diáspora y cultura vasca
30/12/2010
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Miami, EEUU. Joey Cornblit, el mejor jugador de la historia del jai alai en EEUU, mira como los peloteros fustigan a la pelota con sus cestas de mimbre, saltan para coger los rebotes y lanzar golpes de derecha y de revés a la pared del frontón.
No son tan ágiles y poderosos como Joey, que revolucionó el deporte con sus tiros a más de 250 kilometros por hora. Ni tienen el carisma que poseía él, como estrella americana en un deporte vasco. Cornblit, que se llevaba bien con todo el mundo cuando no estaba intentando ganarles, les evalúa amablemente. "No está mal", dice. "Tienen potencial".
Pero ellos están jugando de prestado. El deporte del jai alai está desapareciendo.
Tres de los jugadores que observa Cornblit - Echeva, Gorroño y Zulaika - son hijos de jugadores contra los que compitió. Las probabilidades de que sus hijos jueguen el juego que se importó a Miami hace 85 años desde el País Vasco, son escasas.
Durante una sesión matinal el sábado en el Jai-Alai de Dania, "hogar del deporte más rápido del mundo", menos de 100 espectadores salpican los asientos que solían abarrotar 10.000 aficionados. La asistencia no es mucho mejor por la noche.
"El lugar solía estar lleno y el ambiente era electrizante'', dice Cornblit, quien se retiró en 1995 y rara vez vuelve al frontón. "Es triste verlo ahora.''
Los jugadores, vestidos con uniformes coloridos y las tradicionales fajas (cinturones), desfilan a la cancha al ritmo de una alegre canción, pero tienen la mirada resignada de los condenados camino al patíbulo.
En las gradas, un anciano conectado a un tanque de oxígeno se sienta al lado de su enfermera. Una mujer con un top de leopardo da de comer patatas fritas a un niño en un cochecito.
Cuatro amigos que dicen que vienen al jai alai a apostar desde hace 30 años, interrumpen constantemente a los jugadores con sus bromas, que se escuchan claramente en el silencioso frontón. "Apestas", grita uno cuando Oyarbide deja caer la pelota. "No ganaría un punto ni aunque jugara durante dos semanas". "Aquí viene el servicio piruleta", dice otro.
Tienen un apodo para Olazábal, un jugador alto que creen que realiza el mínimo esfuerzo. "Venga, canalla". Pero la bola rebota más allá de su salto desganado. "¡Muy mal! ¡Muy mal!".
Como si la situación no fuera lo bastante triste, el agua comienza a gotear sobre la cancha. Afuera está lloviendo y en el techo del frontón, una vez conocido como "el palacio", ha aparecido una gotera. El juego se suspende mientras los árbitros intentan secar el charco, cada vez mayor, con toallas. "Poned un cubo de basura en la cancha y jugar alrededor de él", grita un provocador.
Cornblit ya ha abandonado el edificio donde cuelga su camiseta con el número 37, retirado para siempre. Vive en Plantation, vende productos para Ultimate Software, juega al golf, pesca, visita a sus nietos. A Cornblit, de 54 años, le hicieron un bypass quíntuple hace cinco años. Tiene un par de cestas de recuerdo en casa. Su madre guarda la mayoría de sus trofeos. El Museo Judío de Miami Beach tiene el resto de sus recuerdos.
Durante su apogeo en la década de 1970 y 80, el jugador conocido como Joey fue como una estrella de rock en un juego que cautivó al público y a los turistas curiosos.
Solía haber 10 frontones en Florida, además de seis en Connecticut, Rhode Island y Nevada y dos en Cuba. Aún hay seis en Florida. El Miami Jai-Alai, construido en 1926 y conocido como 'el Estadio de los Yankees' de este deporte hasta que se convirtió en una mole destartalada, se reabrió el mes pasado después de un cierre de seis meses, pero está luchando por sobrevivir. Los focos de la entrada principal se han ido.
En Dania, el antes elegante Cesta Room se usa ahora para almacenamiento. Hay candelabros cubiertos de polvo. Las pilas de sillas y una colección de molinetes que se usaban para controlar el acceso son el testimonio silencioso de los días en que los grandes jugadores pedían cócteles y fumaban puros mientras apostaban.
El piso superior, otro espacio grande y fantasmal, está cerrado y oculto tras unas cortinas.
Comparado con el eco vacío del frontón, el Dania Poker Room hierve de actividad. Está escaleras arriba y, tras sus puertas de cristal, parece un agradable club, con su bar, su autoservicio de comida y 26 mesas de póquer. Está medio ocupado en esta tarde de sábado, pero se llena en los torneos de 40.000 dólares.
El póquer es lo que lleva gente al frontón, no el jai alai. Los juegos de cartas mantienen el juego de la pelota. Dania llegó a recaudar 50 millones de dólares en una temporada de cuatro meses. Hoy en día, trabajando 362 días al año, la cantidad apostada se ha reducido a 13,3 millones de dólares. Las apuestas de jai alai, carreras de caballos y carreras de perros en Florida han disminuido un 50 por ciento en 20 años, según la división estatal de Pari-Mutuel Wagering. Durante el apogeo de Cornblit, los mejores jugadores ganaban más de 100.000 dólares; hoy en día ganan menos de 50.000, y los jugadores jóvenes menos de la mitad.
El resto del artículo, en inglés, en la web del Miami Herald, aquí.
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