El mundo parece haberse paralizado ante una pandemia vírica que nos ha devuelto a la casilla de inicio con la esperanza de albergar la posibilidad de discernimiento entre lo superficial y lo esencial, otorgándonos la increíble oportunidad de poder repensar cómo nos gustaría vivir en un futuro inmediato. Un ente microscópico, como muchos anteriormente, ha vuelto a poner en evidencia la fragilidad del ser humano, alterando, sin precedente alguno en escala y velocidad, nuestro complejo entramado social. Desde hace meses la pandemia ha inmovilizado gradualmente a un planeta altamente interconectado e interdependiente poniendo contra las cuerdas al mismísimo sistema económico y social que ha alumbrado a la globalización actual, y que se postulaba como el pináculo de la humanidad.
Solo con el transcurrir del tiempo se podrá evaluar la trascendencia histórica de este fenómeno global, cuyas consecuencias, tanto sociales como económicas se prevén graves. Ahora podemos mínimamente entrever los efectos del Covid-19 a través de estadísticas heladoras sobre el número de fallecidos y contagiados, o sobre el propio colapso del mercado y su repercusión en el trabajo, con la única consigna de seguir los dictados de las autoridades sanitarias, confiando en que pronto retomemos la normalidad perdida.
La diáspora vasca (o diásporas vascas), fruto de diferentes movimientos migratorios a lo largo de la historia y enmarcada en diferentes globalizaciones, tendrá que hacer frente a este nuevo envite trágico. Desde la sociedad civil migrante vasca —institucionalizada, en gran parte, alrededor de cientos de las voluntariosas euskal etxeak— al entramado empresarial vasco globalizado con otro tanto número de oficinas comerciales y de centros de producción —repartidos a lo largo y ancho del planeta— se han visto en diferentes grados afectados por el progreso de la pandemia.
[Como reza una inscripción en el arco de piedra de la entrada del caserío Ibarreta, construído en 1754 en la localidad de Amoroto, Bizkaia, “Eguiten badoc bierra jango doc ogia” (Sin trabajo no hay pan). Foto cortesía de Javier Torrontegi]
A pesar de esto, se abre ante nosotros una ventana de oportunidad que nos invita a repensar el significado de la presencia vasca más allá de las fronteras territoriales de Euskal Herria, tanto desde dentro como fuera del País de los Vascos.
Más allá de priorizar la internacionalización de la economía vasca por su alto impacto positivo en la propia sociedad vasca —en términos de creación de empleo o contribución al PIB— hay que seguir resaltando las cualidades, tanto de la diáspora vasca engarzada en sus países de acogida desde hace generaciones, como de la recién llegada, aunando esfuerzos públicos y privados.
Es más que nunca necesario llevar a cabo un plan de cooperación y colaboración entre todos los agentes, públicos y privados, que conforman nuestra diáspora hoy en día con el objetivo de promover los valores de solidaridad y entrega desinteresada que fomenta la ciudadanía vasca transnacional.
De forma similar, sería más que deseable un plan estratégico que aúne, por primera vez, a instituciones privadas y públicas vascas —gobierno y diputaciones forales a una— con el objetivo de hacer frente, de manera unitaria y coordinada, a las consecuencias nada halagüeñas del Covid-19 con relación a la presencia vasca en el mundo y a sus posibles necesidades. Solo ante el espejo de la existencia y solidaridad con el otro es cuando nos reconocemos como iguales.
Desde hace casi un mes de confinamiento, a las 8 de la tarde (hora de Euskal Herria) salimos a los balcones, terrazas o ventanas a aplaudir, con el propósito de agradecer a los sanitarios su abnegada labor para contener y erradicar la enfermedad. A la vez, damos señales de vida y nos reivindicamos ante el silencio monótono de la ciudad. Seguimos aquí, seguimos vivos. De igual manera, a pesar de su ausencia en el debate público, la diáspora vasca ha de reivindicar su espacio propio en la agenda pública vasca. Ha de entonar con fuerza, “estamos aquí, estamos vivos”.
Si hemos de sacrificar el presente, que sea para reinventar un futuro más justo e igualitario, donde la diáspora sea un agente activo en el devenir de sus comunidades y de Euskal Herria, evitando que esta no se convierta en "una tierra lejana", sino en una tierra que asuma, más allá de toda retórica, a su diáspora, a sus ciudadanos, como propios.
Entre todos lo conseguiremos.