Ana Vega Pérez de Arlucea. El 21 de septiembre de 1862, un quinceañero vizcaíno desembarcaba en La Habana con ganas de comerse el mundo. Eran otros tiempos y los quinceañeros andaban bastante más espabilados que los de ahora debido al hambre y la necesidad, así que no se hagan ustedes cruces. José Arechabala Aldama, que así se llamaba el chaval, había dejado atrás su Gordexola natal para buscarse las castañas en Cuba, soñando seguramente con ganarse bien la vida y, si acaso, ganar las suficientes perras como para volver algún día y levantar una casona de indiano de ésas que dejaban patidifusos a los del pueblo.
Cruzó el Atlántico con ambición, pero ni en sus mayores fantasías hubiera pensado que 150 años después su nombre estaría asociado a uno de los productos más conocidos y vendidos de Cuba: el ron Havana Club. Probablemente les suene a ustedes que otro gran nombre del ron, Bacardí, debe su nombre a un barcelonés y sin embargo, la mucho más cercana historia del Havana Club y de su fundador vasco pasa desapercibida. ¡Nunca más! A partir de hoy podremos tomar el cubalibre con propiedad, sabiendo que detrás de esa marca estuvo el trabajo de un clan vizcaíno.
A la sombra de un vecino
Y verdaderamente de un clan se trataba, ya que en el siglo XIX se solía emigrar con el apoyo (y quizás la promesa de un trabajo) de algún familiar o conocido. Así fue en el caso de José Arechabala, que comenzó su aventura cubana a la sombra de los negocios de otro gordexolano. Domingo Aldama, pariente lejano del joven José, se había enriquecido gracias al tráfico de esclavos y las plantaciones de azúcar y entre 1815 y 1870 atrajo a la isla caribeña a multitud de paisanos de las Encartaciones deslumbrados por su poderío. Nuestro protagonista comenzó a trabajar en Matanzas dentro del comercio azucarero y después, en 1869, pasó a una agencia marítima en la que tenía participación otro vasco ricachón, Julián de Zulueta. Marqués de Álava, alcalde de La Habana y archimillonario, en 1873 Zulueta nombra a José Arechabala apoderado de sus propiedades en la vecina y floreciente ciudad de Cárdenas, «el Chicago cubano».
El caso es que José se instala allí, se casa con una cubana llamada Carmen Hurtado de Mendoza y ahorra para montar en 1878 su propio negocio, una pequeña destilería bautizada como La Vizcaya. Con el escudo vizcaíno como marca registrada, con su roble y sus dos lobos, Arechabala comienza a elaborar licores, aguardiente de caña y ron con el subproducto que aportaba una fábrica de azúcar también de su propiedad. Su buen hacer y su fino olfato para el comercio le llevaron a triunfar rápidamente y convertirse en uno de los mayores fabricantes y exportadores de la isla, sabiendo sobreponerse a ciclones, revoluciones, guerras y mil azares más.
Una boina en Varadero
A principios del siglo XX José Arechabala ya lo tiene todo: dinero, familia y una casona indiana en Gordexola (la que alberga actualmente al ayuntamiento). Presidente de honor de la colonia española en Cuba y miembro destacado del centro vasco de La Habana, dedica su fortuna a embellecer Cárdenas con un teatro (el Arechabala, demolido en 1963) y a pasear por Varadero boina en ristre.
Creador del por entonces famosísimo ron añejo Arechabala 75, José fallecería en 1923 sin ver su legado más conocido, Havana Club. Nacido en 1934 como evolución del ron de la casa, Havana Club sería durante años uno más de los numerosos productos elaborados por José Arechabala S. A., cuyo catálogo incluía distintos rones como el Arecha, Caña 1920, Habanita, Doubloon, Bucanero o Tres Arbolitos, además de ginebra, anís, vermut, vino quinado, brandy, licores de fruta, cremas o aperitivos.
Este auténtico emporio del embolingue siguió dando guerra de la mano de los descendientes de José (especialmente de su sobrino-nieto Josechu Iturrioz) hasta 1959. La revolución cubana se llevó todo por delante y nacionalizó la fábrica de La Vizcaya siguiendo con la producción de Havana Club después de eliminar el apellido Arechabala de la etiqueta. Eso sí, se cuidaron bien de seguir poniendo «desde 1878» en las botellas. Ése fue el año en que los sueños de un quinceañero vizcaíno se hicieron realidad.