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Fiestas ignacianas en Arrecifes

25/08/2006

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Desde Arrecifes, en la argentina provincia de Buenos Aires, Juan L. Agotegaray recuerda a través de una selección de escritos el modo en que los vascos de su localidad natal arrecifeña celebraban hace sesenta años la festividad de San Ignacio. Aquel espíritu, aunque en unas circunstancias y un contexto nuevo, perdura en quienes mantienen en Arrecifes la llama del sentimiento y la tradición vasca, hoy ya vasco-argentina.
Por Juan L. Agotegaray Etxaniz
EHNA A4356008S

De las memorias de don José Omar Lapaskua Tolosa, escritas en Córdoba (Argentina), rescatamos:

'Así eran aquellas fiestas en Arrecifes (Provincia de Buenos Aires); el día 30 de julio era la velada, se pasaba alguna película del País Vasco, los ezpata-dantzaris bailábamos los bailes típicos; cuando terminaba la velada, se servía chocolate con churros y vino oporto. El día 31, que era el día de San Ignacio de Loyola, a las 10 hs. de la mañana se hacía la misa, nosotros hacíamos guardia de honor en el altar; al finalizar la misa, dentro de la Iglesia con los txistus y tamboriles se tocaba la Marcha de San Ignacio, cosa que no se hacía en otro lugar; ésto era algo que impactaba a toda la gente. Se cruzaba a la plaza, bailábamos nosotros; después se iba al banquete: lo que era eso no se puede describir en palabras. Siempre recuerdo que a la terminación del banquete dirigía la palabra el Dr. Tomás Otaegui. Era un buen escritor argentino que dejó varios libros sobre el Pueblo Vasco, a la vez que era un fogoso orador; tenía una cabellera blanca y larga, parecida a la melena de un león. Venía todos los años a presidir la mesa; jamás me olvidaré de ese hombre, nacido en Pergamino. Después que se levantaban del banquete, eran como las 5 de la tarde, se salía con las banderas y se recorría el pueblo, se entraba en algunas casas de vascos en donde había para comer y beber a discreción. A la terminación del recorrido, se empezaba el baile que duraba hasta el otro día; corría la sidra como agua, venía en barriles como el chop; a la noche se seguía la cena; a medianoche se servía nuevamente chocolate con churros y vino dulce; a las 4 ó 5 de la mañana había lechones y corderos hechos al asador, pero era impresionante la cantidad.

Así empezaban y terminaban las Fiestas Vascas, al grito de Gora Euzkadi! que nos enseñaron a sentir nuestros mayores y maestros'.


De las memorias de doña Maruca Bilbao, recordamos:

Las fiestas eran tan grandes y tan lindas que si San Ignacio caía un lunes, se festejaban el lunes; los que teníamos negocios cerrábamos, y los que venían de las chacras dejaban a los peones a solas para venir a las fiestas. Y el día antes se hacía la velada; salíamos nosotros en un camión con el palo del zinta-dantza y vestidos, las chicas y los muchachos, con los colores de la Ikurriña, tocando el txistu, y delante un camioncito de mi casa con don Martín Sarrazague tirando petardos y bombas por todo el pueblo. Y los banquetes, en la Sociedad Italiana, estaban llenos. A nosotros, el conjunto de baile, nos ponían la mesa en el escenario porque no cabíamos abajo; el vino..., la sidra se traía en barriles. El domingo a la mañana era la misa, luego íbamos en kalejira hasta la cancha de Abarrategui, al partido de paleta, cuando había, y despues por la calle ancha (hoy, Av. Merlassino) hasta la Sociedad Vasca. Al mediodía era el banquete y a la tarde romería, a bailar; a la noche a cenar y a medianoche chocolate con masas para todos. Había un tal Tomás Otaegui que venía de Buenos Aires-Capital; era un señorazo, y después que terminábamos de almorzar, se ponía en la punta del palco y hablaba, y ¡hablaba tan bien! y con una fuerza que hacía temblar hasta el palco ¡che!, y era argentino también, hijo de vascos'.

'También se hacía en la casa de Francisco Ansalas un San Ignacio chico, en el que se comía un bacalao para la Comisión de la Sociedad y para algún allegado. Al bacalao lo hacía mi mamá, a la bizkaina, en unas ollas grandes de barro. Este San Ignacio se hacía un mes después del tradicional'.


Estos Recuerdos son de hace 60 años aproximadamente. En aquella época había muchos euskaldunak y pocos descendientes. En la actualidad, somos muchos descendientes y algunos euskaldunak; pero lo importante es que aquella tradición no se olvidó, y hoy se continúa enseñando y aprendiendo. Es muy gratificante saber qué se hacía. Le da sentido a la Vida saber que aquello no se olvidó ni quedó en 'saco roto'.
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