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Sabrina Otegui, Buenos Aires, Argentina. “Mis comienzos fueron como dantzari en el Laurak Bat de Bahía Blanca (actualmente Unión Vasca), donde, como había estudiado piano, tocaba algunos bailes de los grandes, medianos y txikis, en ensayos y fiestas”, comenta José María Gutiérrez para explicar cómo fue su primer acercamiento a la danza y música vasca en Argentina.

“En 1975 me vine a estudiar a Buenos Aires, fui al Laurak Bat, naturalmente, y comencé en el grupo de bailes. Algunos dantzaris estaban aprendiendo txistu con quien se desempeñaba como encargado del Centro, Joaquín Sucunza, muy buen ejecutante. Yo ya tocaba varios instrumentos y me interesó, me prestaron un txistu y comencé a aprenderlo solo. Leía música, pero aprendí 'de oído' tocando los bailes que ya sabía del piano; luego cotejaba con uno de los alumnos de Sucunza, Xavier Archanco, con quien, en poco tiempo, abandoné los bailes y nos convertimos en los txistularis del grupo. Recapitulando, podría decir que soy un autodidacta ‘con asistencia’”, eseñala Gutiérrez.

[José María Gutiérrez y Xavier Archanco, en los ’70, musicalizando un Aberri Eguna en el Laurak Bat porteño]

El dúo Archanco-Gutiérrez puso música a las danzas del Laurak Bat hasta el año 1990, cuando Xavier dejó el país para trasladarse a Tafalla, Navarra. Desde entonces, Gutiérrez quedó como txistulari solista de la casa, lo que provocó un cambio en su forma de tocar. “Hasta ese momento, yo ‘jugaba’ armonizando, haciendo segundas voces; al quedar como solista tuve que tocar exclusivamente la melodía y sobre todo reforzar la ejecución del tamboril, lo que para las danzas es importantísimo”.

Cuatro décadas, incontables logros

Si se puede hablar de una ‘carrera de txistulari’ en Argentina, la de José Gutiérrez resulta tan frondosa como armoniosa. A lo largo de los años, ha tenido la oportunidad de viajar tanto junto a su grupo, los jóvenes del Laurak Bat porteño, como con cuerpos de otras euskal etxeas que al no tener txistulari convocan a Gutiérrez para musicalizar sus presentaciones. Ha subido así al escenario con dantzaris de Rosario, Bahía Blanca, Maipú y Tandil, entre otros. Asimismo, y superando las fronteras del país, el músico bahiense también llegó a Uruguay e incluso a Euskal Herria, en una experiencia que describe como una de las más hermosas de su vida.

“Fue en el año 1982, en el marco de un festival de danzas que se celebraba en la Plaza de la Constitución de Donostia. Junto a José Mari Echeverría de Mar del Plata, tocamos para un grupo de dantzaris de Argentina. La plaza estaba llena de gente, que miraba a esos ‘extraños’ bailando sus danzas… fue tremendo!”, recuerda.

Hablando de superar fronteras, Gutiérrez trae a su relato otro hecho de destacada relevancia en su carrera musical; en esta ocasión las fronteras que superó fueron las de la propia colectividad vasca, cuando fue elegido para tocar en la calle Corrientes. “En los años ´96 y ´97 toqué con la compañía de Ángel Pericet, en teatros de la calle Corrientes --el Broadway porteño!!-- y ése fue otro hito en mi actividad; en la obra realizaban una suite vasca y yo la tocaba con el txistu. Todas las noches durante dos meses… Además, esa suite la había armado para Pericet muchos años antes José Mari Echeverría, para mí un modelo no ya de txistulari sino de artista”.

Legado de txistularis

“Junto a José Mari Echeverría, no puedo dejar de destacar a otros txistularis con los que he tenido la suerte, o el privilegio, de tocar y que han dejado huella no ya en mí, sino en las distintas instituciones a las que han pertenecido; me refiero, por ejemplo, a Fermín Sanchotena, de Rosario; a Hipólito Zubillaga, de Necochea; a Iñaki y Luis Ostolaza, de Lomas de Zamora; a Joaquín Sucunza, del Laurak Bat; o a Jorge Díez, quien fue mi primer txistulari en Bahía Blanca, siendo yo dantzari; a Potxolo Loyola, de Arrecifes. Y también a amigos como Crescencio Alberro, Alejandro Clúa, Abelito Noseda, Sejo Franco, Juanjo Arregui, Guillermo Canut y otros tantos, no menos importantes. No puedo menos que nombrar asimismo a Isidro Errotaberea, atabalari él, compañero de muchos Bailes de Plaza en las Semanas Nacionales. Sin olvidar a Xavier Archanco, con quien me inicié en esta disciplina y formé dúo, y aprendimos y nos divertimos durante 15 años. Hoy día es empresario en Pamplona”.

La pertenencia, una decisión individual

A diferencia de otros músicos o dantzaris, que dan sus primeros pasos en el folclore vasco siguiendo una tradición familiar, Gutiérrez describe su vínculo con la cultura vasca como una elección personal. “Desde lo familiar, mi conexión con lo vasco es absolutamente individual, una elección propia. Tengo --como gran parte de los argentinos-- mezcla de nacionalidades y entre ellas una abuela vasca, de Aldude, en Baja Navarra, un pueblo muy lindo que conocí en un viaje hace tres años. No me he preocupado, ciertamente, por averiguar sobre parientes allá; después de todo, vinieron a este país hacia fines del XIX, y no sé si hay registro de ello. Mi pertenencia ha sido una construcción individual, ligada absolutamente a las instituciones vascas de Argentina en las que he participado, y muy relacionada con la música que fui conociendo, disfrutando y un poco ejecutando. Al día de hoy, llevo 39 años como txistulari del grupo de bailes de Acción Vasca y Emakume Abertzale Batza de Buenos Aires. Y desde hace un año todos pertenecemos directamente al Laurak Bat, que es donde siempre hemos desarrollado las actividades. Creo que ser txistulari ha sido un modo de concretar una vocación musical que resultó complementaria a la educativa y laboral”.

Entre lo ‘aprendido’ y lo ‘por aprender’

Con casi cuarenta años de carrera, la posibilidad de seguir aprendiendo sigue aún entusiasmando a José y por eso en 2013 participó en Vitoria-Gasteiz del programa Gaztemundu del Gobierno Vasco. Durante su estadía, pudo trabajar su técnica junto a Roberto Álvarez Leza y Eneko Espino, de la Musika Etxea gasteiztarra, y observar y conocer formas de armado musical, ensambles y mezclas de instrumentos. “También fui a ver formas de asociacionismo entre músicos, según instrumentos o género musical, pensando en el modo de armar en Argentina una red de ejecutantes de música vasca, sobre lo que venimos charlando con la FEVA, para promocionar, fomentar y solidificar”, explica Gutiérrez, quien además posee una visión optimista sobre la situación del txistu hoy en el país. “Según mi impresión, está muy vivo luego de unos cuantos años de letargo. Un ejemplo de ello es que hace unos catorce años tuve que tocar solo los bailes del domingo en una Semana Vasca para todos los dantzaris, más de 200 chicos y chicas. Actualmente hay muchos más ejecutantes: la gente de Baietz, los del taller de Mar del Plata, los chicos de Arrecifes, las de San Nicolás… Casi todos ellos participantes de algún Gaztemundu de música, que creo que han sido eventos motivadores y multiplicadores; y de los talleres de FEVA, que siguen siendo importantes también para homologar y presentar un resultado más compacto y mejor elaborado. Hoy casi todos los txistularis leen música y ensayan, y eso es fundamental. Se toca bien”.

[Un nutrido grupo de txistularis acompañó el año pasado a los dantzaris argentinos en los bailes del domingo en la Semana Vasca de Villa María. Entre ellos, el tercero por la derecha, José Gutiérrez]

Si bien el balance actual es prometedor, de cara a futuro, todavía se puede hacer mucho, opìna Gutiérrez. En su opinión, no sólo hay que seguir formando ejecutantes sino que también hay que proponer la presencia del txistu en los festejos importantes y en los cotidianos; tener un espacio individual diferenciado en algunos eventos; reemplazar la música grabada --a veces de muy mala calidad, dice-- en las actuaciones, y a la vez independizarlo del acompañamiento de las danzas; desarrollar repertorios específicos para la realización de los denominados ‘alardes’, en las Semanas Nacionales; e incluirlo en otras formas musicales del tipo ‘ensamble’. “Todo esto lo hemos charlado con los nuevos txistularis y con la FEVA, así nos vamos poniendo de acuerdo”, agrega el músico del Laurak Bat.

La transmisión de generación en generación es fundamental para la supervivencia de una cultura; los mayores transmiten a los más jóvenes su lengua, la música y las danzas, y el valor de un legado. Y si existe un marco que nuclee los esfuerzos compartidos, los resultados suelen optimizarse. José Gutiérrez entiende que ésa una buena manera de acercarse al txistu y a lo que su aprendizaje y ejecución implican. “Más que una recomendación, me parece que quien quisiera ser txistulari en Argentina, sería fructífero lo hiciera dentro de una institución, equilibrando el avance técnico individual sobre el instrumento con el aprendizaje y ejecución de las danzas. Entiendo esta función como un compromiso y un servicio que podemos ofrecer a los dantzaris y al movimiento folklórico en general. En un espectáculo de danzas, no cabe duda de que no es lo mismo bailar con el músico en escena, aunque a veces pueda no sonar tan compacto o espectacular como una grabación, que con el músico tocando en vivo; el músico es parte natural y fundamental del espectáculo”.