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IKUS Itziar Ituño, la inspectora de la Amazonía (en La República)

09/12/2018

La vasca Itziar Ituño, protagonista de La casa de papel, la serie de habla no inglesa más vista en Netflix, es un remanso de paz para la frivolidad de la industria: estuvo en Lima, junto a los apus de la amazonía peruana, denunciando a las petroleras y exigiéndole humanidad al Estado.

Enlace: La República

Renzo Muñoz. Como su personaje en La casa de papel, Itziar Ituño se encuentra en Lima para frustrar un robo. Un fraude sistemático y repudiable. Una historia de maltratos que datan del siglo pasado y que en la ciudad suelen ser murmullos que se disipan con la velocidad de un chasquido de dedos.

A diferencia de la inspectora Raquel Murillo, Itziar no posee un contacto directo para negociar. Lo suyo es más poético que levantar el teléfono: le ha confiado su mensaje al arte. Un manifiesto musical cantado en euskera y kukama, dos lenguas que se resisten a desaparecer. Corazones de dos pueblos originarios que la habitan.

Nacida en Basauri, una localidad montañosa, en el extremo norte de España, en la comunidad autónoma del País Vasco, Itziar tuvo la fortuna de conocer el Perú antes que Lima.

Allá por el 2002, dos pasos antes de los treinta, recién egresada de Sociología, sin haber aparecido ni en el cine ni en la tele, cuando vivió en Iquitos, exactamente en la carretera Iquitos-Nauta, durante tres meses, como voluntaria de Fe y Alegría.

Dictó talleres de teatro en colegios y comunidades. Participó en pasacalles. Hizo teatro callejero. Se enamoró en superlativo (de la tierra y el hombre). Y descubrió, por si eso no fuera suficiente dicha, la ayahuasca, esa planta sagrada que en los limeños despierta más sospechas que alivios.

“Me llevé mucho más de lo que di”, acostumbra decir. Desde entonces, Itziar ha recorrido el país y ha tratado de visitar la selva por lo menos una vez al año. Su gratitud se ha convertido en compromiso, en lucha conjunta.

Así nació Wararu, el single de INGOT, su banda de rock reivindicativo donde solo se canta en euskera.

Wararu, que significa arder en kukama, fue compuesta por Roberto Awanari, el tecladista de INGOT y su compañero, en toda la dimensión de la palabra. Ha sido su relación un puente invisible entre sus pueblos.

A petición de Renato Pita, un viejo amigo de PUINAMUDT, la plataforma que defiende el territorio y la vida de nuestra amazonía, Awanari escribió el tema, en apenas un día, luego de reunirse con los maestros de las comunidades, a mitad de este año. El resultado es un grito potente, furioso y afinado. He aquí solo un fragmento.

Convierten el petróleo en dinero y la sangre de la población en plomo.
Gobierno mudo, ciego y cómplice.
Ardamos sin miedo.

Para eso ha venido a Lima Itziar Ituño, la protagonista de la serie de habla no inglesa más vista en la historia de Netflix. No está aquí para brindar detalles sobre el futuro de su personaje en la tercera temporada de La casa de papel o para declarar su alegría sobre el último trofeo de la serie (el Emmy Internacional a mejor drama). De hecho lo tiene prohibido por disposición de la producción. Sino para cantarnos nuestras verdades.

Y, como corresponde, con su agrupación en pleno: Juan Pedro Salvador (guitarra eléctrica y coro), Rober Figuero (bajo), Joseba (batería) y, desde luego, Roberto Awanari (teclado). Y en la coyuntura más necesaria: en el marco de los reclamos de los pueblos indígenas por la explotación petrolera.

Dirigentes, hombres y mujeres, de cuatro cuencas de Loreto: los quechuas del Pastaza, achuares del Corrientes, kichwas del Tigre y kukamas del Marañón. Así como los awajún de la quebrada Chiriaco, en el Amazonas.

En enero de 2016 se derramaron tres mil barriles de petróleo en la quebrada de Inayo, distrito de Imaza, provincia de Bagua, región Amazonas, debido a la falta de mantenimiento del Oleoducto norperuano. Lo catastrófico ocurriría al día siguiente: Petroperú subcontrató a niños y adultos para que recogieran el petróleo con sus propias manos.

Una salvajada denunciable ante la ONU, se eriza Itziar, con educación. De más está decir que el crudo se extendió con las lluvias hasta llegar al río Chiriaco, provocando erupciones en la población. Síntomas más visibles pero no por ello más destructivos.

Lo que siguió después fue lo de siempre: declaraciones altisonantes de emergencias sanitarias, reuniones, discursos, promesas. En suma, la oscilación preferida del Estado: la mecida.

Por eso, porque no desmayan en exigir sus derechos, los apus de las federaciones ACODECOSPAT, OPIKAFPE, FECONACOR y FEDIQUEP han organizado un foro donde presentarán un estudio epidemiológico y toxicológico que revela lo presumible: que metales pesados recorren sus venas.

Las muestras de sangre y orina a 1,162 individuos de 39 comunidades de las cuatro cuencas arrojaron porcentajes de metales pesados por encima de los niveles permitidos. El 10% del universo analizado superó el índice de plomo, el 28% el de arsénico, el 13% de bario, el 9% de cadmio y el 26% de mercurio.

Planes de desintoxicación, cambio de los ductos (tienen medio siglo de antigüedad) y una política de Estado es lo que piden para garantizar la vida de sus hermanos, sus animales y, por supuesto, de la tierra, ahora infértil y mustia.

“¿Hay que matar a los indios para que los demás se desarrollen?”, cuestiona el apu Aurelio Chino.

“No nos oponemos a que exploten el petróleo. Incluso sabiendo que nos va a causar daños irreparables. Pero no podemos estar de acuerdo en que nos maten lentamente”, añade Alfonso López, presidente de la asociación kukama.

Voces enérgicas y firmes, pero ausentes en los medios. Salvo cuando adoptan medidas radicales y desde la comodidad de nuestros asientos los tildamos de revoltosos y antipatria. Voces urgidas que se encomendarán a Itziar Ituño para ver si así, al fin, el mundo se digna a escucharlos.
 

El debut de INGOT

¿Es más famosa como actriz o como cantante?, pregunta al aire un cincuentón mientras un par de chicas lo miran de reojo.

Han pasado dos días del foro amazónico y es hora de ir por otras vías, además de las formales. INGOT honrará su nombre (lo hará en euskera) en el segundo piso de un bar rockero, en el clasemediero Lince, en este jueves que invita a refrescar gargantas indignadas.

En el escenario, los músicos prueban el sonido a su modo. El baterista baquetea la pared. Roberto Awanari martilla el teclado mientras bebe un sorbo de pisco. Figuero toma fotos con su celular . Y 'Juanpe', el gigantón, se abre paso con su bastón.

Las ventajas de lo heterogéneo: el dueño de un bar que ha dejado encargado su negocio para irse de gira (Joseba), un kukama vascoparlante (Iwanari), un punk respetado (Figuero) y un camionero con secuelas en la espalda y las caderas (Juan Pedro Salvador).

Es el primer concierto de la banda. Poco creíble por llevar un año de fundada, pero finalmente cierto. Entre el público, que no supera el medio centenar, se encuentra una minilegión de brasileñas, que han partido de Sao Paulo solo para ver en vivo a Itziar. También un puñado de argentinas y una colombiana.

A la medianoche en punto, Itziar pisa la tarima y cumple un papel por estas épocas impopular. El de una artista que utiliza su alcance mediático para algo mejor que ganar likes. Entonará catorce temas propios y un par de covers.

Y será en el cierre, en Wararu, cuando la gente esté debidamente liberada, que se le sumará una hermana cocama, Maritza Ramírez Tamani, para reafirmar su mensaje.

“Los pueblos invisibilizados están sufriendo. La amazonía son los pulmones de todos. No olviden que si los tocan nos tendrán enfrente”, concluirá Itziar Ituño, la inspectora de la amazonía. Ardamos todos.



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