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por José A. Iturri<br>
(artículo publicado en El Diario de Noticias el día siguiente a su muerte)<br><br>

José María Jimeno Jurío no era gente que se dejara hacer homenajes impunemente. Así que, enterado de que El Diario de Noticias y un montón de amigos le querían rendir un homenaje tal día que hoy, cuatro de octubre, decidió morirse de víspera. Y, naturalmente, trastocó todos los planes. Y a la misma hora en la que estaba previsto el acto, a la misma hora en la que estaban dispuestos los discursos y las palabras de cariño y encomio hacia su persona y hacia su trabajo, José María Jimeno Jurío cambió la cita y convocó a todos en Artajona a su propio funeral. José María Jimeno Jurío no fue hombre que gustó de las rimbombancias y de las alharacas durante su vida y nunca buscó apoyarse en el eco de sus muchos méritos. Pero tampoco dejó que la verdad sobre las cosas de esta tierra, una verdad que tan ardorosamente entresacó de lo que la historia dejó escrito en archivos, legajos, estudios y, muy principalmente, sobre la piel recia de este viejo reino, se quedara dormida en algún cajón olvidado.<br><br>

A fuerza de esconderse, José María Jimeno Jurío ha ido tejiendo a su alrededor un engañoso dibujo de historiador menor, cuando, en realidad, estamos hablando de uno de los más imponentes historiadores que ha parido esta tierra. No hay manera de adentrarse en cualquier tema que tenga que ver con la historia, las tradiciones, las costumbres, los pueblos, las iglesias, las lenguas y los personajes de Navarra, sin toparse, a las primeras de cambio, con la sonrisa afable y campechana de Jimeno Jurío. Nombre inevitable en todas las bibliografías de investigadores e historiadores, cuando uno va hacia alguna parte, él ya vuelve y te enseña los caminos y vericuetos por donde se llega con más facilidad a aquel tema o a tal historia. El conocimiento de la tierra y sus trabajos sobre toponimia le hicieron, como no podía ser de otra forma, un gran defensor del euskera.<br><br>

Aun con el convencimiento que proporciona la verdad escrita en las piedras, la verdad de las gentes que se llamaron a sí mismos en euskera, lo mismo que a sus casas y a sus tierras, Jimeno Jurío fue un hombre de respeto. Un historiador sin gritos, un historiador que no trató de convencer a nadie y que, después de estudiar a Navarra por los cuatro costados -sus obras completas llenarían una hermosa biblioteca- se limitó a decir, esto es lo que sale. Con la sencillez y el tono de voz que sólo los que han merodeado más cerca de la verdad poseen. Con todo respeto.