Buenos Aires, Argentina. Demorado la decisión del jurado por un par de semanas, finalmente el suspenso llegó a su fin y se conoce la nómina de ganadores de la Séptima edición del Certamen de Cuentos de Iparraldeko Euskal Etxea de Buenos Aires. La ceremonia de entrega de premios y brindis de agasajo se realizó al atardecer de este martes 17, en el Salón de Cultura de la institución porteña. Tras unas breves palabras de agradecimiento, se hizo entrega de los diplomas a los autores ganadores presentes en el salón y se leyeron los trabajos premiados. El acto contó con la presencia de parte de los galardonados, amigos y familiares de los agasajados, y entre otros, de la gloria del deporte argentino y multipremiado pelotari Aaron Sehter, miembros de la Subcomisión de Cultura de la Euskal Etxea, junto a Beltrán Maillot, presidente de Iparraldeko Euskal Etxea.
El jurado, integrado por los integrantes de Iparraldeko Euskal Etxea Rosa Misciagna, Emilio de Cándido y Carlos Bordagaray, fue el encargado de la lectura y evaluación de los trabajos presentados. Si bien la convocatoria de este esta edición, en cuanto a la cantidad de trabajos presentados, no ha sido de las más numerosas, los organizadores manifestaron su satisfacción por el resultado. “Fue una reunión con mucha alegría. No se trata solamente de difundir la tradición vasca, del trabajo de investigación para volcar en sus relatos elementos de la cultura de Euskal Herria, sino también de brindarles un espacio, de la posibilidad de que la gente lea su cuento, y de recibir un merecido aplauso por su trabajo. Eso también es muy importante”, explica a EuskalKultura.eus Norma Ríos, directiva de Iparraldeko Euskal Etxea.
Títulos y autores premiados
01° "Hacia la Pampa", María González Rouco (C.A.B.A.)
02° "Los ojos del alma", Norma Gómez (C.A.B.A.)
03° "Contra viento y marea", Fernández Omar Vecchi (C.A.B.A.)
04° "La joven del mar", Félix Fernández Durán (C.A.B.A.)
05° "Los enamorados", Daniel Horacio Brondo (C.A.B.A.)
06° "Bizitza". Aldo Santiago Igarza (Gregorio de Laferrere, Prov. Buenos Aires)
07° "A merced de las mareas", María Rosa Rzepka (Florencio Varela, Prov. Buenos Aires)
08° "En una pequeña aldea de Iparralde", Brayner Abrahan Gómez Báez (República Dominicana)
09° "Los silencios del mar", Nieves Elena Morán (C.A.B.A.)
010° "Océanos lejanos", Marcel Vivían Espinosa (C.A.B.A.)
El galardonado y pelotari Félix Fernández Durán junto a Aaron Sehter y Beltrán Maillot
Publicamos el relato galardonado con el primer premio
“Hacia la Pampa”
por María González Rouco
Pedro y Ane iban envejeciendo, siempre mirando el mar. Al finalizar sus labores, caminaban lentamente hacia la orilla. Allí los encontraba el atardecer, día a día, desde hacía más de una década. Tomados de la mano, esperaban el milagro. Esperaban que un día, las olas le trajeran al hijo que se fue prometiendo regresar, al que siempre le ponían un plato en la mesa familiar, aunque hacía tanto que no estaba.
Xabier partió muy joven, alentado por las noticias que llegaban de América referidas a una vasta extensión que llamaban “pampa” y en la que los hombres y mujeres de buena voluntad encontraban merecida recompensa a su esfuerzo. A la pampa fue, precisamente, al campo del país que más vascos recibió en el mundo. Eran tantos, que habían creado asociaciones para socorrerse y acompañarse, y escuelas para transmitir a las nuevas generaciones el acervo cultural de sus ancestros. Se dedicaron en gran medida al agro, pero también los hubo en las ciudades. A uno y otras, aportaron su saber y su tenacidad.
Salió de Bilbao, una mañana gris. Lo abrazaron largamente, intentando perpetuar el duro momento de la despedida. No fue fácil dejarlo ir. Era un buen hijo, trabajador, respetuoso, honesto. Pero lo comprendieron. Se marchó con otros jóvenes, deseosos de labrarse un futuro en esa tierra promisoria.
Al llegar, Xabier y sus paisanos vieron una ciudad enorme, que los recibía con los brazos abiertos. Vieron que muchos viajeros se hospedaban en un edificio monumental, en el que se les permitía estar varios días, hasta que consiguieran trabajo. En ese lugar, cientos de recién llegados almorzaban por turnos en el enorme comedor, en el que se entremezclaban las voces y los idiomas.
Ellos no pararon en ese lugar, en el Hotel de Inmigrantes que había abierto sus puertas en 1911. Siguieron rumbo a la provincia de Buenos Aires, donde había muchos franceses, del País Vasco y del Bearn. Los guiaba el ejemplo de Pedro Luro, un vasco francés que había llegado a la Argentina casi cien años antes, y que había comenzado a trabajar como peón de campo y en el transporte de pasajeros. De a poco, con esfuerzo e intuición, había ido creciendo hasta convertirse en un estanciero de renombre.
Xabier se estableció en Azul. Allí se forjó un porvenir, gracias a unos ahorros que había traído de Iparralde y a otros que pudo hacer trabajando denodadamente. El humilde puesto en el que se estableció, fue prosperando y se volvió una propiedad importante, en la que tuvo que recurrir al empleo de vascos y de nativos.
Algunas noches, se reunían alrededor del fuego para contar leyendas, para cantar las canciones de la infancia, para evocar a quienes habían quedado tan lejos… En ellos pensaba. En sus padres, en sus hermanos, que le enviaban noticias por medio de quienes llegaban, y a los que enviaba encomiendas con quienes partían. Desde la pampa argentina, salían gruesas prendas tejidas con la lana de las ovejas que criaba, suculentos manjares destinados a sorprender a quienes no los conocían.
Los padres recibían esos envíos a los que acompañaban cartas escritas con la letra prolija que había ido adquiriendo en Buenos Aires, a fuerza de llenar páginas y páginas con anotaciones de lo que había que comprar, de lo que se vendía y lo que le adeudaban.
Pasado el tiempo, cuando ya se sentía suficientemente seguro de su futuro, se propuso regresar. Quería volver a su lugar por un tiempo, respirar el aroma de sus árboles, escuchar los pájaros cantando cada mañana. Y sentarse junto a los ancianos, para contarles qué había sido de él, cuánto los había echado de menos. Les propondría que vinieran a su estancia, donde gozarían de afecto y comodidades. Pero ya sabía la respuesta: no abandonarían la tierra en la que descansaban sus mayores. Era la ley de la vida, y él la comprendía.
Dejó su estancia en buenas manos, encargando a cada uno de sus fieles empleados que velaran por la hacienda durante su ausencia, y se dirigió al puerto de Buenos Aires, Una vez allí, se embarcó ilusionado. Lo acompañaban en la travesía su mujer – hija de vascos – y sus hijos, de corta edad, quienes al fin conocerían a sus abuelos. Poco faltaba ya para un abrazo tan apretado como el último, pero feliz.
Pedro y Ane seguían mirando el mar, día tras día. Se hablaba de la llegada de un barco de gran porte, procedente de América. Como tantas otras veces, desearon que fuera ése el que les trajera a su hijo. Y esta vez, el sueño se cumplió. Con orgullo, lo vieron llegar. Cuánto había cambiado. Se había convertido en un hombre. Tantos años habían pasado… Y esa joven sonriente, y esos niños hermosos que los seguían ¡eran su familia americana!
Xabier los saludó emocionado. Su hijo, el indiano, llegaba a Iparralde con el mismo amor de siempre, con la gratitud hacia quienes habían sabido hacer de él un hombre de bien.
¡Zorionak a los y las ganadoras y participantes del certamen!