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Bernardo Atxaga presenta hoy en Buenos Aires 'El hijo del acordeonista' en un diálogo con Sylvia Iparraguirre

22/06/2005

Atxaga, recibiendo el pasado 8 de junio el Premio de la Crítica durante la Feria del Libro de Bilbao
Atxaga, recibiendo el pasado 8 de junio el Premio de la Crítica durante la Feria del Libro de Bilbao

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El escritor vasco Bernardo Atxaga presentará esta noche en Buenos Aires la versión en castellano de su último libro, 'El hijo del acordeonista'. Acompañada por el éxito de su publicación en euskera, el eco de su publicación ahora en castellano no se le está quedando a la zaga. Hasta el momento se ha publicado asimismo en catalán y gallego, mientras otras siete lenguas esperan su momento. La presentación porteña se llevará a cabo esta noche a las 19:30 en la Boutique del Libro de Palermo, Thames 1762 y durante la misma la escritora Sylvia Iparraguirre dialogará con Atxaga.
[Con motivo de la presentación del libro en Buenos Aires, la Revista del diario La Nación entrevistó el pasado domingo al autor vasco en un trabajo que firma Sergio Sotelo. Por su interés, publicamos a continuación la entrevista, que lleva por título 'El país de los vascos', sin añadirle ni quitarle una coma]

El país de los vascos

Desde hace décadas, la violencia se ha instalado en esta región del norte de España. Su historia, llena de mitos y leyendas, muestra sin embargo un pueblo rico y complejo, firmemente arraigado en antiguas tradiciones. Una extensa charla con el escritor Bernardo Atxaga, el novelista vasco más celebrado, sobre un libro a punto de llegar a Buenos Aires, y las imágenes de Mikel Arrazola (uno de los fotógrafos que mejor han sabido retratar esastierras), echan luz sobre la realidad de Euskal Herria.

En la última novela de Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951) hay un elemento con una funcionalidad literaria muy precisa: un escondrijo que, por lo visto, tampoco solía faltar en las típicas casas antiguas del entorno rural del País Vasco. Según el escritor, el diverso uso que ese espacio doméstico ha ido teniendo en la vida de los pequeños pueblos de Euskadi –-un uso que se repite en algún episodio de la novela-– ayuda a entender metafóricamente cómo el componente de violencia que recorre la historia de esta norteña región española también ha ido mudando con los años.

Como cuenta la trama de El hijo del acordeonista, el gordeleku (escondrijo, según la palabra vasca que lo nombra) sirvió en un origen como escondite para que los jóvenes evitaran el reclutamiento durante las guerras liberales del siglo XIX. Más tarde, fue la guarida de los hombres que, durante la Guerra Civil Española, trataban de escapar del fuego cruzado entre republicanos y nacionales. Ahora, cuando la actualidad del País Vasco todavía continúa dando noticias sobre extorsiones y "coches bomba", a nadie sorprendería que ese viejo escondite terminara sirviendo como un lugar de reclusión –-zulo, le dicen-– para alguna de las víctimas de los secuestros de la banda terrorista ETA.

El pasado más o menos reciente del País Vasco cabe leerlo, en efecto, como un relato en el que cobra sentido y, sobre todo, cobra verdad la tópica imagen de la espiral de la violencia. Algo de eso está en la última novela del más reputado y leído de los escritores contemporáneos en lengua vasca y, hasta el momento, uno de los pocos literatos euskaldunes que, escribiendo en esa lengua minoritaria que los vascos llaman euskera, ha logrado romper las fronteras de su pequeña comunidad y hacerse, además, acreedor de un buen número de premios dentro y fuera de España. Pero no hay solamente violencia en Soinujolearen semea, que es como se titula originalmente El hijo… En sus páginas vuelve a materializarse el espíritu del "mundo antiguo" de Euskal Herria –-como lo define el novelista-– hecho de silencios e intimidades no compartidas. Un mundo transmutado por la ficción, que Atxaga viene frecuentando desde sus comienzos como poeta y cuentista; un territorio habitado por el mito y la leyenda en el que, hasta no hace tantos años, los campesinos seguían explicando sus sentimientos y anhelos a través de la fábula…

Al otro lado del teléfono, desde la pequeña localidad alavesa de Zalduondo, la voz de Atxaga ayuda a imaginar a un conversador afable al que le gusta aderezar sus ideas con recuerdos de lecturas y con muchísimos ejemplos. Su elocuencia hace pensar además que este novelista –-traducido a 25 lenguas, con más de una veintena de títulos en su biblioteca personal-– ha pensado largo y tendido en las cosas de las que habla. En vísperas de la presentación que de El hijo del acordeonista hará este miércoles en Buenos Aires (Boutique del Libro de Palermo, Thames 1762; 19.30), la Revista habló con Atxaga acerca de ese universo ficcional bautizado Obaba, en el que muchos han querido ver un trasunto bastante fiel del propio País Vasco, y también acerca las razones históricas que han alimentado uno de los nacionalismos más beligerantes y orgullosos de Europa.

- ¿Qué representa Obaba?

-Cuando era más joven, observé que mi lugar natal, al igual que casi todos los lugares donde el campesinado es muy numeroso, era un universo "antiguo". Un lugar donde la mentalidad de la gente era anterior a la Ilustración, anterior también a Freud… En mi pueblo ningún campesino empleaba términos que, después del psicoanálisis, se han vuelto comunes: palabras como esquizofrenia o depresión… Y cuando se carece de un léxico psicoanalítico es muy difícil hablar del interior de los personajes. Por eso, yo he hablado a través de leyendas y mitos. Esa es una de las características de Obaba.

-¿Dónde más se ve esa antigüedad...?

-Obaba también recrea un mundo donde hasta hace poco todavía se escuchaba el latín. Cuando íbamos a la iglesia en el pueblo, cantábamos en la misma lengua que Virgilio. En ese mundo que yo conocí también había otras cosas antiguas. El juego de las tabas, por ejemplo, que yo veía jugar a las chicas en la plaza y que es el mismo que está en los frescos del Museo Arqueológico de Nápoles; en ellos, los hijos de Ifigenia están jugando a las tabas… Treinta años más tarde, ese mundo en el que se hablaba de mujeres que por la noche se convertían en gatos negros, donde se proponían explicaciones que yo llamo de la preilustración, ilógicas o mágicas, es un mundo destinado ya a la destrucción…

–El hijo del acordeonista, tu última novela, sería el relato de la disolución de ese mundo…

–Es una disolución que se produce a través de la política. Yo he visto con mis ojos cómo el mismo compañero de colegio que antes me explicaba la diferencia entra las veinte clases de manzanas que se recogían en los campos del pueblo, tres años más tarde me pasaba un panfleto donde se hablaba de la vía maoísta para la construcción de la nación vasca… Y eso es para mí lo particular de la situación que hemos vivido los vascos.

–Desde fuera del País Vasco, la imagen que se tiene de esta región está asociada a una identidad y un sentimiento nacionalistas muy fuertes. ¿Hasta qué punto sería fundada esa percepción?

-Para que nadie se lleve a engaño, primero habría que decir una verdad general. Este es un lugar donde el mundo toma el nombre de Euskal Herria. Es, en principio, una parte del mundo. No es un lugar extraterrenal… El otro día leía a un escritor sueco que decía que había ido a Mozambique en busca de la diferencia y luego resultó que Mozambique le había parecido bastante parecido a Suecia. Esto es lo primero que hay que subrayar: la vida se parece mucho en todas partes. Son los detalles los que son diferentes. No en todos lugares existen las mismas ceremonias de iniciación a la madurez; no en todos los lugares las bodas siguen la misma clase de ceremonias ni hay el mismo concepto del amor… Esos detalles son los que alimentan la literatura. Además, el País Vasco ha tenido también circunstancias que lo han convertido en un lugar especial. Aquí ha sido especial la violencia, que atraviesa más de un siglo… Pongo un ejemplo: cuando pasé las pruebas de galera de mi novela a la gente de mi entorno, a conocidos y amigos, ocho de cada diez conocían por experiencia algunas de las cosas que allí relato, como las detenciones o las torturas en las cárceles. Esa violencia ha tocado a muchísima gente…

–¿De dónde surge esa violencia?

-No es fácil resumir los porqués. Mi teoría es que todas las violencias tienen un signo diferente. No me parece que sea una misma violencia la del siglo XIX que la del XX. Sin embargo, toda violencia tiene previamente una justificación teórica. Algo así como la idea de que el uso de la violencia puede ser justo en ciertas circunstancias. O que puede ser inevitable. Se parte de la idea de que el mal es relativo; de que siempre puede haber un pero… Esta idea se ha aplicado muchísimas veces. Por ejemplo: Hiroshima y Nagasaki se hicieron pensando que quizá fueran un mal relativo, o que iban a evitar un mal mayor… Aquí ha pasado un poco eso: han existido diversas teorías en las que de una parte o de otra se ha tratado de justificar la violencia.

–En el País Vasco siempre ha habido bandos enfrentados…

-Leer las proclamas liberales del siglo XIX da miedo, porque en su doctrina el uso de la violencia estaba más que justificado. Igual que en las de los carlistas… Luego, el segundo gran componente de la violencia es la de haber sufrido previamente una violencia. Si en un lugar, en un momento dado, un sector de la sociedad ha sido violentado y ha sufrido víctimas –-y estoy hablando ahora de la Guerra Civil o de la posguerra–-, esos hechos a su vez traen violencia, porque la víctima se cree legitimada para ejercerla. Eso vuelve a poner en marcha la rueda de la violencia, lo que a su vez crea víctimas… Eso es un poco lo que me parece que ha pasado en este país… En los años 1965 a 1970, yo leía en cualquier lugar de la universidad panfletos que hablaban de cómo se había perdido la guerra y de cómo eso debía tener una respuesta… Claro: no se decía que esa respuesta iba a ser violenta y que iba a durar hasta ahora. Ni tampoco que iba a crear a su vez cantidad de víctimas inocentes.

-¿Hasta qué punto esos elementos serían privativos de la historia reciente del País Vasco? No ocurrió lo mismo con los catalanes, los gallegos, los andaluces…

-No es exactamente lo mismo. Aparte de esa especie de base que puede verse en todo acto violento, en el País Vasco hubo también un componente decisivo. Y lo que se cruzó fue el neorromanticismo de los años sesenta, en el que la figura clave fue el Che Guevara. Era la época en la que había grupos guerrilleros en todas partes; incluso en Estados Unidos estaban los Panteras Negras o el Ejército Simbiótico de Liberación…. Hubo un movimiento político neorromántico que se desarrolló completamente de espaldas a la vida cotidiana de la gente. Se creó una especie de nube de ensueño. Esto fue lo que se cruzó en el horizonte vasco; y a partir de 1965 se empieza a hablar de la lucha armada, cuya referencia son las guerrillas sudamericanas… Fue un elemento azaroso que de repente influyó en nuestra historia; porque, de lo contrario, la historia aquí habría sido muy parecida a la de cualquier otra parte… Aquí también pasó algo distinto, no respecto de Cataluña, pero sí de otras regiones españolas, como Andalucía o Extremadura. La represión franquista después de la guerra fue tremenda. En todas partes hubo muchísimas víctimas, pero la diferencia fue que en Euskal Herria no se reprimía únicamente por una supuesta filiación ideológica o política, sino por ser de una manera... Yo tengo 53 años, y si algún maestro en la escuela me oía hablar en lengua vasca era inmediatamente castigado. Lo que se reprimía no era el que se pensase como los republicanos, sino el ser vasco.

-¿Cuánto pesan en la identidad y la cultura vasca otros elementos, como la lengua?

-El euskera tiene muchísimo peso. Tanto para la gente que lo habla como para muchísimas personas que no lo hablan, el euskera es algo que le da una centralidad al País Vasco. Para entender esto quizá tengamos que ir a un ejemplo como Canadá… A los anglófonos de allí les importa muchísimo que haya una minoría francófona. El hecho de que en ese país se hable francés es algo que los diferencia de Estados Unidos.

-Quieres decir que allí los anglófonos prefieren tener una identidad más compleja, una identidad que incluya a los otros…

-Puede haber muchas razones por las cuales uno quiera tener una identidad diferenciada. Y no siempre esa diferencia tiene por qué ser despreciativa del vecino. Si vas a Suiza, los escritores en lengua alemana insistirán en que ellos escriben en el alemán de Berna. A los suizos no les gusta ser confundidos con los alemanes. Quizá porque los alemanes tienen en Europa un historia más oscura… Pero la necesidad de ser suizo puede igualmente estar relacionada con el querer mantener unas señas culturales que incluyan el hablar francés, romance, alemán, italiano… Para muchos suizos, todo ese conglomerado de lenguas forma lo que se llama Suiza. En el País Vasco, el euskera también da centralidad al país… Cuando era joven y fui a estudiar a Bilbao, donde casi nadie hablaba euskera, y me sorprendió ver que me trataban como un príncipe por el solo hecho de hablarlo. En los bares, me oían hablarlo y me invitaban al café…

-Tu novela refleja también el temor por la desaparición del euskera. Hay una imagen poderosa, la del protagonista que entierra en cajas de cerillas aquellas palabras de su vieja lengua que van cayendo en desuso.

-El ser vascohablante, el utilizar una lengua minoritaria que probablemente no tiene tantas esperanzas de vida como otras lenguas, es algo que me ha hecho sensible a cierto tipo de cuestiones… Yo me pregunto: ¿se ha dado cuenta la gente de que, tomando una página de un diccionario de español, como el María Moliner, más de la mitad de las palabras que allí figuran ya han desaparecido? Esas palabras son como las cáscaras de los insectos que, cuando se mueren, sólo dejan el caparazón. No pesan nada, no tienen materia orgánica, no tienen vida ninguna…

-¿Y qué puede hacer la literatura contra la pérdida de ese mundo?

-Qué puede hacer por las vidas que se han perdido, más bien… Creo que en el hecho literario hay un anhelo de justicia, en el sentido de que no se debe repetir más la historia que vemos en los grandes museos, como el Ermitage o el Prado, donde solamente están los rostros de los reyes… Porque son las vidas humildes las que primero se pierden; las vidas que nadie se ocupa de contar. En ese sentido soy completamente judío. Me parece que la literatura judía ha tenido razón: la vida de la última prima de la familia que se quedó en Polonia vale tanto como la del rey Fernando… Yo intento que la vida de aquel chico de la escuela que quería ser boxeador también pueda ser memorable… Pienso que tiene un punto de justicia el que se cuenten las pequeñas historias, incluso las marginales.

-¿Por qué sigue escribiendo en una lengua minoritaria?

-Creo que tiene razón Hölderling cuando afirma que los hombres vivimos poéticamente sobre la Tierra. Y esto yo lo entiendo a la manera de vivir como un coleccionista, que es el paradigma de un hombre que demuestra vivir poéticamente. El dice: "El mundo no valora nada estas estampitas y las tira a la basura. Para mí, la forma de vivir será valorándolas…". Luego, a partir de esas estampitas que reúne, uno se crea una casa en el mundo… De esa misma manera, los hombres vamos eligiendo cómo vivir poéticamente sobre la Tierra. Intentamos construir un mundo dentro de otro mundo. Una casa dentro del mundo… En mi caso, yo soy una persona que ha elegido una manera de estar en el mundo en la que mi lengua íntima es una lengua que a la mayoría de la gente le importa un bledo… Cuando escribo en euskera soy como el coleccionista de sellos.

(publicado el 19-06-2005 en La Nación)


Enlaces relacionados

La entrevista en su edición original en La Nación
'El país de los vascos'

Información sobre la obra presentada, en la web de Alfaguara
El hijo del acordeonista

Una reseña sobre la obra
Por Javier Celaya en escueladeescritores.com

Bernardo Atxaga: 'Con Aznar hubo una caza del vasco'
Publicado en euskalkultura.com el 9 de junio de 2005

Atxaga en México: 'La vida se revela mediante las palabras...'
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