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No será seguramente la obra más importante de Martín Ugalde, pero para mí Ama gaixo dago tiene un valor especial. Estaba recién llegado a Caracas. Recién incorporado a la comunidad del Centro Vasco. Me propusieron ser el hijo en una representación leída de la obra en la que el ondarrés Imanol Solabarrieta era aita, y Andima Ibiñagabeitia, aitona. Los Solabarrieta eran hijos del último alcalde abertzale de Ondarroa y Andima era, fue, es uno de los imprescindibles de la cultura euskeldun, además de espía desde Lisboa a favor de la democracia y en contra de todos los fascismos. No le quedaban a este muchos años de vida, está enterrado en el panteón de los vascos de El Cementerio, que quisiera suponer sigue en pie y bien mantenido. Yo ya había estado antes, una vez, con Martín Ugalde, en la casa de Txillardegi que antes había sido brevemente de Iñaki Azpiazu, otro patriota ilustre, que tuvo en Argentina una gran relevancia social.

En aquella oportunidad, en 1964 debió ser, Martín, que mantenía desde Caracas, como el mismo Andima, correspondencia fluida con Txillardegi, viajó a Europa y quiso conocer de primera mano, sin apriorismos, a los dirigentes de aquella juventud rebelde que empezaba a dar mucho que hablar. Martín quería conocer, y favorecer el diálogo entre patriotas de diferentes generaciones, tan difícil desde el principio. Al salir de una reunión en la que estuvimos cinco interlocutores, yo bastante de oyente, Martín nos dijo que era la primera vez en su vida en la que participaba en una reunión política en la que solo se usaba la lengua originaria de los vascos.

En Caracas me habló mucho, y muy bien de él, un compañero de clase en la Escuela de Comunicación de la Universidad Católica, un colaborador de Ugalde en El Farol, la revista cultural de la petrolera Creole. Me habló bien de él como profesional, pero sobre todo como persona, que era lo que todo el mundo le reconocía, aunque a algunos les resultara incómoda la independencia de pensar y hacer que siempre puso de manifiesto. Un día, cuando económica y socialmente mejor estaba en Venezuela, Martín Ugalde hizo las maletas, embarcó a la familia, y se vino a Euskadi a reforzar un Gobierno Vasco en el exilio necesitado de sabia nueva. Fue el segundo del lehendakari Leizaola, pero el primero a la hora de promover y sostener la colaboración entre patriotas, una aspiración que no le abandonó nunca y que no siempre fue bien entendida y aceptada por los compañeros de militancia política.

Se me ha pedido recientemente opinión sobre su persona, su figura, y me he referido a sus cualidades profesionales, a su honestidad, a su preocupación y ocupación por el euskera, por esa “ama” a la que sintió enferma en los sesenta, cuando escribió Ama gaixo dago, y sigue convaleciente, pero quisiera enfatizar especialmente ahora que conmemoramos y celebramos el centenario de su nacimiento su aplicación, hasta el final, al entendimiento entre patriotas vascos, en especial cuando se trataba de la normalización del euskera. Su aportación a la creación de un diario en euskera fue imprescindible, y lo pagó caro.