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Apellidos vascos en Iparralde

26/09/2002

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A partir de ahora, los padres y madres en la República Francesa sufrirán mayores quebraderos de cabeza cuando, al nacer su primer hijo, se sitúen ante la tesitura de tener que decidir los apellidos con que le inscriben. Hasta la fecha, según el Código Civil francés, los hijos recibían los apellidos de su padre. A pesar de que la ley no les obliga a ello, al día de hoy también la mayoría de las mujeres adopta tras casarse el apellido del marido; muchas no saben que es sólo una costumbre. Las que lo han adoptado de modo consciente, dicen haberlo hecho porque prefieren apellidarse igual que sus hijos. En el estado español este debate no ha lugar, porque las mujeres conservan siempre su apellido de nacimiento, apellido que, pospuesto al de su marido, también transmiten a su descendencia (esto es hoy lo usual en Alava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra, aunque existe la libertad reconocida por la ley de imponer al hijo o hija el apellido de la madre y a continuación el del padre).

El pasado 8 de febrero de 2001 los diputados de la Asamblea Francesa votaron una nueva ley sobre los apellidos que puede acarrear grandes cambios sobre el particular. ¿Qué es lo que dice la ley?. Que ante el nacimiento de su primer hijo, los padres se encuentran ahora ante cuatro posibilidades:

  • Imponer al hijo o hija el apellido del padre, tal como venía ocurriendo
  • Sólo el apellido de la madre, fórmula que hasta ahora únicamente se aplicaba en el caso de hijos bastardos, al no conocerse la identidad del padre
  • El apellido del padre y a continuación el de la madre
  • Primero el apellido materno y a continuación el paterno

    El legislador ha pensado también en un último caso que puede producirse: si los padres no son capaces de llegar a un acuerdo, el niño o la niña portará los apellidos de ambos, siguiendo el orden alfabético. En todo caso, todos los hijos tendrán que llevar los mismos apellidos. Por lo tanto, no cabe pensar que el primogénito se denomine con el apellido del padre y el siguiente con el de la madre, o viceversa.

    Esta nueva ley viene a reemplazar el artículo 333-5 del Código Civil, que decía: “El niño toma el apellido de su padre”. Puede pensarse que ese artículo obedecía al deseo de asegurar la descendencia del padre, quien otorgaba así su apellido a los hijos que le daba su mujer, particularmente a los varones. Sabemos también que el código anterior a ése es el del pater familias romano. En suma, en francés se llama patronyme al apellido, del latín pater, padre. Así la nueva ley debería promover un cambio en la terminología: en los casos en que es la madre quien transmite su apellido al niño o niña, se debería usar en lo sucesivo el término matronyme.

    Seguramente transcurrirá algún tiempo antes de que la ley se popularice, y cabe pensar que muchos de los progenitores seguirán con la costumbre actualmente en vigor. Recuérdese en este sentido que han transcurrido más de diez años desde que los padres franceses pudieron imponer a sus hijos el apellido de la madre a continuación del del padre, y son muy pocos quienes han optado por ello.

    La característica más reseñable de esta decisión de la Asamblea Nacional reside en la posibilidad que ofrece de optar por el apellido de la madre, y ello ha sido el resultado de los profundos cambios que se han operado en la mentalidad y los modos de vida. En primer lugar, la ley sacó a la mujer de la situación de dependencia respecto del padre o del marido. Seguidamente, la responsabilidad para con los hijos se repartió entre los dos progenitores; ahora, también el apellido puede ser el de uno u otro. El legislador francés se ha visto obligado a seguir, a menudo con retraso, los pasos que las mujeres han dado en pos de su liberación. En mi opinión ése ha sido el motivo fundamental para este cambio en el Código Civil, si bien también se alude a otros, ésto sin duda para facilitar su votación, y en segundo lugar, para no asustar a los sectores tradicionalistas. ¿Cuáles son esas otras razones que se han esgrimido, a mi parecer con escasa base?. En Francia hay cada vez menos apellidos, arguyen, por lo tanto habría que conservar todos los que hoy existen, de modo que transmitir el apellido materno es una vía para que no se reduzca el número de apellidos.

    Es cierto que algunos apellidos se extinguen; ocurre en Francia, en el País Vasco o en cualquier otro lugar del mundo, si sólo se tienen en cuenta los apellidos de las familias autóctonas. Pero, ¿acaso no contribuyen los emigrantes con sus propios apellidos, los cuales, a pesar de ser de un origen diferente, con el tiempo se asimilan?. No parece que ésta sea una razón de peso; al contrario, países con alto índice de natalidad y poca emigración, como China, padecen problemas de homonimia. Problemas similares pueden ocurrir en Francia, en el País Vasco o en España con los apellidos más extendidos o comunes. Con el tiempo, los apellidos de procedencia foránea se hacen locales y a menudo nadie repara en que están en otra lengua. Así parece haber ocurrido en muchos pueblos de América Latina, tal como proclamaba aquella mujer: “¡Estos apellidos tan sudamericanos como Etchegoyen o Ugarte!”, y mencionar estos conocidos apelativos vascos.

    ¿Qué consecuencias tendrá la nueva ley del Código Civil sobre los vascos de Iparralde?. Las mismas que sobre cualquier ciudadano que viva en territorio francés: aportará más opciones y quizás más discusión a la hora de decidir sobre el nombre de los hijos. En el ámbito de los apellidos vascos, el cambio sustancial ocurrió hace ya mucho tiempo, a fines del siglo XVII, cuando los curas comenzaron a intentar imponer a los recién nacidos el apellido del padre. En aquella época, no existía como tal el apellido en el País Vasco y las personas respondían al nombre de sus casas. Ese mismo principio se mantenía para nombrar al niño, sin distinguirse si la casa era paterna o materna. Según la vieja costumbre vasca no se discriminaba a los descendientes en razón de su sexo, según fuera el primogénito varón o mujer.

    De modo que los apellidos vascos actuales son domónimos (del latín, domus, casa) --lo que es lo mismo que decir que provienen de los nombres de las casas-- y han sido transmitidos hasta nosotros indistintamente por vía paterna o materna. Ya desde antiguo –al menos desde la Edad Media- los vascos teníamos por costumbre esto que ahora intenta aplicar la ley francesa.

    Para Iparralde, es otro el gran cambio que aporta esta ley: nos reconoce la posibilidad de escribir nuestro apellido según la grafía vasca moderna. Entre tanto, esforcémonos en pronunciar correctamente nuestros apellidos, no al modo francés o al español, sino tal como son, en euskera, de tal modo que no hagamos de ellos lo que no son. Los apellidos son también parte de nuestro patrimonio, y así como nuestra lengua, hemos de conservarlos con vitalidad para las generaciones venideras.

    Marikita Tambourin, profesora


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