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El Plan del futuro

20/01/2005

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La escritora Arantzazu Amezaga de Irujo (Buenos Aires, 1921), vasca hija de exiliados, nacida en Buenos Aires y criada en Uruguay, residente hoy en Navarra, desde donde continúa su permanente aporte al sentimiento y la cultura común que une a vascos de ambas orillas del Atlántico, ofrece en este artículo una reflexión al hilo del momento actual, en la que da rienda suelta a los latidos que se agolpan en su corazón y que ella, especialista en novela de raíz histórica, siente con especial intensidad, como vasca y además vasca de la Diáspora que es y se reivindica.
Por Arantzazu Amezaga (en la foto)

Revisando viejos libros, encuentro una cita: «¿Por qué el pueblo euskaro se separa de nosotros? ¿Por qué emigran en tan gran número a América del Sur? Sin embargo los vascos son los más antiguos habitantes de nuestro suelo, anteriores a los celtas, a los galos... ¿Por qué nos abandonan?¿Hacemos lo necesario para retenerles? Yo creo que es la falta de independencia lo que les arranca del país». La escribió el idealista y republicano Edgar Quinet (1803-1875) escritor francés, desterrado por sus ideas republicanas en el tiempo de Napoleón III en Francia.

Ante la marea emigratoria de los vascos continentales dirigida expresamente a Argentina y Uruguay, el inteligente pensador se cuestionaba las razones que a un pueblo le obligaban a semejante conmoción social como es la emigración sea social, económica o política porque supone un desgarro sentimental sin parangón. Es el adiós a lo amado, a lo conocido, a lo trabajado, a la herencia, para partir, en ese caso en precarios lanchones que surcaban el Atlántico, hacia lo absolutamente desconocido.

Se cuestionaba las razones para tratar de comprenderlas, analizarlas, llegar a una solución. Era un hombre civilizado, no un espíritu negativo ni un falso alarmista que en nombre de la Francia jacobista o imperialista que le tocó padecer, estigmatizaba a quienes la abandonaban. Buscaba la razón del abandono, la causa que obligaba a semejante desdicha.

No estamos ahora ante una emigración sino ante un retorno a las raíces seculares de Euskal Herria, aunque no deja de ser otro viaje por el tormentoso mar. Durante más de trescientos años, que no son pocos, este pueblo vasco ha conocido supresión de sus Fueros con la Revolución Francesa, invasiones militares en sus fronteras como las de la Convención y la Napoleónica donde hubo de actuar y lo hizo manifestando su independencia ante el acoso francés y el español, dos guerras carlistas en la parte peninsular que terminan con ocupación militar con su consiguiente pérdida de los Fueros y emigración hacia América. Cuando parecía que el país recobraba su aliento, la revolución industrial de Bizkaia y Gipuzkoa estremece a una sociedad convulsa por los acontecimientos militares. Tras los breves espacios de gloria de la campaña del Estatuto del 36, se enfrenta a una guerra civil entre vascos, entre españoles, entre europeos, y a un largo período dictatorial donde el alma del país, es decir, sus leyes, idioma y panorama cultural sufren una represión bárbara.

Los vascos estamos respondiendo a estas acciones con la única voz que en democracia es válida: manteniendo la palabra como pueblo, el anhelo de libertad, autodeterminación y total recuperación de nuestro ser nacional.

Nadie puede decir que estas cosas son malas ni que no caben en el espíritu de determinadas leyes. Si no caben, son las leyes las que son malas y habrá que cambiarlas porque lo que no se puede cambiar es la voluntad de un pueblo maduro, al que los sufrimientos han hecho sabio. Un pueblo que al final del período de cuarenta años de franquismo, se encuentra con unas estructuras económicas caóticas y recomenzó su andadura prácticamente desde la nada o desde la desolación, que es peor que la nada. Hay presos y muertos por reivindicar, confiscaciones militares que reclamar, un idioma que recuperar, universidades que levantar, bibliotecas para montar.

Cuando uno lee que el 80% de la población de Finlandia utiliza la red de bibliotecas públicas, siente que aunque se ha avanzado mucho en ese aspecto, todavía falta una larga trayectoria de humanismo para integrarlo a la formación de nuestros jóvenes y eso que se ha detenido el flujo estudiantil emigratorio que durante siglos hizo que nuestros jóvenes se graduaran fuera del país y en lengua que no les era la propia. Por eso, hemos sido extraordinarios bilingües o trilingües. Poco se ha hablado del admirable ejercicio que nuestros emigrantes del s. XIX tuvieron que hacer para poder integrarse en el mundo latino de la América del Sur, como en el sajón de la del Norte.

Tenemos la suerte inmensa de ser partes de un viejo país que como dice Quinet poblaba Europa antes que ninguno de los pueblos que hoy la ocupan existieran pero que, al mismo tiempo, podemos ensayar fórmulas nuevas e imaginativas de convivencia, de política, de administración. Podemos ensayar como ha de ser el futuro desde la práctica contundencia de un presente que nos garantiza la aventura.

El Plan Ibarretxe o del Gobierno tripartito, refrendado por el Parlamento vasco, nos ofrece la ilusión del porvenir, la recuperación de una humillación histórica. También, si los políticos españoles y muchos vascos, tuvieran buena voluntad, mejor formación y una pizca de sentido común, una revisión a fondo de los lamentables atropellos que en nombre del imperio español se llevaron y se están llevando a cabo. Veinticinco años de democracia no son suficientes para más de quinientos años de vejaciones, los que podemos contar desde la invasión del reino de Navarra, del Andaluz, de los países catalanes, de la América descubierta en el camino hacia Filipinas, por las inclementes tropas de Castilla. Los pueblos somos memoria y quien no quiera contabilizar estos datos y procurarles reparación, debe saber que está perdiendo la oportunidad histórica de la convivencia y de la paz. No nosotros los agraviados sino ellos, los que agraviaron y procuran seguir haciéndolo desde una lamentable falta de óptica.

No en vano y sí por visión política, el Papa de Roma pide perdón por los pecados pretéritos de la Iglesia que dirige y cuya voz desentonada el otro día nos volvió a estigmatizar, que los pueblos de habla inglesa se reunieran en una comunidad económica para aliviar el mal causado por la conquista y el colonialismo, cosa que España no fue capaz de hacer con sus ex colonias, manteniendo hacia ellas una hostilidad manifiesta, en admirable ejercicio de autismo, por la traición que implicó su independencia.

Es el momento, ante el fallo intelectual gravísimo de algunos políticos, de las consideraciones de altura: la exigencia que desde los claustros de las universidades hablen las gentes de conocimiento, que los artistas de este país avancen con valentía, que despejemos la marea de aguas negras que quieren anegar lo que es un grito de esperanza y de futuro y, desde luego, un verdadero paso para la reconstrucción del país de los vascos que fue deshecho, conquistado y vendido por quienes esgrimían en sus épocas, argumentos semejantes a los que hoy escucho perpleja por considerarlos no tan solo rancios, sino abyectamente egoístas.

El procaz Godoy sigue tan vivo como el venal Duque de Alba en muchos dirigentes que se cubren con los ropajes democráticos, disfraz burdo para sus intereses personales, tratando de confundir lo que los representantes de casi un 60% de la voluntad popular manifiestan con su rotunda voz vasca.

Es el tiempo de la valentía y de la audacia. Es el tiempo del futuro, de la juventud, de la ciencia y de la humanidad. Es el tiempo en que la nueva generación vitalista y animosa, cargue en sus hombros libres, la carga maravillosa que le entregamos como herencia preciosa, derivada de mucho sufrimiento y renuncia, pero también de enorme amor por nuestras raíces y nuestra cultura. Como eso no tiene precio, quien acepte la carga, está entre los bienaventurados.

(publicado el 19-01-2005 en el diario Deia)


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