Maite Redondo. Desde que ha regresado de la Berlinale, la directora vasca Estíbaliz Urresola (Llodio, 1984) no ha parado ni un solo momento. Su ópera prima 20.000 especies de abejas era una de los candidatas más fuertes al Oso de Oro, el máximo galardón del prestigioso festival de cine internacional. Al final, no pudo ser, pero su filme sobre la transexualidad infantil ha emocionado a críticos y espectadores.
Además, ha conseguido el premio Gilde del Cine Artístico y Teatral en Berlín, uno de los galardones que entregan los jurados independientes, como antesala al palmarés de la Berlinale. Del filme se ha valorado “su visión innovadora para mostrar el trasfondo de una familia enfrentada a la transexualidad infantil”. Además, los lectores del diario Berliner Morgenpost también han premiado la cinta de Urresola por el “mensaje auténtico y fuerte que lanza sobre la sociedad a través de una niña que pide a su madre que la escuche”.
Como broche de oro, la niña de 9 años de Basauri, Sofía Otero, que encarna a Lucía en el filme, se llevó el Oso de Plata a la interpretación haciendo historia en el festival de Berlín.
—¿Ha conseguido asimilar ya el éxito en la Berlinale?
Todo lo que ha pasado allí ha sido súper bonito, ha excedido lo que esperábamos, el recibimiento de la gente, del público, también de la prensa. Siempre acudes con nervios por ver cómo serás recibida. Era la primera vez que se ponía la película al público, pero nos volvemos muy contentas.
—Y con varios premios. ¿Cuándo se estrenará el filme en los cines?
Sí, ha sido estupendo. El estreno es ya inminente, la película se estrenará el 21 de abril.
—¿Qué es lo que más le ha llegado al corazón de lo que han dicho en Berlín de su película?
Lo que más hemos oído es que está tratado el tema con mucha sensibilidad, lo cual me alegra pero también que es muy interesante la decisión de ubicarlo dentro del ámbito familiar. También han destacado lo relevante que son esos personajes que rodean a Lucía porque hace que el propio tema de la identidad de género vaya un paso más allá y se enmarque en un contexto de identidad mayor, donde todos esos personajes, empezando por la madre, pero también la abuela y la tía abuela, aportan y enriquecen el debate sobre de qué forma esa idea de quiénes somos está condicionada por cómo somos vistos y por aquello que se espera de nosotras y de nosotros. Eso ha hecho también que la película haya conectado con un mayor espectro de personas, que no solo son afectadas por el tema del personaje central, sino que también son interpeladas por el resto de personajes. Muchísimas personas se han acercado a compartir con nosotras lo que han sentido viendo la peli y eran de tan diversas edades, tan distintas que ha sido muy emocionante. La película ha sido capaz de llegar a gente muy distinta y atravesar corazas que todos y todas tenemos hasta tocar ese lado sensible que hay dentro de cada una de nosotras. Ha sido muy emocionante.
—No se han rodado muchas películas sobre las transexualidad en la infancia. ¿Hay mucho desconocimiento a la hora de juzgar sus vidas? ¿Cuál fue el detonante de 20.000 especies de abejas’?
En 2018 tuvo lugar el suicidio de un niño trans de 14 años en el País Vasco, ese fue el motivo que me impulsó a acercarme a la asociación Naizen, todavía sin saber que iba a hacer una película sobre este tema, solo por el deseo de conocer, comprender... Entonces, la visibilidad de la infancia trans era absolutamente nula, no formaba parte tampoco del debate social. Siento que ese trágico suceso fue un pequeño despertar colectivo en el País vasco hacia esta realidad. Se han hecho progresos muy importantes en este pequeño lapso de tiempo, pero todavía es muy poco tiempo y creo que estamos desarrollando como sociedad herramientas, terminología e imaginario para comprender y dar lugar también a esa realidad en el marco de la diversidad de formas de ser y de sentir que somos los seres humanos.
—El mismo día del estreno de la película en Berlín se tiraron dos gemelas por la ventana en Sallent por un posible acoso por transfobia a una de ellas.
Creo que es el síntoma de que queda muchísimo trabajo por hacer y espero que la película sea una herramienta más para promover el diálogo en ese sentido.
—Ha confesado que espera que Berlín sirva para ampliar esta reflexión...
Así es, haber sido seleccionadas en un festival como Berlín supone un gran altavoz. También es verdad que cada vez hay más películas que abordan este tema y se sienten muy fuertemente en los festivales donde ya las temáticas son cada vez más fruto del reflejo de cómo va evolucionando la sociedad y de cómo los autores y autoras también se ven interpeladas por el tema, lo trasladan y lo reflejan. Cada vez hay más autores y autoras de comunidades identitarias minorizadas que acceden ya a estos lugares de discurso. Eso se refleja en la cantidad de películas que se hacen reflexionando sobre la cuestión del género, que incluso trascienden ya a los propios festivales que hasta hace unos años estaban exclusivamente dedicados a estas temáticas. Es una de las razones por la que nuestra película, sorprendentemente y felizmente, ha entrado en una sección oficial de un festival como Berlín y no se ha quedado quizá en una sección más dedicada a infancias o a temáticas concretas. Con esa decisión, Berlín está tocando esta temática y le da más visibilización.
—‘20.000 especies de abejas’ es una propuesta muy complicada para ser una ópera prima.
Es una temática complicada pero como autora, cuando empiezo a contar una historia, no estoy pensando tanto en fórmulas de éxito, sino en que me enganche algo muy visceral, un sentimiento, una emoción o una necesidad de poner toda mi energía al servicio de un proceso de creación. Tanto este largometraje como los cortos que he hecho anteriormente también tienen esta impronta social, son procesos muy largos, igual no se perciben desde fuera, pero Cuerdas, mi anterior corto también fue un proceso de casi ocho meses de trabajo casi exclusivo. Creo que esa es mi gasolina, a lo que me agarro. Lógicamente, al ser este mi primer largometraje he tenido dificultades, necesitas todavía esa confianza de la industria y de las instituciones para saber si se resolverá con éxito. Hay dificultades para conseguir toda la financiación, ha sido también una película bastante coral, con bastantes localizaciones y complejidades, al rodar con niños te limitan también las jornadas horarias... Hemos hecho un proyecto difícil de armar y hemos tenido que involucrar muchas patas, hay un gran esfuerzo de producción. Luego siempre hay otros retos, como encontrar el casting ideal, creo que eso fue una de las cosas donde como directora más esfuerzo y más energía he puesto.
—El discurso de Sofía Otero al recoger el Oso de Plata fue muy emotivo. ¿Tuvo claro desde el principio que iba a ser Lucía?
En realidad, ella vino a la primera sesión de casting, pero con esa energía que traía, no vi tan claramente que pudiera tener al personaje central. Pensé por ese carácter tan alegre y tan feliz que tiene que podía ser otro de los personajes de la película, June. Seguí viendo a 500 niñas pero no encontraba la que buscaba y en un momento de lucidez, me senté a recapitular, volví al inicio y me di cuenta de que Sofía había venido a la primera, a la segunda, a la tercera y a la cuarta convocatoria del casting y pensé: aquí hay una persona con mucho interés y unos padres apoyándola porque a veces este trabajo puede ser cansado y fatigante. Y eso me hizo pensar que, en realidad, no le había hecho una prueba para el personaje central, así que la convoqué y fue una gran sorpresa. Pero necesitaba asegurarme y la volví a convocar para probar distintos registros y fue arrebatador. Me di cuenta que, de alguna forma, me había pasado lo mismo que a la familia de la película, que por haberle atribuido un rol presignado al inicio no estaba siendo capaz de ver lo que había más allá. Eso me parece un aprendizaje bonito.
—Sofía quiere ser actriz de mayor.
Se puede dedicar a ello, sin duda, tiene un mundo emocional muy rico y sobre todo tiene capacidad para acceder a él, para canalizarlo. Y es muy inteligente, tiene mucha capacidad de escucha; eso para mí fue también una de las pistas clave para decantarme por Sofía porque era muy fácil hablar con ella, me comprendía, recogía las indicaciones que le daba y los matices que le intentaba proponer... Era una alegría cuando aparecía en los sets, ya nos poníamos todos contentas.
—El equipo de ‘20.000 especies de abejas’ está conformado casi en su totalidad por mujeres. ¿Lo ha buscado?
Ha habido una apuesta en la misma línea de visibilizar identidades, comunidades que no tienen acceso, también en poner en valor el talento de profesionales y generar oportunidades para que todas vayamos creciendo y creando también redes de confianza. Porque, al final, hacer una película es un proceso extremadamente complicado y tienes que tirar de personas a tu lado en las que tienes confianza y además con las que compartes una forma de entender el ejercicio de la profesión.
—El cine hecho por mujeres está triunfando en todos los festivales y en las pantallas.
La etiqueta de cine hecho por mujeres me resulta ambivalente. Usar ese término lo que está señalando es que históricamente ha habido una ausencia y no es una ausencia natural, sino cultural, o sea que las culturas, los sistemas de producción etcétera han estado configurados de una forma a la que era difícil que accediéramos y que estuviéramos en los puestos de poder o de discurso. Sin embargo, creo que hay tantas formas de ser mujer y mujeres como cuerpos que así se identifican en el mundo. No hay un cine de mujer, sino que hay miles de sensibilidades, de temáticas, de estilos y de formas que deberíamos reivindicar y celebrar. También hay una especie de relato en torno a lo que es el cine de mujeres que puede ser reduccionista y nos lleva a ese tipo de cine íntimo, sensible, familiar, a veces ligado a bajos presupuestos, etcétera que nos limita a que nos miren como directoras de ciencia ficción, de terror, de comedia... Es una etiqueta de la que deberíamos seguir hablando mucho para que no se convierta en una etiqueta limitante.
—¿Tiene ya algún proyecto nuevo en mente?
Siento que se están cerrando ahora dos ciclos a la vez, el de mi corto Cuerdas, que todavía continúo con la promoción , ahora estaremos en el festival de Málaga. Y el de Abejas, que llegará ahora a los cines. Quiero también intentar generar espacio mental y corporal para abrazar nuevas ideas, pero ahora lo que siento que toca es celebrar o culminar este ciclo intenso de los últimos años.