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Josu Legarreta, autor de 'La cooperación vasca al desarrollo': “La solidaridad tiene que ir unida al principio de la eficiencia” (en Deia)

29/12/2016

Desgrana una época marcada por los compromisos y las fricciones entre los agentes e instituciones junto a la necesidad de un cambio en el modelo de cooperación con el Tercer Mundo

Enlace: Deia

Susana Martín Osinalde / Bilbao. En los años 90, cuando, según recoge en estas memorias “las leyes de cooperación estaban de moda”, un 82% de la población vasca desconocía el significado de las siglas ONG. En el contexto de casi dos décadas del incipiente Programa de Cooperación al Desarrollo, quien fuera su director, Josu Legarreta (Fruiz, 1948), expone en La cooperación al desarrollo (Editorial Catarata-IUDC), la intrahistoria que protagonizaron los agentes de aquel movimiento, cuando las seis ONG existentes en Euskadi presentaron al lehendakari Ardanza 30.000 firmas solicitando una partida presupuestaria para los países en vías de desarrollo.

¿Se puede entender lo que es hoy la cooperación internacional en Euskadi sin saber cómo fueron los primeros empeños?

-La situación de Euskadi venía de una autonomía creada con unas ganas de organizar el país, con una imagen exterior negativa por los atentados de ETA. El Gobierno no tenía en esos momentos una proyección exterior, aunque tras el exilio, era importante la de los centros vascos. Las ONG ya eran fuertes en el Estado con sus reivindicaciones del 0,7% y esa conciencia también llego aquí. La partida que se creó fue de 10 millones de pesetas, un símbolo de que el gobierno había reaccionado rápidamente. En el 88-89 ya eran 300 millones y en 1997, 3.000. Hubo un crecimiento exponencial que evidenció la voluntad del gobierno y diputaciones de apoyar a países en vías de desarrollo.

¿Cómo empezó todo?

-Los proyectos fueron analizados por la Comisión de Derechos Humanos y ahí se vio que faltaba profesionalidad. A pesar de ser así, la comisión aprobó la primera partida y hubo problemas de adjudicación, el propio Pepe Rubalkaba que presidía la comisión, advirtió que después del movimiento que se había generado no podían darse pasos atrás. Él mismo hacía la pregunta: ¿Qué habría pasado si en lugar de 300 millones hubiéramos adjudicado 1.000? A mí me tocó definir el modelo: ¿Estábamos hablando de ayudas de emergencia, humanitarias o de cooperación al desarrollo? Las ONG iban creciendo en número así que se planteó un contraste sobre aumentar el presupuesto frente a la ausencia de profesionalidad en temas de desarrollo.

¿Dónde estuvieron los principales desencuentros?

-Había planteamientos que las ONG no admitían, por ejemplo, que las universidades fueran agentes de desarrollo. Si las empresas no podían ser agentes de desarrollo, ¿qué modelo estábamos planteando?, ¿lo aceptaríamos para Euskadi? La solidaridad tiene que ir siempre unida al principio de la eficiencia. Por lógica debíamos hablar de profesionalidad, de presencia real.

¿Cómo se hizo y con garantías?

-Lo hicimos experimentando y en el propio libro ejerzo la autocrítica. El programa se creó en 1985, yo llegué en 1991 y no había una memoria económica que después se hizo: dónde se había financiado, cuánto y a quién. A partir de ahí comenzamos a crear congresos para saber cómo lo estaban haciendo los demás, el resto de países de la UE.

Fueron momentos de intensa implicación…

-Las ONG han realizado un trabajo innegable de sensibilización social y labor humanitaria pero tenía mis dudas sobre si todas estaban profesionalmente cualificadas como para poner en marcha proyectos de desarrollo y opté por una diversificación de ayudas. Intenté potenciar la coordinadora de ONG porque era fundamental para evitar los individualismos y que hubiera un planteamiento de conjunto. Desde las ONG se nos reprochaba el control y orientación del Gobierno, la exigencia de facturas y justificantes. Yo creo en los proyectos donde hay implicación de instituciones públicas y privadas. Para mí era un salto cualitativo sin complejos.

¿Algún ejemplo?

-En Guatemala, donde existía una situación de violencia de los paramilitares, partimos de que era necesario un modelo de desarrollo que no pasara solo por los servicios básicos, sino que fuéramos a un desarrollo regional. Me comprometí a disponer una partida junto a ayudas europeas con la condición de la participación de alguien del gobierno, incluso vino un delegado de Bruselas. Se trataba para superar el concepto de microproyectos, al final no salió adelante porque el Gobierno estaba presente. Eran 1.000 millones de pesetas al año. No les venía bien dar la imagen de cercanía a los gobiernos.

También habría resistencias fuera, en los propios países receptores…

-Cuando Eritrea se independizó de Etiopía fuimos a hablar con el gobierno eritreo, que era comunista, lo hice con un religioso guipuzcoano y les planteamos nuestra propuesta. El Gobierno vasco estaba dispuesto a participar en la financiación de la obra civil de una universidad. El ministro de Educación me dijo que la universidad forma mentes y que la formación de las mentes corresponde al partido y no al gobierno. Podríamos crear allí todos los centros de formación profesional pero no fuimos autorizados a financiar la construcción de un centro universitario. En algunos casos, en otras realidades, ni por dinero se aceptaban planteamientos de desarrollo.

LAS CLAVES

“Hubo un aumento exponencial del presupuesto que evidenció una voluntad política”

“Creo en los proyectos con implicación pública y privada; se trataba de un salto cualitativo sin complejos”

“Las ONG crecían en número con el contraste de aumentar el presupuesto frente a la ausencia de profesio



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