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Chirstian Masello. Descendiente de vascos, colaboró en la primera edición, que se realizó en 1978.

Desde entonces, su participación ha sido una constante.

“Es una manera de honrar a nuestros ancestros, a la cultura”, dice ella, respecto a esa fidelidad hacia el festejo.

“Disfruto e intento que las nuevas generaciones tomen la posta”, afirma, aunque reconoce que cuesta, e incluso revela que, tras la pandemia, hubo que trabajar mucho para evitar la deserción de jóvenes que habían comenzado a arrimarse a la organización.

Pero, más allá de todo, se muestra feliz. Sabe que aquel emprendimiento que comenzó en 1978 ha tomado ribetes que jamás había imaginado.

El desarrollo del festejo llevó a que se realice en el predio de la Sociedad Rural de Bariloche, camino al aeropuerto.

Stella, más allá de que destaca el valor de ese crecimiento, recuerda los días en que la celebración se llevaba a cabo en el gimnasio Pedro Estremador de Bomberos Voluntarios y, sobre todo, evoca con nostalgia los tiempos en que se efectuó en el Club Danés.

Y, más allá de la alegría que marca el crecimiento de la festividad, reconoce sentir “un poco de zozobra por lo que puede pasar este año desde lo económico”.

En tal sentido, explica que “los gastos son muchos”, y detalla que “los presupuestos de hace una semana ya no sirven, porque cambiaron”.

Igualmente, no deja de apostar por el crecimiento de una festividad que ha crecido con el pulso de Bariloche, una ciudad que da cobijo a diversas culturas que convergen para crear una única.