diáspora y cultura vasca
28/12/2010
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Fabio Echarri/Resistencia, Argentina. Aunque estaba al tanto de un pronto desenlace, el fallecimiento de Sabin Intxaurraga me golpeó fuerte. No se fue, para mí, un ex Alcalde de Zeanuri, secretario del presidente Carlos Garaikoetxea, militante fundador de Eusko Alkartasuna, dos veces diputado en el Parlamento Vasco, Consejero-Ministro de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente, fundador de la Red de Gobiernos Regionales para el Desarrollo Sostenible, director de Agencia Vasca del Agua. Se fue, para mí, un hombre probo, íntegro, honesto. Un luchador por la causa vasca. Un AMIGO; así, con mayúsculas.
A Sabin lo conocí cuando en 2003, siendo él Consejero-Ministro del Gobierno Vasco, le pedí una audiencia en una fecha en que yo estaría en Euskadi. Un día antes del día acordado, me llamó al hotel donde me hospedaba para decirme que no podía cumplir con lo pactado. ‘No se moleste Ministro, en otra oportunidad será’, le dije. ‘ No Echarri –me contestó-, no podré estar a la hora convenida, pero sí ese día, y para compensar su espera, lo invito a almorzar’. Acostumbrados como estamos a los políticos argentinos, esto me pareció increíble.
Así comenzó nuestra amistad. Que siguió cuando nos encontramos en Toluca, en Recife, en Buenos Aires, en Resistencia, en Bilbao, en Zeanuri.
Siempre el mismo hombre: sencillo, tranquilo, humilde, portador de una honestidad a toda prueba.
Quizás esté con este escrito develando algún secreto – que María Jesús sabrá perdonarme-, pero hay cosas que no puedo evitar recordar. Como cuando me confesó que se había anotado para cobrar el subsidio de desempleo porque no tenía trabajo habiendo ocupado altos cargos y sido elegido parlamentario en dos oportunidades. Como cuando me alojó en su casa y me llevó en su auto a la casa de mi familia a 120 km de Zeanuri para que no tomara el autobús. Como cuando me llamaba por teléfono cuando yo visitaba en Euskadi para saber cómo estaba y si necesitaba algo. Como cuando vino a Resistencia desde Buenos Aires, y su plan era visitar Iguazú, y desde aquí tuvo que recorrer incómodo los 700 km en auto porque no existen vuelos. Como cuando me contó que estudiaba inglés en Deusto porque no quería estar sin perfeccionarse si tenía tiempo para ello. Como cuando me llamó a casa luego del fallecimiento de mi hermana para darme fuerzas. Como cuando me regaló la camiseta del Athletic – y que aun conservo sin usarla - con su apellido grabado en la espalda, a pesar del reproche de su hija Miren que no veía bien que él obsequiara algo que no lo había adquirido para tal fin.
Pero ése era Sabin. No era el alcalde, ni el parlamentario, ni el consejero. Era Sabin el amigo. El que no dejaba de responder un solo correo, aun aquellos de los que no se espera respuesta.
Aquí, en una pobre provincia de Argentina –un país donde los políticos de su talla se cuentan con los dedos de una mano–, recibo un correo donde me dan cuenta de su fallecimiento. Donde me dicen que él ya no estará para recibirme si yo viajo a Euskadi, e invitarme a comer un bacalao que sabe que no probaré. Donde me dicen que el domingo no subirá al Gorbea a tocar la cruz como cada domingo de su vida.
Que digan lo que quieran. No me importa. No les creo. Yo voy a ir a Euskadi, voy a ir a Zeanuri, voy a ver el Gorbea. Y entonces, voy a volver a ver a Sabin, porque en eso habíamos quedado. Porque él es mi amigo. Y mi amigo no faltará a su palabra.
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