Jorge Napal. Rissanen y Joseba se conocieron en Finlandia. Ella no tenía ninguna referencia del País Vasco ni de su idioma, pero tras vivir juntos tres años en Helsinki se despertó una creciente curiosidad que le animó a hacer las maletas. La verdad sea dicha, su primera impresión al llegar no pudo ser más desilusionante. “Tenía 29 años y corría el mes de diciembre, pero no se puede decir que con él llegaron mis primeras Navidades. Me sorprendió ver todo verde. Me sorprendió muchísimo que la naturaleza no tuviera ese descanso al que estaba tan acostumbrada. Para mí era imprescindible que por navidades todo quedara cubierto de blanco, en silencio. Era algo que siempre había visto en mi país, pero aquí no sucedió”. Incluso se descolgaban rayos de sol por esas fechas, algo a lo que tardó dos o tres años en acostumbrarse. “Eso sí, desde entonces estoy como en casa”, sonríe.
Sus rasgos nórdicos le delatan, y fuera de su entorno más próximo las primeras palabras que le dirigen suelen ser habitualmente en inglés. La sorpresa es mayúscula cuando ella contesta en euskera. “Hay quien se sorprende. A partir de ahí parece que se establece otro vínculo y que la gente se resitúa”, dice Mia Rissanen. Relata su experiencia junto a Xila Pihlström, presidenta de la asociación cultural Euskal Herria-Finlandia Suomitar. Una vive en Arroa (Zestoa). Su interlocutora en Donostia. Son dos finlandesas residentes en Gipuzkoa que han fijado estrechísimos vínculos con la cultura vasca, de tal modo que no entienden la vida en Euskadi sin el manejo de su lengua.
Aunque haberlos haylos, dicen que apenas tienen referencia en el territorio de una quincena de compatriotas. ¿Quizá por ello se desconoce tanto del país? La referencia más cercana que se tiene es su laureado sistema educativo, que siempre consigue auparles a los primeros puestos de PISA, el informe que evalúa las competencias de los alumnos de los países de Europa.
De Finlandia también llegó el programa Kiva contra el acoso escolar implantado por las ikastolas. Es también conocido el país por su sauna, la marcha nórdica... “Pero Finlandia es muchísimo más que todo eso”, advierten al unísono, conscientes del enorme desconocimiento que existe.
Les han llegado a preguntar cómo se llama el rey de Finlandia, cuando se trata de una república, al asociarlo con el resto de países nórdicos regidos por monarquías. “Una de las mayores confusiones es pensar que Finlandia es igual que Suecia o Noruega, con un idioma escandinavo más. Sería el mismo error que comparar el euskera con el resto de la Península Ibérica. Los finlandeses son para Escandinavia lo mismo que los vascos para la Península Ibérica. Estamos hablando de un idioma y una cultura que nadie más entiende, en la que todo es diferente. El finlandés es un idioma preindoeuropeo, completamente distinto al resto”, subrayan.
Similitudes catalanas
El encuentro tiene lugar con motivo de una celebración muy especial. Ayer se cumplió un siglo de la declaración de independencia de su país que, por cierto, fue unilateral. Lo ocurrido guarda ciertas similitudes con la situación vivida en Catalunya, lo que les ha despertado un interés añadido en el seguimiento del proceso.
“Muchos finlandeses estaban a gusto con la autonomía de la que gozaban, pero comenzó un período de “rusificación” que guarda muchos paralelismos con lo que ha pasado en Catalunya”, dicen. Para hablar de todo ello se suman a la charla Joseba Ossa, marido de Mia, y Mattin Rafu Ruiz de Alda Laaksonen, un joven de ascendencia finlandesa, nacido en Pamplona y residente en Urruña.
Ven a Euskadi y Finlandia como dos pueblos pequeños que hacen esfuerzo por preservar su lengua. Los cuatro hablan en euskera. “¿Qué habría sido de nosotros si por aquel entonces algunos países de alrededor no hubieran dicho sí a la declaración?”, se preguntan.
Ossa sostiene que Finlandia “hizo exactamente lo mismo que Catalunya, con la diferencia de que le salió bien la jugada porque tenía padrinos como Alemania y algún país del Este. Fueron intereses geopolíticos. A Alemania le interesaba debilitar a Rusia. Finlandia hizo una declaración unilateral de independencia sin respetar la constitución rusa. Hay similitudes, pero el contexto internacional fue sin duda más favorable para Finlandia que para Catalunya”, observa.
Ahora, transcurrido tanto tiempo de aquello, tienen la impresión de que los jóvenes del país “hoy en día no valoran la independencia porque nacieron con ella”. El mes pasado Mia, que reside en Arroa, viajó a Finlandia con Joseba. Tras preguntar a familiares y conocidos por los preparativos, se sorprendió de que no hubiera actividades previstas en los colegios, más allá del día solemne con la exhibición de banderas. “Para algunas generaciones es algo que parece que ha venido dado. Las memorias de la guerra están frescas solo para los más mayores”.
Pihlström llegó a Euskadi con 29 años. Se propuso estudiar castellano en la UPV/EHU. “No tardé en encontrar trabajo. En aquella época nadie hablaba inglés, y estuve quince años desarrollando actividades como traductora y en contacto con los alumnos. El primer conocimiento del euskera fue a través de los carteles y pintadas que veía en las paredes, en una época políticamente muy convulsa”. Aprendió castellano y euskera a la vez. Había vivido varios años de okupa en otros países europeos y cuando llegó a Euskadi hizo lo propio en una casa de Martutene. “Conocí entonces a varios profesores de euskera. Ellos organizaban cursos y así aprendí”, recuerda.
Las apariencias y los prejuicios salen a colación durante la charla, y afloran experiencias más o menos molestas. Dice Mattin que una de las cosas que más le hiere cuando va a Pamplona es que el servicio de hostelería le intente cobrar de más las consumiciones y le hable en inglés. “Yo he nacido en Pamplona, y eso me duele mucho. Me siento agredido. En Donostia muchas veces me suelen hablar en inglés, pero les respondo en euskera y se callan”.
Dice que la última vez que estuvo en Finlandia le preguntaron por qué era vasco y no español. “Yo les decía. ¿Vosotros preferís ser suecos? Enseguida te dicen que no, que son finlandeses. Pues bien, yo les respondo que nosotros también estamos haciendo lo nuestro para conseguir vivir con nuestra identidad”.
La asociación Euskalherria Finlandia surgió de una afinidad especial que no se ha dado ni en Catalunya ni en Galicia, por citar algunos ejemplos. El hecho de que hablen una lengua preindoeuropea, tan antigua, les hace sentirse muy cercanos a Euskal Herria. “Para los vascos que fuimos a Finlandia, descubrir los carteles y ver escritas tantas k, con una fonética tan similar, nos hizo sentir de un modo muy especial”, confiesa Ossa.
Hay palabras que, de hecho, se escriben exactamente igual, aunque tengan otros significados. Katues en euskera gato y en finlandés quiere decir calle. Joseba muestra la segunda edición del diccionario publicado hace cinco años. “No es casualidad que hagamos este tipo de trabajos, sin subvenciones ni nada. Hay una afinidad, algo que nos hace acercarnos. Es un hecho que estos años atrás, todos los vascos que fuimos a Finlandia, todos, acabamos aprendiendo finlandés. En cambio, hemos visto muchos españoles con diez o quince años de residencia a sus espaldas que seguían despreciando el idioma por ser “antiguo, raro y feo”. No aprenden el finés aunque vivan allí.
A la inversa también ocurre. “Sabemos lo que es venir de lenguas minoritarias”, añade Pihlström. “El euskera para mí es muy útil. Desde que lo aprendí hice amigos y me abrió muchas puertas”. “El componente sentimental también está ahí”, le dice Mia. “Yo no me imaginaría vivir aquí sin saber euskera. Es como si me faltara un pie, pero entiendo que otras personas no sientan esa necesidad”.
(publicado en Noticias de Alava)