Sus pies solo pisaron una vez Euskal Herria, en 2006, pero su corazón palpita a diario en vasco. Bisnieto de eibarreses, a sus 65 años, Carlos Gabilondo recorre Argentina proyectando y divulgando cine vasco. "Es mi manera de contribuir", señala.
diáspora y cultura vasca
24/09/2015
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Sus pies solo pisaron una vez Euskal Herria, en 2006, pero su corazón palpita a diario en vasco. Bisnieto de eibarreses, a sus 65 años, Carlos Gabilondo recorre Argentina proyectando y divulgando cine vasco. "Es mi manera de contribuir", señala.
Joseba Etxarri. Nuestro contertulio es uno más de esos vascos diasporeros para quienes el ser vasco no se encorseta en papeles que anuncian en frío un origen geográfico, sino que se vive y se refleja activamente en lo cotidiano, en un compromiso sentido y en el entusiasmo por aportar en el grado en el que uno o una puede a la colectividad de la que se siente y se sabe parte. Carlos Gabilondo es profesor de historia jubilado... aunque no retirado, puesto que sigue hoy día ejerciendo la docencia, si bien de modo diferente. Descendiente de un Agustín Gabilondo que arribara a Argentina en la década de 1860, procede de una familia en la que muchos de sus antecesores más inmediatos fallecieron jóvenes, por lo que no disfrutó de un abuelo que pudiera contarle historias, aunque sí recuerda a su tío Osvaldo, "en realidad de origen italiano, pero casado con mi tía Nélida, hermana de mi padre, a quien decían La Vasca", y los partidos de pelota a que le llevaban en Euzko Etxea de La Plata, en la que aún pervive el recuerdo que aquel dejara como pelotari y aficionado a la pelota y como colaborador de la entidad en momentos difíciles. "Viajaban con frecuencia al País Vasco y nos daban referencia de sus andanzas", rememora.
Carlos Gabilondo es conocido hoy día en las euskal etxeas argentinas como "el hombre del cine". Él, junto a su mujer Norma, superan a lo largo de los últimos cuatro años el centenar de proyecciones de películas de acervo vasco, clásicas y modernas, corto y largometrajes, a lo largo de toda la geografía argentina, en centros vascos que van desde Eusko Etxea de Corpus Christi en la provincia de Misiones, a mil kilómetros al noreste de Buenos Aires, hasta la joven y patagónica Euskal Txokoa de San Martín de los Andes, en plena cordillera, a más de 2.500 kilómetros de la anterior. A todas ellas llegan con su proyector, su película, sus cables, los papeles que reparten con la sinopsis de cada título y dispuestos a compartir generosamente su tiempo, sus conocimientos, ilusión y dedicación con el variado público que asiste y participa de sus fórums; porque lo que ellos fomentan tras la proyección es la puesta en común, el contraste de opiniones y el debate, y lo hacen con éxito, en un entorno global en el que todo esto escasea.
¿Desde cuándo esa afición por el cine?
-Me aficioné en el 82, con la dictadura todavía vigente, cuando creamos en Lanús, en el Centro Israelita, un cine-fórum en el que proyectábamos títulos que nos facilitaba la Cinemateca Argentina o las embajadas de Italia, Francia o Alemania, muchas veces prohibidos o en sus versiones sin mutilar por la dictadura. Contábamos con el apoyo de don Salvatore Samaritano, gran difusor del cine en nuestro país, que apadrinó el cine-club. Pero el primer film vasco que recuerdo y que me impactó fue Ama-Lur, de Fernando Larruquert y Néstor Basterretxea, que sigue hoy vigente y cuya proyección me siguen solicitando. Y permíteme afirmar mi fanatismo por Montxo Armendariz, de quien precisamente estamos finalizando un ciclo en la Cátedra Libre de Pensamiento Vasco de La Plata.
Eres profesor de historia jubilado.
-Ello me permite disponer de tiempo libre para aunar mis principales aficiones: la historia y la docencia, el cine y la actividad cineclubista y mi interés por lo vasco y la cultura vasca. A partir de 2010 y en 2011 participé en la Universidad Vasca de Verano que coordinó en el colegio Euskal Echea de Buenos Aires Enrique Aramburu, y dentro de la variedad de disciplinas que comenzaron a impartirse, se abrió la posibilidad al cine, que trabajamos específicamente, con la inspiración de un seminario que ofreció acá el experto Juan Miguel Gutiérrez y el material que nos proporcionó. Al poco inicié unas clases de euskera en la asociación Euskaltzaleak y tuve la fortuna de conocer a Teresa de Zavaleta, quien me invitó a desarrollarlo como actividad fija, por lo que ya llevamos 34 títulos proyectados en estos últimos cuatro años solo en Euskaltzaleak. Se ha convertido ya en una actividad de la Casa, que tiene la virtud de incorporar a personas que se hallan de paso por Buenos Aires, tanto espectadores y aficionados como a cineastas y profesionales. Recuerdo la vez que dimos Sukalde Kontuak y pudimos contar con Aizpea Goenaga; su testimonio y los comentarios del público resultaron tremendamente interesantes e hicieron que diera la una de la mañana y siguiéramos con la actividad.
Como tantas cosas en la Diáspora, todo por amor al arte o, como se estila decir en Argentina, ad honorem.
-Sin duda. Lo cierto es que siento un placer enorme y la necesidad de devolver a la cultura vasca y a la colectividad todo lo que me han proporcionado. Aportar supone una gran satisfacción y la mayor parte de los títulos que proyectamos no tienen aquí recorrido comercial y no se verían si no los diéramos. Supone asimismo una gran satisfacción, por ejemplo, tomar parte en las sesiones de cine vasco que desde hace cuatro años ofrecemos en la Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina, con un público mayoritariamente no vasco. En las proyecciones en las euskal etxeas, inicialmente apenas juntábamos una decena de personas y hoy es habitual juntar a medio centenar, sesenta, ochenta. Hemos recorrido un camino que hay que agradecer a mucha gente, centros, instituciones y amigas/os.
Página de Carlos Gabilondo en Facebook: https://www.facebook.com/euskacine?fref=ts
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