diáspora y cultura vasca
08/05/2014
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Joseba Etxarri/EuskalKultura.com. Conversamos con Amaia en un reciente viaje a El Salvador, en el que esta lesakarra de pro nos mostró algunos de sus rincones en zonas recónditas de este país en el que desde hace diecinueve años comparte esfuerzos de desarrollo y superación, codo a codo con sus habitantes y con un buen número de compañeros cooperantes.
-Llegas a El Salvador en 1995, con poco más de 24 años, al poco de licenciarte en Económicas en la Universidad del País Vasco y los haces junto a tu hermana y una amiga, tres lesakarras a la aventura centroamericana.
-Me convenció mi hermana Garbiñe y vinimos con otra amiga, Mertxe, con la idea de estar unos meses. Teníamos ganas de hacer algo y acudimos a la organización Askapena, que nos ofreció la posibilidad de venir a El Salvador o Guatemala. Aunque, en aquel momento, nos recomendaron más bien El Salvador, que había firmado hacía poco los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y la guerrilla del FMLN, mientras que en Guatemala seguían en guerra. Así llegamos a El Salvador, un poco por casualidad.
-El Salvador de entonces no era el de hoy...
-Era un país que intentaba superar una guerra y una dura historia de desatención a sus gentes. La heridas de la guerra eran evidentes y, por ejemplo, en infraestructuras, las carencias eran muy básicas. La primera comunidad en que viví y trabajé no contaba con agua corriente, la sacábamos de un pozo, y no teníamos electricidad, cosa que hoy, afortunadamente, ha cambiado. Los servicios básicos se han extendido, aunque la gente continúa en la pobreza. Ahora ocurre que sí tienen luz o agua corriente, pero no dinero para pagarla, de modo que no sé si no hemos acrecentado el problema en vez de mejorarlo.
-¿Era tu primera salida de Euskal Herria?
-Sí, si exceptuamos una semana en Brasil de viaje de fin de carrera. Una vez aquí, todo era diferente, el tiempo, la gente, las costumbres, la comida... pero aun así puedo decir que me enamoré del país y que me acostumbré rápidamente. Si me preguntas qué echaba más de menos, pues te diré que la familia y la comida. La comida aquí es muy monótona, siempre frijoles, arroz, pollo, maíz, tortillas de maíz y, por otro lado los dos primeros años los pasé en una comunidad de una zona rural, no en la ciudad y allí la comida era más floja, no nos faltaba nunca, pero era siempre la misma, por lo que sobre todo al principio sí que eché de menos la comida.
-¿Cuál fue el primer proyecto en que trabajaste?
-Nos ofrecieron varios y finalmente nos decantamos por uno que auspiciaba un ONG de aquí, el Centro para Los Derechos Humanos Madeleine Legedec, relacionado con la puesta en marcha de un centro para jóvenes. Mi hermana Garbiñe había estudiado Bellas Artes y siendo yo músico comenzamos a enseñar a los jóvenes, ella dando clases de serigrafía y yo de música. También enseñábamos a los chicos cómo manejarse, cómo administrarse si tenían algún dinero, y construimos el centro de jóvenes allí donde estábamos, en Usulután.
-¿Cómo eran recibidas vuestras actividades?
-Con mucho interés. Eran jóvenes de entre 12 y 20-21 años. Hay que tener en cuenta que a pesar de que para nosotros un chica o chica de 20 o 21 años es todavía muy joven, aquí a esa edad comienzan ya a formar una familia, tienen hijos y se ven a sí mismos como adultos. Eran jóvenes de esas edades, pobres, puesto que se trataba de una comunidad bastante pobre, repoblada, esto es, era gente que durante la guerra tuvo que huir a Panamá y una vez finalizó vinieron a esta repoblación, a Usulután.
-¿Cómo le ha ido al país en el terreno educativo y de instrucción pública?
-Hay aún mucho por hacer, pero yo diría que ha cambiado. Antes entre las personas de cierta edad era frecuente que no supieran leer ni escribir, o que tuvieran grandes deficiencias en ese aspecto. Los jóvenes de hoy creo que disponen en la mayoría de los casos de la posibilidad de estudiar y de ir a la universidad. Algunos se quedan a medio camino, tienen que ayudar en casa, pero creo que ahí hay una clara diferencia intergeneracional.
-Después de aquel proyecto, vinieron otros con otras oenegés.
-Tras los dos primeros años en Usulután, trabajé en un proyectos de Derechos Humanos o Cívicos. Cuando se organizaron las primeras elecciones, la gente no estaba acostumbrada, no sabía exactamente en qué consistía y formé parte de un proyecto para explicar, difundir y promocionar el voto, el derecho a votar. Luego llegaron otros proyectos sobre créditos, para montar una cooperativa, que he encadenado con sucesivos proyectos, así hasta el día de hoy, en que me he quedado ya en El Salvador.
-¿Qué aportáis los cooperantes, sois necesarios?
-Yo creo que la ayuda siempre se estima. Quizás acabamos debiendo más o necesitando más nosotros que al revés. Nos hemos hecho al país y hemos organizado aquí nuestra vida, al menos en mi caso. Hay mucha gente aquí muy capaz, que con la adecuada capacitación puede tirar perfectamente del país, pero los apoyos siempre ayudan y son bienvenidos. A mí El Salvador me ha enseñado a mirar la vida de manera diferente. Si me hubiera quedado en Euskal Herria seguramente no tendría la riqueza vital que hoy tengo. He conocido dos mundos, muy diferentes entre sí, mi hijo, Martxel, ha nacido aquí, vivo aquí y hoy mi vida está aquí, aquí aporto mis ganas, mi cariño y mi solidaridad.
-Tu hermana mayor retornó tras los dos primeros años de experiencia y también tu amiga.
-Sí y también ellas cuentan que la experiencia de El Salvador las marcó, guardan un recuerdo valioso. Yo, por mi parte, mantengo un contacto regular con Euskal Herria y sigo su actualidad. Por ejemplo, ahora queremos colaborar desde aquí el 8 de junio con la Cadena Humana de Gure Esku Dago. Voy cada año a Lesaka y Martxel pasa allí los veranos, tiene muchos amigos y aquella es también su casa.
-¿Que le dirías a una persona joven, quizás recién licenciada, que no encuentra trabajo allá y duda si cambiar de aires y colaborar con una oenegé, por ejemplo?
-Que si puede, no deje pasar la ocasión. Siempre es sano salir de tu entorno o de tu país y convivir y experimentar cómo viven otras gentes, ver por ti mismo qué otras realidades hay. Si puede, sin duda, le animaría a hacerlo.
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