diáspora y cultura vasca
24/12/2010
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Buenos Aires, Argentina. Como socias activas del Laurak Bat, Gabriela Mendia y Miren Arozarena han vivido desde muy jóvenes sumergidas en la cultura vasca. Aún así, hacia el año 1990 y en lo que se refería al euskera, lo que la centenaria euskal etxea les brindaba no era suficiente. Por este motivo, el deseo de aprender más y a un ritmo más ágil las llevó a aceptar sin dudarlo la invitación a participar en el primer curso intensivo del programa 'Argentinan Euskaraz' que se realizó en la ciudad de Macachín, en La Pampa.
-¿Desde qué euskal etxea asistieron al primer barnetegi realizado en Macachín?
Fuimos convocadas por Emakume Abertzale Batza y el Coro Lagun Onak. En Buenos Aires ya existía una institución especialmente dedicada a la difusión y enseñanza del euskera, Euskaltzaleak. Pero si bien íbamos en nombre de una u otra institución, luego los profesores dábamos clases en el centro donde se nos convocara.
-¿Cuál era la situación del euskera en la institución antes de que comenzaran el programa?
Desde su creación, el Laurak Bat dio al euskera un lugar especial. En el año 1944, un grupo creó Euskaltzaleak y desde entonces esta institución tomó a su cargo lo relacionado con la lengua: los cursos, la revista, el material para la enseñanza y la organización de la Fiesta del Día del Euskera, entre otras cosas. Como irakasles, nosotras nos insertamos en Euskaltzaleak.
-¿Y cómo fue que decidieron participar de la convocatoria?
Nosotras ya estábamos estudiando euskera pero por la dinámica de los cursos de aquella época se necesitaba mucho tiempo para avanzar. Por lo tanto, la modalidad intensiva del curso que se organizó en Macachín nos resultaba atractiva en este sentido.
- Ustedes ya tenían algunos conocimientos previos al comienzo del programa…
Sí, pero muy pocos. Al segundo día ya todo este conocimiento previo se nos había agotado.
-¿Cómo eran aquellos barnetegis de tres meses a los que asistieron como alumnas?
En este punto hay varias cosas para comentar.
- La intensidad de la cursada: era la primera vez que participábamos en un curso de esas características y sobre todo al comienzo, hasta tomar el ritmo y entender la mecánica, fue muy duro. No obstante fue enriquecedor y exitoso. Llegamos a tener hasta 8 horas de clase diarias.
- El trabajo: pasábamos mucho tiempo, por fuera de las horas de clase, haciendo tareas para el día siguiente. Se sumaban entonces a las horas de clase, las horas de trabajo individual y los intentos por hablar entre nosotros en euskera. Con todo esto, en aquel primer barnetegi logramos una verdadera inmersión en la lengua.
- El compromiso: los resultados de aquel primer barnetegi eran definitorios para determinar si se seguía o no con el proyecto. El curso era una respuesta a las euskal etxeas que querían contar con un profesor de euskera, por lo tanto era una gran responsabilidad y debíamos comportarnos conforme a eso. También debíamos hacer todos los meses exámenes que medían el progreso en relación a las distintas facultades.
- La promesa de dar clases: como asistimos con esa promesa que debíamos cumplir ni bien volvíamos a nuestros centros, teníamos la necesidad de aprender todo lo posible, y no sólo en relación a la lengua; también debíamos conocer el material y trabajar la metodología.
- Amistad: compromisos como éste hacen que las relaciones entre las personas se estrechen. Algunos ya nos conocíamos de antes, pero después de convivir tres meses, la personalidad del grupo se consolidó de manera especial. Y se puede mencionar acá también la influencia del pueblo. En aquella época, no más de cuatro cuadras separaban el centro de Macachín del campo. Sin asfalto ni edificios, y a pocos metros los alambrados… En todo el pueblo había dos tabernas. Nosotros éramos unos treinta más las dos profesoras. Los fines de semana, de una manera u otra siempre terminabas encontrándote con alguien del grupo. Por eso se entiende que a aquel barnetegi se le haya llamado “el convento de Macachín”.
-Concluido el primer barnetegi de 1990 la mayoría de ustedes comenzó a dar clases en su centro vasco, ¿cómo fue esa experiencia?
Para los alumnos más duro que para nosotras, seguramente… Volvimos de Macachín a mediados de marzo y en abril comenzamos a dar clases. Pasábamos horas preparándolas. Cada clase tenía un “plan” al que se le hubiera podido llamar “guión”, ya que por las dudas llevábamos todo apuntado, hasta el “kaixo” del comienzo y el “hasta la próxima clase” del final”. Así y todo, y pese a nuestra escasa experiencia y nuestro euskera básico, los alumnos fueron progresando y continuaban estudiando.
-¿Cuál ha sido posteriormente el recorrido que hicieron por el mundo del euskera?
Actualmente seguimos dando clases. Por otro lado, desde que comenzamos con la formación participamos continuamente en el desarrollo del programa. Para el primer barnetegi, vinieron dos profesoras de Euskal Herria, Mirenjo Uriarte y Gurutze Arrieta, quienes hicieron un trabajo excelente. Además, Mirenjo le dio un gran empuje al programa en su inicio. Durante tres años fue quien llevó el proyecto adelante. Sus tareas eran múltiples: armar redes entre los profesores, organizar reuniones, consolidar el lugar del euskera en las euskal etxeas, preparar el material y trabajar la metodología, promover actividades fuera de las aulas y ordenar el sistema a nivel administrativo, por mencionar algunas. En el año 1993 la organización institucional cambió y Mirenjo volvió a Euskal Herria. Posteriormente el Gobierno Vasco y HABE desde Euskal Herria y FEVA desde Argentina se hicieron cargo de continuar con el proyecto. El trabajo de Mirenjo fue el punto de partida. Ahora nosotras trabajamos en FEVA por lo que seguimos muy cerca del programa. Desde 1997 además, una de nosotras –Gabriela–, es responsable del programa.
-¿Realizan además otras actividad en la euskal etxea?
Sí, además de enseñar euskera, colaboramos y llevamos adelante una gran variedad de actividades, en distintas áreas –social, cultural– de acuerdo a lo que se necesite en cada momento.
-Después de veinte años, ¿qué balance realizan del proyecto?
Cuando comenzamos no podíamos imaginar siquiera que el proyecto llegaría hasta donde llegó y que se desplegara como lo hizo. Hoy, desde dentro de la red que conformamos los que estamos vinculados al euskera, viendo que la mayoría de los que comenzamos aún seguimos en contacto con la lengua de Euskal Herria, viendo que desde Macachín a hoy se han formado tantos profesores, que muchas euskal etxeas tienen incorporado el euskera, y por la difusión que existe es evidente que el balance es muy bueno. Miramos hacia atrás y allí están los veinte años, en el camino. Y en ese camino el trabajo, los amigos, pueblos, ciudades y la vida. Son veinte años que garantizan la continuidad y la presencia del euskera.
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