Antton Iparraguirre. Cuando uno piensa en Nueva York enseguida le viene a la mente la imagen de los imponentes rascacielos que pugnan por alcanzar el cielo y dejan en penumbra unas calles en las que contrastan con crudeza el lujo y la pobreza. La ciudad más cosmopolita del mundo lo es, en buena parte, gracias a la genialidad, el olfato para los negocios y el tesón de un donostiarra en busca del 'sueño americano'. Su vida fue propia de una película basada en la novela épica de cualquier reputado escritor a nivel mundial. Nada tiene que envidiar a la de los prohombres estadounidenses más laureados.
José Francisco Navarro Arzac nació en la Parte Vieja donostiarra en 1823. Entre 1835 y 1838 estudió en la Real Academia Naval Española, en Cádiz. Como consecuencia de la I Guerra Carlista, en la que fallece su hermano, con tan solo 15 años decide probar fortuna en La Habana, donde trabaja en el taller mecánico de su tío, Basilio Navarro, a la vez que estudia en la universidad. Además, aprendió inglés gracias a su contacto con empresarios y técnicos estadounidenses que trabajaban en la construcción de ferrocarril. Ya entonces apuntaba maneras, poseía varias patentes de inventos suyos.
En 1840, sus aspiraciones se quedan cortas en la isla y da el 'salto' a Estados Unidos. Primero viaja a Filadelfia y luego a Baltimore. Después de tres años sin pena y sin gloria, podría decirse, regresa a Cuba. Funda su primera empresa en el municipio de Cárdenas, teniendo como socio a un rico hacendado local llamado Inocencio Casanova. Se dice que un incendio que asoló en enero de 1852 toda la ciudad le dejó arruinado. Tres años después, y sintiéndose tal vez un 'ave fénix', liquidó todo lo que le quedaba -se cree que vendió su parte en la compañía por 120.000 dólares- y viajó a Nueva York en busca de nuevas oportunidades. Como dijo uno de los neoyorquinos más célebres, Woody Allen, "el dinero es mejor que la pobreza, aunque sólo sea por razones económicas".
A lo mejor inspirado en esta premisa Navarro fundó en 1855 el banco Mora y Navarro. Con este precedente, la vida del emigrante 'koxkero', que vivía en el East Village, dio un giro radical en 1857 al casarse con la hija de un banquero y empresario del sector ferroviario de origen holandés de las Antillas. Su enlace con la joven Ellen Amelia Dykers le abre las puertas al mundo de los negocios y las finanzas. El matrimonio pasó a residir en una zona más selecta y exclusiva, en una casa de Dykers en Greenwich Village.
Hombre de gran ingenio y conocimiento -fue inventor además de empresario- y ayudado por su creciente capital, construye en 1859 el buque 'Matanzas', que sería el primer vapor de hierro botado en Estados Unidos. En 1865 creó una compañía de vapores que comercializaba entre Estados Unidos y Brasil.
Con el fin de diversificar su incipiente imperio empresarial, también en 1859, funda la compañía de seguros 'The Equitable Life Assurance Society of the United States'. En efecto, ¡bingo! Era conocido en España como 'La Equitativa', nombre que da a un emblemático edificio situado a la entrada del barrio donostiarra de Gros.
El negocio prosperó rápidamente impulsado por la frenética actividad económica que vivía Nueva York a mediados del siglo XIX. Este éxito se convirtió en el germen del primer rascacielos en la ciudad, ya que en 1870 Navarro construyó el edificio más alto, el Equitable Building. Además, en otra prueba de la genialidad del magnate donostiarra, fue el primer inmueble con ascensores y en el que había multitud de oficinas. Pero no solo eso, el empresario 'koxkero' estuvo detrás de la construcción del edificio que albergó la sede de la Edison Electric Illuminating Company. No fue casualidad. Era amigo y socio del afamado inventor Thomas Alba Edison en varios negocios relacionados con el nacimiento de la iluminación por incandescencia. Incluso Edison le cedió los derechos de la patente de su invento de la luz eléctrica incandescente para las Antillas y todas las provincias españolas en Ultramar. Navarro aprovechó esta ventaja para financiar, junto con la compañía JP Morgan la instalación de la electricidad en Cuba.
Pero, además de la luz, los privilegiados consumidores tenían que pagar por otros incipientes adelantos para sus casas. De nuevo entró en acción el astuto donostiarra. Fabricó en su empresa Hydraulic Machine Company los primeros contadores de agua que se instalaron en las viviendas de Nueva York, patentando los aparatos para evitar competidores avispados. Llegó a suministrar más de 10.000 unidades a las autoridades locales.
También fue uno de los impulsores de la aparición de los taladros. Enseguida se percató de que pasarían a ser herramientas fundamentales tanto en la construcción de edificios como en infraestructuras de gran envergadura. Por esta razón, creo junto a un socio una empresa para su fabricación al por mayor. Esto le permitió tomar parte en las obras del Canal de Panamá. Todavía hoy Ingresoll Rand, es una de las firmas líderes en el sector.
Pero una de las 'hazañas' de las que más orgulloso estaba Navarro, y que le hizo ganar miles de dólares, fue la construcción en 1878, y en un tiempo récord impensable en aquella época, del Ferrocarril Elevado de la Sexta Avenida. Tuvo como socios a los ya reconocidos empresarios George Pullman y Cornelius Garrison. Esa zona era en aquella época la más rica y elegante de Nueva York. Este innovador tren, supuso una auténtica revolución en el transporte urbano. El primer proyecto de ingeniería de este tipo en todo el mundo sería copiado rápidamente en varias ciudades. La audaz iniciativa del donostiarra abrió nuevos caminos en el campo de las infraestructuras.
El tren elevado posibilitaba que en solo 25 minutos se recorriera en ferrocarril un trayecto de nueve kilómetros, cuando en tranvía se tardaba casi hora y media. Nueva York era ya un enjambre de miles de personas y este original sistema de transporte facilitó su vida laboral y personal. Estuvo operativo hasta que en los años 20 fue sustituido por el metro. Este hecho provocó un cambio descrito por Carmen Martín Gaite con una frase demoledora: “La gente que viaja en el metro de Nueva York lleva siempre los ojos puestos en el vacío, como si fueran pájaros disecados.”
Pero sigamos con la historia que nos ocupa. En otro singular golpe de efecto, Navarro vendió en 1881 sus acciones del exitoso ferrocarril urbano que explotaba con sus socios. Una de las razones que se apuntan fueron las quejas de los vecinos por el ruido y las chispas que saltaban de las vías. Gracias al superávit logrado, y con 58 años, vio ampliado el cumplimiento de su particular 'sueño americano'. Se convirtió en una de las veinte mayores fortunas de Estados Unidos. Fue el único rico con apellido hispano. Su fortuna se estimaba en más de 5 millones de dólares de la época.
Pero la exitosa fortuna no le hizo quedar ocioso en su mansión. Dio el paso al sector de la construcción a través de su inmobiliaria Navarro Apartments y su constructora Central Park Building Company. Entre 1881 y 1883 construyó ocho edificios de apartamentos de lujo que fueron considerados como los primeros rascacielos de Nueva York. De un estilo conocido entonces como 'hispanomorisco', fueron llamados Madrid, Granada, Valencia y Córdoba, los que daban a la prestigiosa calle 59, y Barcelona, Salamanca, Lisboa y Coimbra, los de la 58. Todos ellos estaban en la zona de Central Park.
Los apartamentos ofrecían lo último: ascensor, calefacción por vapor, una buena iluminación eléctrica en la que participó el propio Edison, agua caliente central y telefonía interna. Ahora no llamarían la atención, pero a finales del siglo XIX era un lujo al alcance de muy pocos neoyorquinos. No hay más que pensar cuándo se generalizaron esos avances en las casas de Gipuzkoa. Los edificios supusieron una inversión de cinco millones de dólares y supusieron otra innovación de Navarro en cuanto a la imagen urbana de Nueva York. Las familias elegantes comenzaron a instalarse en pisos elevados, dejando atrás sus mansiones aisladas. Por desgracia, los Navarro Apartments, conocidos también como Spanish Flats, fueron demolidos en 1927.
Relacionado con el mundo de la construcción, Navarro fue el artífice de que el cemento se popularizara en Estados Unidos. Tenía que importarlo de Europa para sus obras, por lo que en los 80 se hizo con los derechos de varias patentes. Su empresa Keysonte Cement Company, ubicada en Coplay, producía el mejor cemento Portland del país, lo que posibilitó que la firma tomará parte en las obras del canal de Panamá.
Pero a pesar de toda su fortuna Navarro era mortal. Falleció el 2 de febrero de 1909 en la ciudad que le acogió, al igual que a miles de emigrantes guipuzcoanos, repleto de sueños, y le hizo rico. Murió como consecuencia de una bronquitis y una pulmonía con complicaciones coronarias. En las reseñas de prensa de la época era calificado como un hombre sencillo y de una gran honorabilidad, tanto en su vida privada como en los negocios. Su viuda, Ellen Amelia Dykers, falleció al año siguiente.
Seguro que Navarro jamás imaginó que 20 años después de su fallecimiento se produciría un crack bursátil tan devastador que daría lugar a un periodo de crisis económica conocida como La Gran Depresión.
El matrimonio tuvo cuatro hijos. Uno de ellos falleció nada más nacer y el primogénito en 1877, con tan solo 18 años. Al parecer, fue esto último lo que le llevó a emprender la frenética y fulgurante carrera empresarial. Tal vez le sirvió para intentar superar esta pérdida. Hombre religioso, participó en la financiación de la Catedral de San Patricio, y adquirió, en subasta pública, los bancos 1 y 12 del templo.
Navarro jamás olvidó su origen guipuzcoano. Visitó San Sebastián junto con su familia en 1867, siendo ya un exitoso empresario estadounidense. El destino quiso que tuvieran que regresar de forma presurosa a Nueva York por el fallecimiento del padre de su esposa. Se desconoce si alguno de sus descendientes ha viajado alguna vez a Gipuzkoa.
Prueba de que también era un hombre solidario es la creación en 1868 de la Sociedad Española de Beneficencia, una organización que ayudaba a los compatriotas llegados a Cuba con el mismo sueño que él. También se preocupó por artistas españoles que viajaron a Nueva York en busca de un reconocimiento internacional.
Su vida de 'película' ofrece, asimismo, curiosos episodios como que se libró de la Guerra Civil estadounidense gracias al 'enchufe' que tenía con James Roosevelt, tío de Theodore Roosevelt, el vigésimo sexto Presidente de Estados Unidos (1901-1909), y a que pagó a dos hombres para que ocuparan su lugar en las filas unionistas. Prestó dos vapores de hierro a la Marina de la Unión para la contienda bélica.
Conocida esta vibrante historia vital, cuando viajes a Nueva York recuerda todo lo que la 'ciudad de los rascacielos' debe a un donostiarra del que apenas se conoce nada en su tierra natal. Y si conoces a algún neoyorquino que se apellide Navarro pregúntale si es descendiente de este prohombre y cuéntale esta historia.
La mayoría de estos datos biográficos sobre Navarra han sido desvelados en una investigación que llevaron a cabo Eric Beerman y Conchita Burman, autores del libro 'Un vasco en América José Francisco Navarro Arzac'. Como ocurre con otros muchos vascos, este donostiarra se convirtió en su tiempo en un personaje apreciado entre la entonces 'jet set' estadounidense; pero sus proezas apenas fueron reconocidas por sus contemporáneos de Gipuzkoa y la historiografía vasco-americanista apenas se ha ocupado de su figura.
Karl Lagerfeld, director creativo de Chanel, subraya que "mientras que otros lugares tienden a quedarse estancados, Nueva York siempre continúa evolucionando”. Es cierto, pero para eso siempre serán necesarios hombres de la talla del donostiarra José Francisco Navarro Arzac.