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Best seller de la época; Se celebra el centenario del nacimiento del jesuita Plazido Muxika, autor de un diccionario del que se vendieron más de 17.000 ejemplares (en El Diario Vasco)

16/04/2006

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Nerea Azurmendi/Donostia. «Misión cumplida», escribió el jesuita Plazido Muxika en los prolegómenos de la que sería su última obra, el Diccionario Vasco-Castellano que vio la luz un año antes de que falleciera su autor. Lo escribió en letra mayúscula, en cursiva y entre signos de admiración, como si quisiera celebrar, dando muestras de cierto alivio, el final de un trabajo al que había consagrado prácticamente la vida. Una vida que comenzó, precisamente, hace cien años en la casa Baratzalde del barrio de Oria, junto a la antigua fábrica Brunet. Una misa mayor y el descubrimiento de un busto en su memoria servirán para conmemorar hoy en Urnieta --localidad a la que pertenecía Oria en 1906 a y con la que Muxika tuvo una relación bastante agridulce-- el centenario del nacimiento de un diccionario castellano-euskera que ha hecho historia.

La «revelación»

Plazido Muxika, cuya familia se trasladó a Altza cuando tenía diez años, terminó allí sus primeros estudios. Su siguiente paso fue el seminario hasta que, en 1922, un fin de semana de ejercicios espirituales en Loiola le hizo tomar la decisión de ingresar en la Compañía de Jesús. Compartir curso con futuros personajes de la cultura vasca como Esteban Urkiaga Lauaxeta, Andima Ibinagabeitia o Jokin Zaitegi fue, sin duda, un buen caldo de cultivo para despertar o revitalizar su compromiso con el euskera pero, como él mismo relataba, el momento clave se produjo en 1929, en el curso de una caminata por los Andes colombianos: «Rendido de fatiga en aquella larga caminata a través de montes de más de tres mil metros de altura, me senté para descansar un rato sobre un tronco que había a la vera del camino... De pronto, mis ojos se fijaron en un trozo de papel ya viejo y descolorido. Lo recogí por curiosidad y, al leer su título... Argia, quedé como fulminado por una emoción indescriptible. Al leer y releer de punta a cabo aquel trozo del semanario donostiarra, brilló en mi mente una idea fulgurante como un chispazo... y aquella idea era ya una decisión: cuando regresara a España, tenía que escribir un gran diccionario castellano-vasco, para colaborar, según mis fuerzas, al cultivo y fomento del euskera».

Esta curiosa historia, que su protagonista vincula con el supuesto paso del cura Santa Cruz por aquellas tierras, no puede hacer olvidar que, ya antes de ser enviado a Colombia, Muxika se había acostumbrado a elaborar listas de palabras. En 1937, de regreso a casa, los trabajos que le tenía asignados la Compañía de Jesús -fue profesor, archivero, bibliotecario...- y la sospecha de que el mismísimo Azkue, presidente de Euskaltzaindia, estaba embarcado en una tarea similar le hizo aplazar sus planes ya que, según él mismo escribió, «en la reducida área del País Vasco no hay público suficiente para dos grandes diccionarios castellano-vascos».

Pero no desistió, y siguió compatibilizando las tareas que le asignaban con la elaboración de las fichas en las que iba recogiendo los términos que acabaría incorporando a un diccionario de 1.879 páginas del que, en 15 años y tres ediciones, se vendieron más de 17.000 ejemplares. Todo un best seller para una época en la que el euskera comenzaba a despegar en la enseñanza, en la alfabetización, en las traducciones, etc. y en la que herramientas como la que proporcionó Muxika comenzaban a ser imprescindibles.

300.000 fichas

Sin renunciar en alguna ocasión a los testimonios orales, Muxika, al que la participación en la elaboración de diccionarios de latín o griego había adiestrado en cuestiones lexicográficas, extrajo la mayor parte de los términos que incorporó al diccionario de fuentes escritas en las que tuvo un papel importante la obra de su admirado Orixe.

A partir de 1944 pudo dedicar más tiempo a su diccionario, y comenzó a completar y a organizar las más de 300.000 fichas que elaboró en solitario. Posteriormente escribió, en su mayor parte en Veruela (Zaragoza), las primeras versiones del diccionario. Miles de cuartillas escritas a mano para cuya tercera y última versión dejó la cuestión que más le preocupaba: cómo traducir al euskera términos relacionados con los nuevos tiempos de los que no había constancia en textos de épocas pasadas. Lo solventó haciendo gala de cierto purismo que le llevó a crear no pocos neologismos. Algunas de sus creaciones no tuvieron mucho éxito, pero no puede decirse lo mismo de un diccionario publicado en 1965 que sigue siendo muy útil.


«POR FAVOR, HAGA PROPAGANDA DE MI DICCIONARIO»

N. A./Donostia Aunque cuando organizaron una presentación de su diccionario prefirió no asistir, Plazido Muxika no dejaba de tener cierto sentido del marketing, que se plasmaba en la profusión de recursos que utilizaba en sus escritos para enfatizar los aspectos más prácticos y prosaicos de su tarea: la distribución y venta de su diccionario. Y es que si afrontó el gigantesco trabajo de elaborar el diccionario casi en solitario, lo mismo tuvo que hacer con su difusión.

Le preocupaba mucho no satisfacer las expectativas de la editorial Mensajero, que estaba dispuesta a editarlo, y se planteó como objetivo comprometer a un millar de suscriptores de manera que una tirada inicial de 2.000 ejemplares pareciera una maniobra razonable.

Lo consiguió contactando personalmente con todo euskaltzale del que le daban noticia y llamando a la puerta de institucionales y ayuntamientos, incluido el de Urnieta, cuya negativa le dolió profundamente. Y no era poco lo que les pedía a cambio de un diccionario inexistente: 413 pesetas de las de 1964 cuando, a pesar de conmemorarse los «XXV años de paz» que recordaban los sellos de la época, un maestro cobraba poco más de 3.000 pesetas al mes. Y en la tarjeta con la que agradecía el esfuerzo, el firmante --Plácido Múgica S.J-- no dejaba pasar la oportunidad de pedir que siguieran haciendo «propaganda de mi diccionario».

(publicado el 16-04-2006 en El Diario Vasco)


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