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Harry D'Abbadie D'Arrast, un gentleman vascoargentino a la conquista de Hollywood

14/12/2004

Harry D'Abbadie D'Arrast (foto: Carlos Roldán)
Harry D'Abbadie D'Arrast (foto: Carlos Roldán)

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La familia D'Abbadie ha dado algunos de los personajes más interesantes de la historia vasca reciente, siendo Antoine (Anton), aventurero y explorador en tierras etíopes, el más conocido. Junto a él, también la vida de su sobrino-nieto Henri D'Abbadie D'Arrast tiene suficientes alicientes como para convertirse en una novela o en el argumento de un largometraje clásico. Nacido en Buenos Aires en 1897, Henry, o Harry, se trasladó a Hollywood tras luchar en la Primera Guerra Mundial, y pronto se codeó con las estrellas más rutilantes de aquella época dorada del cine. Carlos Roldán, autor del libro 'Los Vascos y el séptimo arte' traza un apasionante retrato de este olvidado gentleman vasco en EuskoNews.
La figura del cineasta Harry (o Henri) d’Abbadie d’Arrast, (Buenos Aires, 1897- Montecarlo, 1968), incomprensiblemente olvidada, sería sin lugar a dudas un excitante punto de partida para una película o para una novela. Y es que su trayectoria vital posee los ingredientes necesarios para edificar una intensa epopeya dramática; el éxito empezando de la nada, el fracaso posterior, el olvido más absoluto al final… y todo en un marco irrepetible, el Hollywood dorado de los años veinte.

Henri nació en el seno de una familia ilustre originaria del País Vasco continental. Su abuelo era Jean Charles d’Abbadie, hermano del conocido Antoine. Jean Charles d’Abbadie compró el castillo de Etxauz en Baigorri y añadió a su apellido el topónimo d’Arrast, lugar de nacimiento de su padre. Su hijo Arnaud Michel d’Abbadie d’Arrast se casó con una dama inglesa llamada Katherine Taylor y se trasladó a Argentina para trabajar como ingeniero. Allí nació nuestro protagonista, Harry d’Abbadie, en 1897.

Tras realizar estudios de Arquitectura y luchar en la Primera Guerra Mundial conoció en París a un cineasta americano que le habló de las posibilidades que se abrían en California con el negocio del cine. Harry, sin pensárselo dos veces, dejó Europa atrás y una vez instalado en Estados Unidos su ingenio y elegancia natural le facilitaron el contacto con el ambiente más selecto de Hollywood.

Charlie Chaplin, Marion Davies, William Randolph Hearts, Sam Wood, Douglas Fairbanks, Mary Pickford o Gloria Swanson, lo más granado del Olimpo, se rindieron a su encanto. De hecho, Gloria Swanson le dio su primera oportunidad facilitando que Henri trabajara como asesor en The Impossible Mrs. Bellew (1922) y como actor de reparto en My American Wife (1923). Las dos películas, dirigidas por Sam Wood, estaban protagonizadas por la actriz.

Tras este primer paso Harry dio un salto de gigante al hacer amistad con Charlie Chaplin. Con él colaboró como consejero artístico en A Woman of Paris (Una mujer de París) (1922) y como ayudante de dirección en The Gold Rush (La quimera del oro) (1924). Más tarde Harry y Chaplin se enemistaron. Tanto es así que Chaplin, al presentar en 1942 la nueva versión de La quimera del oro, eliminó a d’Abbadie de los títulos de crédito.

En todo caso, después de estos trabajos con el gran genio del cine, Harry se vio con fuerzas de lanzarse solo a la aventura de dirigir sus propias películas. Service for Ladies (1927) y A Gentleman of Paris (1927) fueron sus dos primeras realizaciones. La imponente presencia de Chaplin, como no podía ser menos, se nota ahora. Se hace evidente la referencia a A Woman of Paris. Y no sólo por el título de la segunda película de Harry sino porque además ambas están protagonizadas por Adolphe Menjou, protagonista del film de Chaplin.

Luego realizó Serenade (1927), de nuevo con Adolphe Menjou como actor principal, The Magnificent Flirt (1928) y Dry Martini (1928), su primera película sonora, protagonizada por Mary Astor y Albert Conti. En total cinco comedias dotadas de elegancia e ingenio, -su estilo artístico reflejaba con nitidez la personalidad de su autor- que contaron desde el principio con el beneplácito del público y de la crítica. De hecho se llegó a comparar el trabajo de d’Arrast con el de Ernst Lubitsh.

Pero el carácter de Harry no destilaba tan solo encanto. En efecto, un airado orgullo le incapacitaba para llevar una relación estable y diplomática con los productores. En 1930, por ejemplo, después de rodar gran parte de Raffles, un duro enfrentamiento con Samuel Goldwyn le dejó fuera del proyecto, que fue finalizado por George Fitzmaurice. También en 1930 rodó la que puede considerarse como su obra maestra, Laughter, otra comedia plena de encanto y elegancia protagonizada por Frederic March y Nancy Carroll.

A pesar de estos éxitos el carácter del director vasco le estaba cerrando las puertas del paraíso para siempre. Después del rodaje de Laughter se enemistó con otro coloso de Hollywood, el productor Irving Thalberg. Se tomó un respiro y volvió a Baigorri, al castillo de Etxauz con su mujer Eleanor Boardman, actriz de prestigio, protagonista de Y el mundo marcha (The Crowd) de King Vidor.

D’Abbadie volvió a Hollywood pero su destino parecía ya marcado. Un nuevo enfrentamiento con otro productor, Joe Shenck, le obligó a abandonar la película Hallelujah, I’m a Bum?. Aún rodó en Hollywood Topaze (1933), con John Barrymore y Myrna Loy.

Marchó luego a España y rodó La traviesa molinera (1934), adaptación del 'Sombrero de tres picos' de Alarcón. Esta película, protagonizada por Eleanor Boardman, se convirtió en todo un referente dentro del cine español de esa etapa. Intentó posteriormente el retorno a Hollywood pero todos sus proyectos naufragaron. Harry había hecho demasiados enemigos allí.

Los últimos años vivió retirado entre Baigorri y Montecarlo practicando otra de sus pasiones, el juego. Tuvo que ser difícil para él, alejado por fuerza de la industria del cine, recordar los años dorados en Hollywood o incluso en el mismo Baigorri, en tiempos en que era fácil encontrarse en sus calles al mismo Charles Chaplin o a otras amistades invitadas a pasar unos días en el castillo de Etxauz.

Harry murió en Montecarlo totalmente olvidado y fue enterrado en la tumba familiar de Baigorri. Su esposa vendió el castillo y todo lo que había de valor se subastó en Christie’s. Un anticuario compró el antiguo palacio atraído por una leyenda que hablaba de un tesoro escondido. Después de dinamitar gran parte del edificio, sin lograr encontrar rastro de la fortuna, lo abandonó. Tras permanecer varios años en ruinas otro comprador se hizo con el solar de los Etxauz y lo restauró. En la actualidad sus propietarios lo han convertido en un selecto hotel por lo que es fácil visitar las habitaciones que ocuparon en su día tan ilustres huéspedes procedentes del mítico Hollywood de los años veinte y treinta.


Enlaces relacionados

'Los Vascos y el séptimo arte', por Carlos Roldán
En www.euskonews.com

Otros vascos pioneros del séptimo arte
Artículo en la revista Euskal Etxeak


Comentarios

  • GORA@euskalnet.net

    Realmente fascinante. Tanto el personaje como el escritor que narra sus aventuras y desventuras.

    aitor, 08/04/2009 21:59

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