Los Tiempos recios de Mario Vargas Llosa han puesto la mirada en un fascinante país de pueblos que parece llevar la maldición en su nombre. Su último libro, de momento, habla de Guatemala y de la intromisión de la Administración norteamericana que explica no pocos de los enfrentamientos armados que se extenderían luego por toda la América latina. El escritor ya se fijó antes en otro país del área, ya recreó antes la dictadura de Leónidas Trujillo y el relevante papel que un vasco del exilio, Jesús Galíndez, jugó en ese drama. Es menos conocido el papel que en ese mismo tiempo, representantes del Gobierno vasco del exilio y hombres a su servicio en labores de información representaron y la privilegiada relación que mantuvieron con el Gobierno de Guatemala. Manuel Irujo ha dejado constancia de ello, como de casi todo, en su correspondencia, de fácil acceso hoy y de obligada lectura para quien quiera conocer de primera mano esos años de exilio y guerra fría.
No era este país de lagos y volcanes en principio el primer destino en el que los exiliados vascos pensaban a la hora de buscar refugio en América, tentados antes por los destinos tradicionales de los emigrantes económicos desde finales del XIX, y por Venezuela, donde las gestiones de un par de jesuitas y sus contactos les abrían las puertas de par en par. Fue en Guatemala sin embargo donde un jesuita de Arrasate, Jokin Zaitegi, se instaló luego de abandonar a una orden poco interesada en sus devociones vasquistas; fue allí donde fundó Euzko Gogoa, una publicación indispensable en los tiempos más duros para la cultura vasca. Por allí pasó luego su amigo y compañero Andima Ibiñagabeitia, antes de trasladarse a Caracas, donde vivía una sobrina, con documentación falsa proporcionada por el Consulado de Guatemala de París, y no fue el único y no fue la única ayuda que los vascos recibieron de los representantes de un país que apreciaban en ellos su comportamiento republicano ejemplar, y sus extrema necesidades.
Vascos hubo en Centroamérica desde tiempos de la colonia, algunos muy notables, como los antepasados de Telesforo Monzón, que es donde adquirieron fortuna y títulos de nobleza que desaparecieron con Telesforo, con Isidro y con sus hermanas, todas y todos sin descendencia. Para religiosos vascos de distintas órdenes, Centroamérica fue destino habitual y fue la educación de los hijos de sus burguesías la que les dio nombre y poder. No faltaron entre ellos los que se comprometieron con movimientos guerrilleros, en la medida en la que alumnos suyos también lo hacían, en ese tiempo recio provocado según la razonable versión de Vargas Llosa por la interrupción democrática de los gringos en la Guatemala de Jacobo Árbenz. Los pueblos de Guatemala lo padecieron como pocos, aunque su eco internacional no se acompasara con la dimensión del sufrimiento. Algunos republicanos vascos y españoles sobrevivieron a la caza de brujas que siguió al derrocamiento de Árbenz, algunos se quedaron definitivamente en el país: un modesto Centro Vasco resistió hasta los noventa, aunque hoy solo algunos restaurantes que llevan ese adjetivo lo recuerden. Entre estos, el que fundó con mucho éxito el último cocinero del Centro Vasco, un bermeano recio que jugó fútbol profesional, hizo la mili en el Azor de Franco y guarda mejor recuerdo de este que de su mujer, que era muy exigente con la comida, mientras el jefe se conformaba con “cualquier cosa”.
Nota al pie: como le prometí en el funeral-homenaje a Juan Rekarte a Joseba Etxarri, padre de este muy interesante proyecto, estoy encantado en colaborar en él mediante colaboraciones sin pretensiones que aúnen y reúnan vivencias de lo vasco en América, pero no quiero parecer que cuasi-lo-monopolizo: o sea que anímense, no me dejen en soledad, compartan, que la empresa es buena y la benevolencia del lector, enorme.