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«Recuerdo cuando traje en carreta la 1ª máquina de coser y el primer piano». El 23 de agosto se cumplen 100 años de la muerte del pionero Ramón Santamarina, casado con Angela Alduncín y en segundos nupcias con Ana Irasusta (en El Eco de Tandil)

15/08/2004

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[El 23 del corriente mes de agosto se cumplirán 100 años de la muerte del legendario inmigrante gallego Ramón Santamarina. En la Feria del Libro Tandil 2004 se le rendirá homenaje el lunes 16. A las 19 habrá un panel con la participación de un tataranieto que lleva su mismo nombre. El presente artículo --entrevista imaginaria sobre datos reales-- pretende recrear su vida y a la vez homenajear, desde estas páginas, a este pionero que dejó en Tandil un importante legado]

Por Zulima Naranjo y Néstor Dipaola. Don Ramón nació en la ciudad española de Orense, un 25 de febrero de 1827. Sus padres fueron José García Santamarina y Varela, que había sido oficial de la Guardia de Corps del rey Fernando VII hasta la muerte de éste en 1833, y Manuela Valcarcel y Pereyra, descendiente de la nobleza española y heredera de tierras y títulos. Como nombre completo ostentaba el de Ramón Joaquín Manuel Cesáreo. Lo bautizaron el mismo día en que nació, en la parroquia de Santa Eufemia la Real, con el Padre Pedro Benito Cid. Sus padrinos fueron el abuelo paterno, Joaquín García Santamarina, y Manuela Méndez, vecina y natural de Orense.

BUENOS AIRES, 1840

¿Cuándo llegó a la Argentina, don Ramón?

Llegué a Buenos Aires en 1840. Salimos en un velero desde el puerto de Vigo. Venía solo, con 13 años, huyendo de la tragedia y la soledad que se habían acostumbrado a hacerme compañía.

Cómo era la Buenos Aires de entonces?

Era una ciudad inhóspita con algo más de 70 mil habitantes. El país estaba bajo el bloqueo de las flotas anglofrancesas y el federalismo imperaba. Por entonces, con mis pocos años, no podía entender demasiado los odios entre unitarios y federales o por qué unos eran santos y otros salvajes.

¿Dónde se asentó?

Primeramente, en el caserío de Barracas, junto al Riachuelo. Trabajaba de cualquier cosa hasta que llegué a las Cuatro Naciones, a metros del Mercado Viejo. En ese sitio escuché muchas historias de los viandantes sureños que paraban allí.

¿Le entusiasmaron?

Imagínese. Yo llevaba varios meses viviendo sin perspectiva. Al oírlos pensaba que era sólo cruzar un puente para llegar a esas tierras llenas de venados, potros, vacas y avestruces. Un día no resistí más y me enganché como boyero a una tropa de carretas que se iba hacia el sur.

¿Sabía algo del oficio?

Algo sí, rudimentario: estirar los tientos, azuzar los bueyes, obligarlos a mantener el paso cadencioso y a tirar parejo. Vadeamos el Samborombón y el Salado con el agua a media rueda, pero la huella barrosa y profunda entorpecía la marcha.

¿Qué le parecía el paisaje que iba viendo en el camino?

Me recordaba a mi Orense natal: los montes, la planicie, los arroyos. Sentía como si estuviera de nuevo en los lugares donde había pescado de niño.

ORILLAS DEL CHAPALEOFU, CAMINO HACIA EL TANDIL

¿Se detuvieron en algún lugar?

Nos arrimamos a la estancia San Ciriaco, en las márgenes del Chapaleofú. Era de don Ramón Gómez, dueño de un campo de 37 leguas, junto a los Miguens, los Vela, Baudrix, Vázquez, Díaz y Córdoba, entre otros. Allí pedí trabajar como peón y me aceptaron. Entonces sí que aprendí muchas cosas: jinetear, tirar el lazo, bolear avestruces, marcar, parar rodeo.

¿Usaba ropa de gaucho para estas labores?

En realidad nunca usé chiripá, ni calzoncillo cribado, ni bota de potro, ni corralera. No me gustaban las espuelas nazarenas y tampoco hice de plata cabezadas o pretales; apenas unas virolas en las riendas y en el cabo de rebenques y estribos.

Siempre español, entonces.

Siempre español, aunque no tan gallego como en mis orígenes. Y eso que era joven y podía dejarme llevar por las usanzas de la época.

¿Cuánto tiempo estuvo con los Gómez?

Un año y algunos meses. Yo quería independizarme, así que dejé la estancia San Ciriaco. Ya había oído hablar de una pequeña villa que no quedaba demasiado lejos, un pueblo de frontera al lado de un fortín donde era muy difícil saber dónde empezaba la paz y dónde la barbarie. Por esa época, este pueblito no llegaba a los 300 habitantes contando a los soldados. Para el campo habría más o menos 300 más, pero los indios los despojaban de todo y a las vacas que se quedaban rezagadas las mataban en el camino. Con esta amenaza constante, los campos estaban casi desiertos y no valían nada. Este pueblo era Tandil.

Aparecieron entonces sus famosas carretas.

Ahora son famosas, pero entonces eran sinónimo de temeridad y peligro. En medio de esas circunstancias, las tropas de carretas significaban mucho: eran un factor de civilización. Empecé con una y llegué a veinticuatro.

LA CARRETA, ENTRE LOS RIESGOS Y EL PROGRESO

¿Cuáles eran los peligros?

Los indios, los bandidos, la soledad, el silencio; lodazales, ganado cimarrón, quemazones. La noche podía convertirse en una amenaza permanente. Pero las carretas fueron las antecesoras del ferrocarril y sin ellas los sureños hubieran estado aislados por completo. No fui yo el único en advertirlo. Nicolás Anchorena tenía 18; Vela había patentado 11 en Chapaleofú y por el sur también andaban las de José White y Francisco Piñeyro. Pero les tenía una ventaja: no eran troperos como yo.

¿Qué traía y llevaba?

Llevaba mercancía para vender en Buenos Aires y le sacaba buenos precios: frutas, cueros, plumas, tasajo, cebolla, ajos, sandías; traía las balas para los cañones del Fuerte, municiones, armas, sal, azúcar, yerba, uniformes, telas, tabaco.

¿Le tenían confianza plena?

Me respetaban porque era puntual y no hacía trampas. El comandante Benito Machado me tenía consideración porque siempre dejaba alguna carreta a disposición del Gobierno y del juez de Paz.

¿Y cómo adquirió sus primeras tierras acá?

Porque en 1849 el Jefe del Fortín, cumpliendo órdenes del Gobierno, fracciona el ejido y suministra tierras. Ya tenía mi propio capital y registro a mi nombre cuatro solares. Pero seguí con las carretas. Recuerdo claramente cuando traje la primera máquina de coser, el primer piano y los ladrillos para la capilla.

NUEVA VIDA, MUJER Y CAMPO

¿Seguía su vida de soledades?

Ya estaba cerca de los 37. Había por acá una familia de vascos de buen nombre y reputación: los Alduncin. Se habían afincado en la villa y tenían una chacra y me deslumbró una vasca por los cuatro costados, suave y discreta: la bella Angela Alduncin. Como ya se acercaba la necesidad de quietud, después de muchos trámites le compré las cuatro leguas del campo Dos Hermanos a don Facundo Piñeyro. Hacia allá me fui con Angela y nacieron mis primeros hijos.

¿Cómo se recuerda usted por esos tiempos?

(Sonriendo) Era un hombre apuesto, de buena estampa; medía metro ochenta de estatura, robusto. La barba se confundía con el bigote y tenía el rostro ovalado, el pelo lacio, peinado hacia la derecha; pero, sobre todo, lo más importante era que yo miraba con firmeza y sin jactancia, con seguridad.

¿Fue feliz en el amor?

Fui feliz. Angela fue mi primer amor, la que entibió mis sábanas después de tantas noches frías y a la intemperie. Tuve la desgracia de perderla en 1866 y quedé a cargo de mis tres hijos: Ramón, José y Angela. Pero la familia Alduncin me reservaba otros momentos de alegría, que llegaron de la mano de Ana Irasusta, sobrina de Angela. De nuestra multiplicada unión nacerían 13 hijos, de los cuales 10 me sobreviven todavía, en esta última etapa de mi paso por la tierra.

MUCHA TIERRA, PENSANDO EN UNA VASTA DESCENDENCIA

Era una prole muy numerosa. ¿Había que pensar en el futuro, entonces?

Así es. Pero pese a las circunstancias que hacían huir a todos, yo creía que las posibilidades de esta región estaban en el campo. ¿Qué otra cosa podría dejarle a mis hijos? La mejor carrera que podía darles era la agricultura y el pastoreo. Yo conocía estas tierras y sabía el valor de lo que había transportado en mis carretas: cueros, lanas, hacienda.

¿Ahí resolvió comprar tierra, pensando sobre todo en la vasta descendencia?

Sí, me dediqué a comprar campos; todas mis reservas fueron dedicadas a esto. Amplié el campo Dos Hermanos a 10 mil hectáreas, adquirí casi 26 mil en Coronel Dorrego y 32.399 en Laprida, al que llamé La Gloria. Después tuve La Elvira, en Carmen de Areco, y otras tierras en Lamadrid, Bahía Blanca, Patagones, Necochea, Coronel Vidal, Tres Arroyos, Juárez. Hasta me ofrecieron 112 mil hectáreas en Santiago del Estero y las compré.

Pero no era solamente comprar, había que hacerlo todo.

Por supuesto. Había que alambrar, poblar, marcar vacunos u ovejas, amansar, preparar las aguadas; había que administrarlos, explotarlos, poner a gente experta y de confianza, con autoridad. Además, estaban las carretas, las pulperías, las casas de negocios, las de ramos generales. Todo esto me obligó a multiplicarme, a viajar, a visitar con frecuencia los negocios y los lugares, a vigilar que se cumpliera lo que yo indicaba.

¿Cómo se comunicaba?

Para entonces me vi en la necesidad de usar mucho la correspondencia. Recuerdo que una vez le escribí a José, el segundo de mis hijos, y le decía: "Yo no vivo de sueños, vivo de números, puesto que son ellos los que traducen las realidades".

VIENDO CRECER A TANDIL Y AL PAIS

¿Cree que su carácter se corresponde con la Argentina que le tocó vivir, tan adolescente como usted cuando llegó?

Cuando llegué en 1840, el país tenía una vida de 30 años y yo apenas 13, así que crecimos casi juntos. Esto siempre me conmovió. Por eso quizá muchos pensarían que era demasiado prudente, reservado, enemigo de hablar inútilmente; no me gustaba hacer confidencias. Todo esto estuvo marcado por la vida que llevé, por los hechos que acontecieron alrededor de ésta que fue mi vida. Me sentí siempre orgulloso de contribuir al progreso, de colaborar en todo lo que significara mejoras, avances. Nunca podré olvidar lo que era esta región cuando llegué y en lo que paulatinamente se fue convirtiendo.

¿Qué no puede olvidar?

Los primeros solares de la villa, mi primera marca de hacienda en 1852, la capilla, el colegio, los primeros trigos; no olvido al urquicismo, el alzamiento de Lagos, al Calfucurá de 1853 y 55, los malones.

¿Tuvo alguna responsabilidad?

Fui comisionado municipal y tesorero de la villa, pero renuncié al poco tiempo. Soy un hombre de decisiones rápidas y no me gustan las pequeñas rivalidades ni los cuerpos colegiados. Soy un hacedor, que piensa y actúa, y no dejo mucho espacio para las dilaciones. Quizás alguno podría tildarme de individualista.

¿No le gustaba la política?

No, aunque siempre me preocupé por el bienestar de los demás. Me alegré mucho cuando Mitre llegó a la presidencia y también en el 80 con el general Roca. La unión del país, la paz, la buena administración, el trabajo honesto, estaban en marcha.

LA AMISTAD CON JUAN FUGL

¿Conoció a Juan Fugl?

Fuimos amigos y coincidíamos en nuestra participación ciudadana. Por aquel entonces, éramos con Fugl los extranjeros más oídos en el pueblo. Traje yo su primera trilladora y fui junto a Carlos Díaz el tutor de su hijo durante su último viaje a Dinamarca.

¿Se sintió reconfortado con aquella distinción que le dieron los daneses?

Nunca hice algo para recibir homenajes. Mis actos siempre partieron desde la humildad. El rey de Dinamarca consideró que mis acciones acá habían contribuido al progreso de la ganadería y la agricultura y me designó Caballero de la Real Orden de Dannebrog, en 1896, pero sobre todo por los servicios prestados a la colectividad danesa.

¿Qué le pareció la revolución del 90?

Rechazo totalmente las revoluciones. Recuerdo la del 90. Llenos de susto, pasaban las balas sobre nuestras casas. Felizmente, después de cuatro días de angustias todo se arregló. Quedaron muertos y heridos. Eso es lo que traen estas revoluciones contra los gobiernos. Si son malos deben combatirse de la manera pacífica que las leyes acuerdan. Me uno a Mitre cuando dijo: "... Prefiero la peor de las elecciones a la mejor de las revoluciones."

LOS HIJOS NACIDOS EN TANDIL

Antes que Antonio, sus hijos Ramón y José gozaron de gran predicamento en Tandil. ¿Eso lo enorgullece?

No tenga dudas, eso me pone muy bien. Ellos nacieron antes que Antonio, por eso hacia fines del siglo anterior tuvieron actuación en esta linda Tandil que los vio nacer. En cambio Antonio, que amaba Tandil, nació en Buenos Aires en 1880, el mismo año en que Roca empezaba su primera presidencia.

¿La Revolución de 1893 tuvo a su hijo José, nacido aquí, como protagonista?

Es verdad. El también era abogado, como Ramón II, y le tocó mediar para evitar el derramamiento de sangre. Junto con los cónsules extranjeros constituyó la Junta Administradora que tuvo a su cargo el municipio luego de la renuncia del intendente Donato Dufau. José fue nombrado presidente de esa Junta comunal y se encargó de llevar adelante la normalización de la situación política en la ciudad, luego del intento revolucionario radical.

SOBRE LA PIEDRA MADRE

Siente usted una gran admiración por nuestra Piedra Movediza, ¿verdad?

Es que no podría ser de otra manera, es una de las maravillas universales. Y observo que desde que empezó a llegar el tren a Tandil, en el año 1883, viene mucha gente a verla, de Buenos Aires y también extranjeros.

¿Cómo fue su intervención tan importante de mediados de la década de 1890?

Nada del otro mundo. Sentí la obligación moral de comprar el cerro y el predio aledaño para donárselo a la Municipalidad, que por entonces andaba con problemas económicos. Tandil no podía darse el lujo de perder para sí semejante reliquia.

LA HIJA CASADA CON UN CONDE

Cuénteme de sus hijos. ¿Qué pasó con ellos?

Para 1878 compré una casa en la calle Méjico al 700, en Buenos Aires. Sabía que tenía que emprender el viaje de regreso y mis hijos eran mi mayor preocupación. Angela, la mayor, vivía en Orense. Se había casado con el Conde de Themes y había rehabilitado el título que le correspondía por los Valcarcel, así que era también la Marquesa de Atalaya Bermeja.

¿Eran de la nobleza española?

En mis antecesores había sangre de condes y marqueses por la línea del marquesado de Atalaya Bermejo y del condado del Valle de Oselle por la rama de los Valcarcel. También estábamos emparentados con la poetisa gallega Rosalía de Castro.

¿Cómo era su hija Angela?

Muy distinguida, con una gran cultura, inteligente.

¿Y el resto?

Constituí una nueva sociedad con mis hijos mayores, Ramón y José, a la que después se incorpora Enrique, el mayor de los hijos con Ana. Yo quería ser justo con todos. Por el año 1902 hago una reunión en la casa de Buenos Aires. Estaban presentes los hijos menores, porque la minoría de edad no impide que tengan el discernimiento necesario para escuchar mis consejos e interpretarlos oportunamente.

UNA SOCIEDAD CON TODOS LOS HIJOS

¿Qué les dijo a los muchachos en esa reunión?

Que había llegado a una época relativamente avanzada de mi carrera, teniendo la satisfacción de haber formado un núcleo de familia respetable y respetado por el valor intrínseco de cada uno de sus miembros, por la seriedad de su conducta y corrección de procederes en sus relaciones entre sí y con la sociedad. Yo sentía la necesidad de que ellos me reemplazaran en el manejo y cuidado de todos los intereses que había formado y por eso, después de pensarlo mucho y consultarlo con Ana, mi esposa, y Ramón, el mayor de mis hijos, les comuniqué mi decisión de formar una nueva sociedad con todos ellos en reemplazo de la que existía.

¿Comprendía todos sus bienes?

Los enumeré todos en detalle, hice una especie de partición privada y les aconsejé que esa unión se basara en una recíproca tolerancia a través de todas las situaciones de familia; que cualesquiera fueran las vicisitudes que el azar les deparara, fuera empeñosamente conservada, porque sólo por la unión la familia sería grande y fuerte, como yo lo deseaba, para ver acrecentada su prosperidad y perpetuado su buen nombre y ejemplo.

¿Cómo se llamaba?

La firma Santamarina e Hijos; era administradora, consignataria, financiera, banco, inmobiliaria de grandes ventas. Pero hicimos muchas cosas más: ganado vacuno, ovino, productos lácteos, de todo.

¿Se quedó en la casa de Buenos Aires?

Me gustaba mucho. Me sentaba en el ventanal del primer piso y la vista se perdía por la calle Méjico hasta llegar al río, recordaba mis primeros días recién llegado de Orense, tenía la compañía de Ana, esa gran mujer que se unía a mis silencios. Los hijos me escribían pidiéndome que descansara, que estaban ellos ahora para el trabajo.

¿Les hizo caso?

No demasiado. Mi temperamento no lo permitía. Yo sabía que Dios había sido muy generoso conmigo y estaba tranquilo con mi conciencia, pero la soledad seguía a mi lado, como un aguijón.

¿Qué fue lo más importante de su vida?

Haber convertido mis quimeras en realidad.


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EL INMIGRANTE PIONERO, SUS DESCENDIENTES Y TANDIL

[Una avenida, un club, un hospital, una escuela, una plaza, se llaman "Santamarina", aquí en el Tandil. Y tiene sus fundamentos]

"Poco después de la muerte de don Ramón --dice Daniel E. Pérez-- su viuda donó un terreno de 40 por 40 metros a la Congregación de la Sagrada Familia donde se levantó el Colegio San José, inaugurado en 1908.

En 1909 doña Ana Irasusta donó el edificio y el mobiliario del Hospital y que constituye una de las obras más trascendentes con que hoy cuenta la Municipalidad de Tandil. Inaugurado el 25 de abril de 1909, sobre los terrenos que eran propiedad de su hijo el Dr. José Santamarina, quien por su parte también donó las tierras donde hoy están la capilla Santa Ana --donación de doña Ana, inaugurada en la misma fecha que el Hospital Municipal-- el terreno donde está la Plaza de Juegos Hipólito Yrigoyen, el del ex Preventorio y la plazoleta Dr. José Santamarina, frente al Hospital.

También Tandil les debe la donación del cerro donde estaba la famosa Piedra Movediza, efectuada por Ramón, que completó el actual paseo y sus arreglos (ver preguntas y respuestas sobre el tema en la entrevista).

Por disposición testamentaria de Ramón Segundo, a su muerte, se erigió la Capilla San Ramón y la Escuela Ramón II en la Estancia Ramón I, inauguradas en 1911 y posteriormente donadas al Obispado de La Plata del que dependía Tandil.

En terrenos donados por la viuda de Ramón II, doña María Gastañaga, se levantó con la colaboración de la población de Tandil y amigos de su esposo el Hogar Agrícola femenino Dr. Ramón Santamarina, que fue entregado en su inauguración en 1913 al gobierno nacional y luego transformado en la conocida Escuela Granja, hoy Agropecuaria.

En 1913 se fundó el Club y Biblioteca Ramón Santamarina, que tuvo su sede provisoria en la que fuera casa paterna de la familia, la finca de 9 de Julio al 500, y cuya primera cancha funcionó en una manzana facilitada por los Santamarina en la avenida Colón, Pellegrini, Paz y Uriburu.

También sus descendientes donaron los terrenos donde actualmente está la Plaza 25 de Mayo y los edificios del barrio Banco Hipotecario, lugar que fuera conocido con el nombre de Monte de las Romerías.

La capilla de Santa Gemma y la Gruta de Lourdes, la capilla de Don Bosco, el terreno de 9 de Julio al 500 donde iba a construirse la Plaza de las Artes, el terreno donde se levanta la Cruz Roja Argentina filial Tandil, la antigua cancha del Club Jorge Newbery en la avenida España, Garibaldi, 9 de Julio y Alem, fueron otros aportes a Tandil.

Además de esto mencionaremos algunas obras que enriquecieron el patrimonio cultural de la ciudad y que son hoy verdaderamente históricas: el ex Palace Hotel, hoy Universidad; el antiguo almacén El Aguila, el edificio de 9 de Julio entre el Pasaje Fournier y General Pinto; el de avenida Santamarina al 350, hoy en gran parte demolido; los maravillosos cascos de las estancias, de los que mencionaremos sólo algunos, como Bella Vista, donde en un templete se conserva la histórica carreta, blasón de la familia; Sans Soucí, La Indiana, Maryland, Montiel, Ramón I, La Pola, Dos Hermanos, Los Angeles, El Vigilante, San José de la Tinta, etc.

Legados como el ya mencionado de las salas Antonio Santamarina al Museo de Bellas Artes, el de la sala Mercedes Santamarina, obras que posee el Museo del Fuerte Independencia, la formidable colección del diario La Nación a la Biblioteca Rivadavia, las gestiones para la creación de la Escuela Normal por parte de don Antonio, la decisiva intervención para el primer adoquinado de las calles de la ciudad en épocas del primer intendente don Pedro Duffau, también les pertenecen.

Cuadros y estatuas representan tanto a don Ramón como a sus descendientes. Frente al Hospital está la estatua del tronco de la familia, obra del escultor Miguel Blay. En la estancia Bella Vista hay un busto de mármol, en el Museo de Bellas Artes un cuadro del extraordinario pintor español Joaquín Sorolla y Bastida y en la iglesia de San Ramón un vitral.

Por su parte, del doctor Ramón Santamarina existe en la Escuela Agrotécnica una estatua donada por sus amigos. En los jardines de San Ramón, otra, así como un vitral en la iglesia mencionada.

De doña Angela Alduncin de Santamarina hay un vitral en la capilla de San Ramón. De doña Ana Irasusta de Santamarina un busto en el Hospital. De doña María Gastañaga de Santamarina, un vitral en la capilla de San Ramón. De José Santamarina hay un formidable retrato en el Museo de Bellas Artes debido a Raimundo Madrazzo y finalmente de Mercedes Santamarina, en el mismo Museo, existe un retrato del pintor húngaro Lazlo".

(publicado el 15-08-2004 en El Eco de Tandil, de Tandil, Argentina)


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