diáspora y cultura vasca
12/09/2006
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Querida nona:
Quisiera trasladarme a través de los sueños y volver atrás, al momento único, decisivo para tantas vidas (incluyendo la mía), en el que doblando manteles, guardando platos (que se romperán todos), armás tus baúles para viajar hasta aquí. No son preparativos felices sino ansiosos, pasos en el aire de la incertidumbre.
Prolijamente ordenados, los pocos vestidos de las chicas. Solamente tres: el de la más grande y los dos de las mellizas, primorosamente armados con retazos heredados de alguna tía generosa. No podés evitar preguntarte cómo será para ellas crecer lejos de su patria, en otro país, la Argentina, tan lejana que tuvieron que buscarla en el mapa, como cincuenta años más tarde tu nieta tendría que hacer con algún remoto pueblo patagónico al que debería emigrar para buscar trabajo, igual que vos, partiendo de la provincia a la que llegarás con tantas preguntas.
Pero en este momento sólo cuenta el presente, esta agitación de despedidas y de equipajes. Todo parece poco y a la vez excesivo, ya que la vida de los seis miembros de la familia tendrá que caber en tres baúles. Ropas, objetos familiares, recuerdos... Las fotos de los que se quedan atados a la tierra: las imágenes de tu padre tu raíz y de tu segundo hijo tu prolongación en la vida -, quietos para siempre entre sábanas blanquísimas, como la misma muerte. Por un instante, tus manos se aquietan, tu mirada se pierde a través de la ventana, en un gesto de momentáneo abandono. ¿Valdrá la pena dejarlo todo por una o dos promesas? ¿Volverás a ver de nuevo ese camino, por esta misma ventana? Deseás intensamente que sí, y que sea con risas y bienvenidas, que esta mezcla de sensaciones que te cierra la garganta en un nudo de silencio, se haya convertido en un recuerdo, por el alivio del tiempo. Como la guerra, que todavía agita tus sueños algunas noches. Como el hambre, esa urgencia invisible.
Ya está. Guardaste todo con prolijidad, amorosamente. Con el delantal te secás las lágrimas que te hacen ver las cosas como a través del ojo redondo de un barco, salpicado de bruma. El destino ha dibujado para vos estas huellas, que como tantas mujeres de tu época, no dudás en seguir, detrás de tu marido y de tu hermano, quien también los acompaña.
Alguien te llama. La cena de despedida ya está lista: conejo al horno y polenta. Abrís la puerta y cruzás el mundo llevándote solamente el pasaje de ida.
A nosotros nos queda el regreso. Prometo volver a mirar el camino y sus árboles, por aquella ventana. Hasta ese momento,
Tu nieta: Juana Fernández.
Datos de la carta, explicados por la propia autora: 'Se la escribí a mi abuela paterna, Elena Sánchez, nacida en Madrid, España. No tengo recuerdos de ella, ya que falleció cuando yo era bebé; pero sé que me tuvo en brazos. [En la fotografía de la derecha, Pilar López, autora de la carta que logró el segundo premio en el Certamen tresarroyense]
Mis abuelos paternos se conocieron en España. Mi abuelo Ángel (también español) era 20 años mayor que ella y ya se había venido a vivir a Tres Arroyos. Como él tenía hermanas monjas en España, viajaba a visitarlas. Ellas eran maestras en un colegio en Madrid. En uno de los viajes que el abuelo hizo, conoció a mi abuela Elena en ese colegio. Se pusieron de novios (él pensó quedarse allá) pero los apuros económicos de la crisis del '30, lo obligaron a volver a atender sus asuntos de negocios y quedó el noviazgo a la distancia.
Pasado un tiempo que no sé cuánto fue exactamente, mi abuela Elena se vino a la Argentina acompañada de sus padres y su hermana. Esto fue en el 1929. El barco los dejó en Buenos Aires, mi abuelo los fue a buscar, se casaron en Capital y vinieron a instalarse a Tres Arroyos.'
Abuela Elena,
¡No sabés todo lo que tengo para contarte! Resulta que estoy enamorada. Y mi amor desafía distancias al igual que el tuyo cuando decidiste venir de España para casarte con el abuelo. Por suerte, mi amor no está cruzando un océano, está más cerca... pero se extraña de igual manera.
Te cuento que hoy nos podemos mandar mensajes de texto por celular. ¿Qué son mensajes de texto y qué es el celular, no? El celular es un teléfono pero chiquito, sin cables y que lo podés llevar con vos a todas partes. Y el mensaje de texto es como una cartita muy pequeña en la cual entrarán unas quince palabras y las podés ver en la pantalla de ese celular del que te hablo.
También nos podemos comunicar por mail. El mail es como una carta (uno se puede extender como si escribiese una de puño y letra), pero las letras son como las de una máquina de escribir y aparecen en un monitor parecido al de un televisor. Con colores y todo. Lo bueno que tiene, es que llega al instante a la otra persona. ¡No tenés que esperar meses para que él se entere lo que le querés contar!
Abuela, ahora todo es instantáneo. Me pregunto cómo reaccionarías vos con todas estas oportunidades de comunicación en tu época. En la década del 20 supongo que ni se soñaba con cosa semejante. No puedo hacerme a la idea de tener que esperar tanto tiempo para tener noticias de mi amor. Por Dios, qué paciencia se necesitaba. Ahora también tenemos que cultivarla, pero convengamos en que te enterás antes si tu amorcito te quiere de verdad. Todo es más rápido.
Abuela: ¿Cómo pudiste viajar desde España a Tres Arroyos para casarte con el que creías que era el amor de tu vida? ¿Cómo pudiste hacer eso con sólo unas cartas como prueba de su amor?
Me saco el sombrero.
Decisiones eran las de antes. La intuición como única verdad.
Te mando un beso, sé que estás bien y quiero que sepas que sí, que te escucho. Cuando estoy triste, hay una voz que me dice: Fuerza chiquita, todavía tienes mucho por ver!.
Reli
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