Elixane Castresana / Balmaseda, Bizkaia. Su abuela le legó las técnicas que perfeccionó observando a los habituales de las partidas celebradas en el bar que su familia regentaba en Balmaseda. Andrés Fernández ha elevado el pabellón de sus maestros hasta proclamarse campeón del mundo de mus en el torneo que disputan anualmente representantes de una docena de Euskal Etxeak repartidas por el globo. Balmasedano de nacimiento y corazón residente en Barcelona, se trajo de Mar del Plata, Argentina, su segunda txapela. Y en la capital catalana cultiva su otra gran pasión: el coleccionismo de arte. Suyas son algunas de las obras de la exposición retrospectiva sobre Mari Dapena que alberga el Museo de las Encartaciones.
Nació en una familia de ferroviarios, su abuela se convirtió en su primera mentora, la que transmitió los secretos de las cartas. “Le gustaban el solitario y el mus”, cuenta. A los 12 años, Andrés se incorporó al bar de sus padres. Trabajaba sin quitar ojo a las señas y las estrategias de quienes se reunían allí a jugar. La mudanza a Catalunya cuando estaba a punto de cumplir 30 no frenó su progresión, sino todo lo contrario: a través de una sociedad gastronómica fundada a finales de los setenta que él presidió el mus se extendió por Barcelona. Casi al mismo tiempo se organizaba el primer torneo en el que se midieron Euskal Etxeak de diferentes países, con una pareja en liza por territorio.
Actualmente, para ganarse un sitio en la gran final primero hay superar una ronda clasificatoria en el lugar de origen. “Para el último Mundial en Francia se presentaron a la previa más de 5.000 parejas de origen vasco y en Argentina, mil”, calcula quien es oficialmente el mejor de todos ellos. En contrapartida al esfuerzo, para clasificarse disfruta con las amistades que ha trabado a lo largo de los años. Compartir las raíces ayudó a que los participantes se sintieran como en casa aunque miles de kilómetros les separaran de Euskadi en el torneo de 2015 que acogió Argentina. De hecho, “muchos hablan euskera en las partidas y los árbitros dominan euskera, inglés, francés y castellano para entendernos a todos”.
Andrés Fernández ya se alzó con el título mundial en 1996 en Valladolid con un jugador de Asteasu como compañero. Para templar los nervios recurrió a la sofrología, un método de relajación que le sirvió a concentrarse “visualizando las partes del cuerpo y pensando en lugares agradables”. Surtió efecto entonces, pero no en el intento de revalidar el triunfo el año siguiente en Venezuela.
La reciente victoria demuestra que a sus 72 años no ha perdido facultades. Andrés Fernández practica una vez a la semana con sus amigos, lo que le sirve de entrenamiento para los torneos clasificatorios de cara al Mundial de las Euskal Etxeak, que en octubre recalará en Donostia. En esas veladas semanales constata que van cayendo estereotipos, como que solo los hombres juegan al mus.
A juicio de un campeón como él, “tranquilidad y paciencia” resultan indispensables para mantener la regularidad. Y, por encima de todo, se presupone la “honradez” que les faltaba a algunos jugadores que Andrés ha visto expulsar por utilizar malas artes. Así se lo recalcó a los alumnos de una universidad de Barcelona con los que compartió sus secretos. Y no colonizaron la cafetería haciendo novillos, sino que se dotó a las clases de rango oficial. “¡Se concedían tres créditos!”, recuerda divertido.
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