una función que, casi por definición, desarrollan las bibliotecas nacionales...

-Así es, pero eso es algo de lo que en Euskadi carecemos. Cataluña, por ejemplo, creó su biblioteca nacional a principios del siglo XX, algo que aquí no se hizo. Tradicionalmente, la función de las bibliotecas nacionales en esa dimensión patrimonial la han desarrollado y la siguen desarrollando las bibliotecas forales de Gipuzkoa y Bizkaia y la Fundación Sancho en Sabio en Álava, así como, en determinados períodos, algunas bibliotecas municipales grandes como la de San Sebastián.

-¿Y eso no es un poco caótico?

-Es cierto que el conjunto se ha gestionado en ocasiones de modo un tanto desordenado y que se han producido algunas situaciones extrañas, pero en general la coordinación funciona bastante bien a efectos de preservar la memoria y el patrimonio bibliográfico, que es de lo que se trata.

-Gestionar y enriquecer ese patrimonio, así como el patrimonio documental que custodian los archivos y el patrimonio etnográfico, tiene también una dimensión física. ¿Tienen las colecciones espacio para seguir creciendo?

-En el caso de la Biblioteca, hay verdaderos problemas de espacio que sus responsables resuelven como pueden. En cuanto a los archivos, en el de Tolosa todavía hay sitio, pero no podemos olvidar que Euskadi es la única comunidad autónoma que todavía no tiene transferidos los archivos del Estado, una competencia que no tardará en llegar y que generará nuevas necesidades. En ese sentido, en las nuevas instalaciones del Archivo Histórico Provincial de Guipúzcoa que el Ministerio de Cultura construyó en Oñati hay más de veinticinco kilómetros de estanterías vacías que podrían ser de gran ayuda para reordenar y conservar el patrimonio en las mejores condiciones.

(publicado el 06-03-2006 en El Diario Vasco)




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